Capítulo 55

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Jace y yo habíamos tratado totalmente de evadir el tema de Lance durante toda la comida. En su lugar, hablamos de muchas otras cosas que para nada tenían que ver con eso. Lo cual agradecía infinitamente. Puesto que el nombre de mi "querido prometido", estaba empezando a darme jaqueca.

—Estaba deliciosa —dije en cuanto terminamos de comer—. Gracias por traerme aquí, Jace —sonreí.

—Debía traerte aquí, sí o sí —me devolvió la sonrisa—. Me lo habías pedido sin parar. Así que inevitablemente iba a traerte aquí de cualquier forma.

—Eres genial —me reí.

—Soy el chico más genial, Roja. ¿Se te ha olvidado mi nombre? —solté una carcajada.

—¿Qué es esto? ¿Hemos vuelto en el tiempo a cuando eras un idiota? —bromeé.

—Ew, no —se rio—. No pienso volver a ese agujero. Estoy bien aquí donde estoy.

—Me alegra oír eso —le dije feliz.

—¿Qué te parece si vamos a la siguiente parada? —asentí.

—¿Cuántos lugares serán?

—Sólo ahí. No quiero que pasemos todo el día de un lugar a otro —nos levantamos y él dejó diez dólares en la mesa antes de tomar mi mano y ambos salir de ahí.

Subimos a su auto y él lo puso en marcha.

—Jace —lo llamé y él me observó de reojo—. Sé que no hablaríamos más de esto. Pero... ¿Tú cómo estuviste todo este tiempo? —le pregunté por fin. Desde que lo vi, había notado lo lastimados que estaban sus nudillos.

Jace suspiró y se removió incómodo en su asiento.

—Sabía que no me libraría de ti —se rio un poco—. Bueno... La mayoría de los objetos que hay en mi casa, si no son todos; están rotos. Como puedes ver, me destrocé las manos golpeando las paredes y el suelo. Luché arduamente para no ir a tu casa en medio de la noche y colarme por la ventana de tu habitación. Me hacías tanta falta que había dejado de pensar con claridad.

Ciertamente sabía que Jace lo había estado pasando muy mal. Pero no creí que su situación sería tan grave.

—Me sentía fatal. Mike fue un par de veces a visitarme para tratar de tranquilizarme un poco. Después de todo, sólo ustedes dos saben qué es lo que realmente ocurre conmigo.

Acaricié su rodilla.

—Descuida. Aquí estoy —le sonreí—. Además, tienes un plan, ¿no? —asintió—. ¿Puedo saber?

—No, aún —me dijo enseguida y fruncí el ceño—. Cuando todo esté completamente listo te lo explicaré. Por ahora pido que no insistas porque no te diré nada, pequeña —me crucé de brazos—. Lo siento.

—Eres de lo peor, Jace. No me trates como si fuera una niña —lloriqueé.

—No es eso —se encogió de hombros—. Sólo que no quiero decirte en qué consiste mi plan hasta que yo mismo esté seguro de lo que voy a hacer, Roja.

—Vale —suspiré—. Pero qué conste que yo estoy muy molesta por esto.

—Perdona. No puedo hablar sin una base estable —me miró de reojo y me sonrió con dulzura.

Este cálido ambiente, me hacía recordar a las tantas veces que Jace me había llevado al instituto en las mañanas, y yo realmente había comenzado a disfrutar de su compañía matutina. Los fines de semana, estaba en mi puerta a primera hora de la mañana cuando el sol apenas mostraba sus primeros rayos de luz al alba. Él tocaba el timbre con insistencia y me abrazaba con fuerza cuando recién abría la puerta con el ceño fruncido porque estaba recién levantada. Le preparaba café y nos tirábamos en el sofá a ver televisión, enrollados en una manta felpuda.

—Jace —susurré mirando por la ventana.

—Dime —me respondió suavemente.

—Eres la persona más importante para mí —Jace se quedó en silencio y yo suspiré cerrando los ojos—... Olvida eso —el coche se detuvo y yo abrí nuevamente los ojos, girando mi cabeza en dirección a él—. Yo...

Jace me había interrumpido atrapando mis labios delicadamente con los suyos.

Un beso, suave y dulce. Era indudablemente lo que había estado necesitando todo ese tiempo.

—Roja —susurró cuando se separó de mí—. Sé que soy un idiota de vez en cuando. Es más, lo soy todo el tiempo —me reí—. Pero una cosa es segura, y es que tú también eres la persona más importante para mí. Es impresionante que en sólo algunos meses te hayas vuelto tan indispensable en mi vida.

—Lo mismo digo yo —susurré con las mejillas rosadas—. Yo... Te amo, Jace —desvié la mirada.

Jace sonrió con arrogancia y enarcó una ceja.

—¿Estoy oyendo esto de la chica que dijo que jamás sería mía? —me puse más roja y fruncí el ceño empujándolo de regreso a su lugar.

—Eres un idiota —clavé mi vista en la ventana.

—Oye —dijo entre risas—. No te enfades conmigo, Roja. Sólo era una broma —besó mi mejilla—. También te amo —susurró—. Y adoro cuando tus mejillas están del mismo color que tu bonito cabello...

—Cállate y conduce —susurré encogiéndome en mi asiento. Él volvió a reír y puso el coche en marcha.

JACE

—Hey, Melie. ¿Sigues molesta? Estás muy callada —le pregunté mirando atentamente el camino. Pero no obtuve respuesta—. Hey, Roja —la miré de reojo por primera vez en bastante rato.

Melissa dormía plácidamente en el asiento. Su cabello caía de manera delicada sobre sus mejillas que aún se veían un poco rosadas.

—Jace, idiota —susurró adormilada y sus mejillas se enrojecieron más.

—¿Qué estarás soñando, preciosa? —susurré con una sonrisa de medio lado.

Seguí el camino sin despertarla a ella. Claro que no pude evitar mirar su bello rostro de vez en cuando. Melissa al dormir, se veía mucho más inocente de lo que normalmente aparentaba. Y parecía que aquella serenidad tenía tiempo sin sentirla.

—Pequeña —le dije suavemente mientras la movía un poco—. Llegamos.

Melissa abrió los ojos lentamente mientras se acostumbraba a la intensidad de la luz.

—¿Dónde estamos? —preguntó atontada mirando a su alrededor. Me bajé del auto y le abrí la puerta a ella.

—Bienvenida —le dije con una sonrisa—. Ésta, es la Hacienda de los Collins.

—¿Tus padres tienen una hacienda? —preguntó asombrada.

—Realmente es mía desde que cumplí los dieciocho —me encogí de hombros.

—Disculpe, señor Collins —se burló ella y yo carcajeé—. Lo dices como si fuera la cosa más normal del mundo, ser propietario de una hacienda a los dieciocho.

—Bueno, ya, regañona. Vamos a caminar por ahí —le Sonreí y tomé su mano arrastrándola tras de mí.

Mi objetivo hoy, y el primer paso para que éste plan funcionase, era hacer que ella lo pasara bien. Y que se olvidara un rato de todo lo que estaba pasando. También me serviría de terapia a mí.

Sería un descanso para los dos. Y una preparación para lo que estaba por venir.

Playboy, ¡Déjame en paz! (EDITANDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora