Capítulo 27

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DYLAN

—Dyl —me llamó Violet cuando salí al patio trasero de la casa de los abuelos. La divisé debajo de un Árbol, sentada en una banca. La casa de mis abuelos era inmensa. Aquel día ella y su familia habían sido invitados a visitar a mi abuelo. El cual ya se encontraba un poco más estable.

Ya llevaba casi cuatro días en Canadá. Y Violet me había hecho olvidar completamente de los mil y un demonios que habitaban en mi cabeza y no me dejan dormir hablándome de Melissa. Aunque, seguía un poco preocupado por Jace, trataba de mostrar mi mejor cara para que nadie sospechara que verdaderamente, quería ir a casa. Para este momento, lo más seguro era que Jace ya estaría más cerca de ella. Me sería imposible separarlo de ella cuando volviera. Especialmente porque Melissa me dejó claro que no somos nada más que amigos. Y que su vida personal no debería interesarme en absoluto.

—Oye —se posicionó delante de mí y chasqueó sus dedos—. ¿Estás ahí?

Lo que sentía por Melissa era verdadero. Pero sólo lo sentía yo. Ella no sentía nada más que amistad por mí. Siempre fue así. Ella siempre titubeó a mi lado.

—Dylan, deja de jugar —me miró sería.

Por otro lado, Violet. Desde que la vi su imagen no salía de mi mente. Realmente era hermosa. Pero me hacía sentir diferente. ¿Por qué?

Porque te gusta desde que eras un mocoso precoz.

Ni pensarlo.

Oh, hermano, soy una parte de ti. Así que sé que estás mintiendo.

Detente.

"—¡Dyl! ¡Mira! —dijo la mocosa corriendo hacia mí.

—¿Qué quieres? ¡Aléjate! —me quejé exasperado.

—Mira lo que hice —me mostró un horrible dibujo. Eran dos personas y un corazón. Una persona tenía mi nombre y la otra tenía el suyo. Se lo quité y lo hice bola. Lo lancé algo lejos.

—No me enseñes tu basura —retomé mis autos de juguete y empecé a jugar nuevamente ignorando el llanto desconsolado de la niña que estaba justo a mi lado. Suspiré. Me levanté con el ceño fruncido y tomé la bola de papel, la desdoblé y me acerqué a ella nuevamente. Me senté a su lado—. Violet...

La pequeña mocosa alzó su mirada, sus ojos azules estaban rojos y su cabello rubio tapaba su rostro. Aparté el cabello de su cara y lo acomodé. Sequé sus lágrimas con mis dedos y tomé su mano.

Ella era algo linda.

—No llores —la abracé. Mamá siempre decía que cuando una chica lloraba necesitaba afecto. En este caso, la había hecho llorar yo, así que yo mismo debía remediarlo—. Me quedaré con el dibujo. Lo guardaré y lo veré cuando sea grande para no olvidar cuánto me quieres —susurré acariciando su cabello—. Te ves fea cuando lloras. Detente.

—Dyl —susurró en mi pecho.

—¿Hm?

—¿Cuando crezca puedo ser tu esposa? —preguntó con voz quebradiza y suspiré. Ella era irremediable.

—Está bien —respondí para tranquilizarle. Sin embargo, me hacía feliz que ella me quisiera sólo a mí."

Bien, tal vez sí me gustaba desde entonces.

—Violet —susurré tomando sus manos—. Perdóname.

—¿Por qué, Dyl?

—Siempre te hacía llorar. Era un niño tonto —contemplé su lindo rostro. Pronto cumpliría diecisiete. Qué rápido habían pasado los años.

Ella jamás dejó de gustarte.

Aparentemente.

—Oh, descuida —sonrió—. Yo debí ser un dolor de trasero a esa edad. Cuando lo noté casi muero de vergüenza.

—No —negué y la abracé—. Siempre me has gustado —me sinceré. Ni siquiera yo mismo lo había notado hasta que volví a verla—. Desde que éramos niños. Siempre me hizo feliz pensar que sólo me querías a mí —susurré y sentí su cuerpo tensarse. Violet, empezó a temblar un poco, pero me abrazó de vuelta.

—D—Dylan, ¿hablas en serio? —sentí un par de sus lágrimas mojar un poco en hombro de mi camisa.

—Te lo puedo jurar —la separé un poco de mí y miré su rostro—. Sigues siendo una mocosa llorona —se rio un poco.

—Me sentía una tonta por no haberte olvidado después de tantos años...

—Tampoco yo te olvidé a ti —sin dejar que ella respondiera, la besé.

Melissa, lo siento. Aún te amo, pero parece que mi amor por Violet siempre fue más fuerte. Gracias por dejar que te amara el tiempo que pude tenerte a mi lado.

Sé feliz.

MELISSA

Me tiré en el sofá exhausta. Empecé a balbucear mientras me removía buscando una posición cómoda.

—Lamento dejarte en ese estado —Jace se rascó la nuca mientras tomaba un sorbo de té. El castaño estaba envuelto en la frazada, la cual tapaba hasta su cabeza, dejando sólo al descubierto su pálido y enfermo rostro.

—Tu fiebre tiene bastante rato estable. Espero que mañana podamos ir al instituto. Es un dolor de trasero tener que cuidarte —enterré la cara en el sofá y Jace soltó una risota—. Sin embargo —volví a mirarle—, me alegra que te sientas mejor.

—Todo es gracias a ti, Melie —me sonrió dulcemente.

Sonaba bonito cuando él lo decía.

Volví a enterrar mi cara en el sofá conteniendo mis notoriamente ruborizadas mejillas. Idiota.

—No es nada —dije sin verle—. Sólo sentí lástima por ti.

—Lástima o no, igual me ayudaste. Y estoy agradecido. Además —lo oí levantarse y sus pasos acercarse—, oficialmente me he confesado a ti y eso me hace querer saltar de la emoción —susurró en mi oído y los pelos se me pusieron de punta. Instintivamente giré mi cabeza en su dirección. Estaba cerca, peligrosamente cerca. Me levanté rápidamente y me alejé de él. Mis mejillas ardían y mi corazón latía a mil. Jace se rio. A este imbécil le encantaba jugar conmigo.

De la nada, estornudé y mi garganta empezó a arder un poco. Lo miré, Jace me miraba apenado.

—Lo siento —lloriqueó culpable.

Maldita sea. Esto no puede ser cierto.

Playboy, ¡Déjame en paz! (EDITANDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora