Capítulo 64

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—¿Vamos? –me preguntó Lance cuando habíamos terminado de cenar. Asentí suavemente y él se levantó.

Me sentía claramente desesperada por la situación en la que estaba. Había tenido que apartarme de la persona que amaba para irme lejos con otro hombre que ni siquiera me agradaba ni un poco. Podía empezar a contar todas las razones del porqué de mi odio por Lance, y, aun así, no terminaría.

Muy a pesar de que Lance pudiera ser el hombre más amable del universo, eso no omitía el hecho de que él fue cómplice para hacerme acabar en esta situación. Por lo que inevitablemente iba a terminar odiándolo de todos modos.

—Empezaremos desde el recibidor, aunque ya lo conozcas, ¿te parece? —me preguntó tomando suavemente mi mano.

—Está bien —sonreí mientras asentía.

Caminamos por el gran lugar hasta llegar al único punto –además de mi habitación– de la casa que conocía: el recibidor. Volví a observar todo. Se notaba a leguas el minucioso cuidado que recibía aquella gran mansión. Y es que, era inevitable no darse cuenta de que por donde mirases, una mucama o un criado estaban haciendo de manera impecable la limpieza de cada rincón de aquel lugar; o una persona de mantenimiento acomodaba cada bombilla o cada detalle técnico. Evidentemente todo aquello, para mí, era un increíblemente notorio cambio de aires.

Lance me llevó de paseo por cada rincón de la enorme casa. Pude ver varios puntos de reunión –salas, salitas, cuartos de entretenimiento, y pare usted de contar– perfectamente diseñados, cada uno con un tipo de finalidad. Unos eran especialmente para recibir familia; otros, para visitas más formales; y otros para recibir amigos. Me explicó también que normalmente terminaba mezclando varios de esos propósitos porque sinceramente le parecía bastante ridícula la idea de tener seccionadas las habitaciones en las que iba a recibir sus visitas.

«Ha sido mi padre el responsable de todo esto» —lo oí decir varias veces.

También, mis pupilas se impregnaron de la vista de una enorme biblioteca. Claro que, a diferencia de todo lo demás, aquello no me había sorprendido en absoluto. Pues, recordaba perfectamente haber visto lo mismo en la casa de Jace.

Sin embargo, no pude evitar pensar que aparentemente tener una biblioteca en casa parecía ser más normal de lo que esperaba.

A diferencia de Jace y Lance, y, pese a que mi familia se encontraba en una situación económica bastante alta, mis padres no habían querido comprar la casa más grande de todas por un simple motivo, y era que viajaban tanto que les parecía una gran pérdida. Sin mencionar que nos mudábamos cada dos por tres. También, se habían negado a comprarme un auto por no les había parecido una necesidad demasiado grande. Cosa que era cierta, después de todo. No me importaba caminar las dos cuadras a las que me quedaba el instituto.

Pero todo aquello lo agradecía de cierto modo, pues había logrado pasar bastante desapercibida el último año. Lo cual significa que cualquier persona que no estuviera interesada en la vida de mis padres, los dueños de Seller's Graphic Company, no se daría cuenta que su hija estaba caminando tranquilamente para ir a su institución.

Aun así, para mí sería bastante complicado acostumbrarme a vivir en aquella gran mansión, jugando a tener un estilo de vida que ni siquiera deseaba tener.

Finalmente, luego de haber recorrido arduamente toda la mansión para conocer que cada habitación era muchísimo más ostentosa que la anterior, Lance se detuvo frente a una puerta doble de madera oscura. Los pomos de ella eran de un color oro tan brillante que cegaba. ¿Sería oro? No creo que sea tan excéntrico para tener pomos de oro en su casa.

O tal vez sí.

—Esta es la última habitación —me dijo al fin luego de un pequeño silencio. Haber recorrido todo aquello nos había tomado al menos media hora, tal vez más. No porque la mansión fuera tan grande que tenías que caminar diez minutos para llegar al baño principal. Aquel no era el caso en esta ocasión. Nos habíamos tardado esa cantidad de tiempo, debido a que Lance había querido mostrarme la casa como si fuera un viaje turístico. Era el mejor ejemplo y a su vez, la mejor justificación para las infinitas historias que cada habitación tenía. Puesto que, Lance me había contado que aquella mansión era la que anteriormente ocupaban él y su familia. Y posteriormente Adam Carter había cedido la vivienda a su hijo primogénito. Dado que aquel lugar le traía amargos recuerdos de su difunta esposa.

Así fue como el joven muchacho de veintidós años, terminó viviendo solo en aquel lugar tan grande, con Henrietta y Edmond como su única compañía. Debido que todos los criados que antes ahí trabajaban, migraron junto a su familia. Y sólo esas dos personas se quedaron con él.

Por fin, Lance abrió el par de puertas, dejando ver así, una espaciosa habitación que tenía el porte de una oficina del más alto nivel. La cual se encontraba justo al lado de la habitación en la que él dormía.

—Este es mi despacho —señaló él haciéndome una pequeña seña para que entrara—. Aquí es donde trabajo. No suelo frecuentar mucho la empresa por mi relación con papá. Pero eso no me detiene a trabajar.

—Es espléndida —opiné paseando mi mirada por las paredes y los finos muebles.

—Gracias —sonrió—. Es la única parte de la casa que fue completamente ideada y diseñada por mí —lo miré boquiabierta. Él no pudo evitar reírse un poco—. No me mires así, me avergonzaré.

—Es que —comencé—... esto es simplemente genial, tengo que admitir.

—Bueno —me dijo rascándose la nuca—. Debería ser así. Después de todo, este lugar es como mi cueva —me reí—. Quería que fuera lo más cómoda posible.

—Así parece. También es un buen lugar para trabajar por estar tan apartada del resto de la casa. Además —me acerqué a una de las paredes y a golpeé suavemente—. Se siente bastante aislado aquí. Perfecto para concentrarse.

—Es tal y como dices —asintió—. Este lugar es especial —dijo luego de un corto silencio—. Nadie tiene permitido entrar aquí, salvo Henrietta y Edmond —lo miré de reojo, y pude verle paseando su mirada por el lugar—... Ahora tú también tienes permitido entrar aquí —me miró y sonrió con dulzura—. Nadie más.

—¿Por qué? —ladeé mi cabeza.

—Tal vez te lo cuente más adelante —miró su reloj—. Es algo tarde ya. Debes estar cansada, ¿verdad? —asentí dudosa.

—Lo estoy —dije al fin.

—Ve a descansar —se acercó a mí y tomó mis manos—. Recuerda que puedes venir siempre que desees, ¿vale?

Sinceramente, mientras menos te vea, mejor.

—Vale —sonreí. Él se acercó un poco más y besó mi frente, haciendo que mi ceño se frunciera.

Calma.

Ceder.

—Buenas noches, Melissa —susurró soltándome.

—Buenas noches, Lance —le respondí con el mismo tono de voz. Me alejé de él y me retiré de ahí—. ¿Qué fue eso? —susurré cuando había cerrado la puerta. Comencé a caminar apresurada por el pasillo hasta dar con la puerta de mi habitación, entré y rápidamente la cerré con pestillo para casi correr hasta la cama y tirarme sobre ella.

Día uno. Beso en la frente.

Playboy, ¡Déjame en paz! (EDITANDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora