Capítulo 60

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—¿Dormiste anoche? –me preguntó Lance mirando fijamente el camino.

—Sinceramente, no demasiado –le contesté cortante.

Lance soltó un suspiro pesado y de reojo pude verlo asentir.

—Puedes dormir un rato, si deseas.

—No, gracias –Lance se quedó en silencio el resto del camino.

Yo había tratado de llevarme bien con él. Aunque fuese falso. Pero justo en ese momento lo menos que deseaba era hablar con él.

Antes de salir de casa, le había escrito a Jace que estaba por salir rumbo a la casa de Lance. Él, por supuesto, se preocupó de nuevo­­­. Pero se tranquilizó cuando le dije que todo estaría bien y que le escribiría constantemente.

Me quedé mirando por la ventana cómo el cielo empezaba a nublarse y algunas gotas de lluvia empezaban a caer, aumentando cada vez más violentamente. Era un escenario bastante adecuado para las circunstancias.

Sentía cómo Lance me miraba ocasionalmente. Y también suspiró varias veces ante la actitud que tenía hacia él. Después de todo, era la primera vez que yo me comportaba de aquella manera.

Ya había dejado de llover y el camino se me estaba haciendo ridículamente eterno, y lo único que deseaba era que llegáramos y poder encerrarme en algún lugar en el que él no pudiera fastidiar. Ya tenía suficiente con tener que ver esa estúpida cara suya todos los días. En ese momento sólo quería descansar.

—Llegamos –dijo al fin luego de aproximadamente una hora. Estábamos frente a una enorme mansión que estaba bastante alejada. Tenía una gran cantidad de terreno y el portón de entrada era cuidado por un vigilante de unos sesenta años, más o menos.

—¿Esta es tu casa? –le dije por primera vez.

—Así es. Espero que no te sientas incómoda –me sonrió.

Por mi parte, guardé silencio nuevamente. Asentí, y cuando él estacionó el auto abrí la puerta al mismo tiempo que él abría la suya. Ambos, silenciosamente, sacamos las cosas del auto.

—Señor –se oyó detrás de nosotros. Al voltearme, vi a un hombre que vestía un traje sencillo. Tenía una mirada neutra—. Podemos ayudar con eso –detrás de él apareció otro hombre con las mismas pintas. Lance asintió y me indicó que dejara mi equipaje en manos de uno de ellos.

El muchacho tomó delicadamente mi mano y me hizo caminar junto a él. Entramos a la enorme mansión y en la puerta había un mayordomo y una criada algo mayores.

—Joven Lance –dijeron ambos al unísono haciendo una pequeña reverencia.

—Edmond, Henrietta –saludó él de manera cordial—. Levanten sus rostros. Quiero presentarles a alguien –ambos se enderezaron simultáneamente y dirigieron sus miradas a mí—. Ella es Melissa Seller, de quien les he hablado.

—La señorita es la prometida del Joven Lance –dijo la mujer asintiendo suavemente.

—Edmond. Reúne a todo el personal aquí, por favor –el hombre asintió y se retiró.

Yo miré todo el entorno, era indudablemente una casa enorme. Estaba cuidadosamente adornada y acomodada como si se tratase de una foto de revista. Era un lugar en donde hasta el suelo se veía exageradamente caro.

—Señor –regresó Edmond seguido de varias personas que parecían ir uniformadas—. Están todos.

—Buenos días –el tono de voz de Lance había cambiado bastante. La manera en la que se dirigía hacia Edmond y Henrietta, no era para nada la misma que la manera en la que se dirigía hacia el resto de las personas que estaban presentes. Lo miré de reojo. Su expresión también había cambiado. Sus ojos miraban con apatía a los presentes, quienes, con respeto, lo miraban atentamente—. Espero estén bien –continuó—. Los he reunido en este momento, porque, como les mencioné antes, alguien vendría a hospedarse en la mansión a partir del día de hoy –todos asintieron suavemente—. Me complace presentarles a Melissa Seller. Mi prometida –aparentemente el personal no conocía la relación que el muchacho y yo compartíamos. Puesto que la mayoría de ellos se impresionó. Me miró y sonrió de medio lado, acariciando el dorso de mi mano y articulando con los labios "Saluda, bonita".

—Mucho gusto –les dije luego de un suspiro—. Deseo que nos llevemos bien –Lance me miró de reojo y suspiró.

¿Ahora qué, amigo?

—Henrietta, muéstrale su habitación –la mujer asintió y tomó mi mano con delicadeza y con una sonrisa cálida en su rostro.

—Venga conmigo, Señorita –miré por última vez a Lance, quien me sonrió tiernamente y asintió.

Suspiré siguiendo a la señora que me llevaba escaleras arriba. Caminamos un rato por el aparentemente interminable pasillo lleno de puertas. Esto era mil veces más grande que la casa de Jace. ¡Y mira que su casa era enorme! Pero esta, en comparación...

—Es aquí –me dijo Henrietta cordialmente—. Espero que sea de su agrado, Señorita –abrió la puerta, dejándome ver una enorme habitación adornada con una paleta de colores que abrazaban el blanco y el gris en diferentes tonalidades. Un ambiente tranquilo y sobrio, así como espacioso. Más de lo que necesitaría—. Esa puerta de ahí es un baño. Y aquella un vestidor. Puede hablarme si desea que algo sea modificado.

—No hace falta –le sonreí avergonzada—. Muchas gracias.

—No hay por qué. La dejaré sola para que desempaque y se acomode –asentí. Cuando ella había cerrado la puerta, me di cuenta de que ya mis maletas y mis cajas estaban ahí.

—Bueno, a guardar –susurré recogiéndome el cabello.

OMNISCIENCIA

Cuando Melissa había subido las escaleras, Lance se había quedado junto con todo el personal, exceptuando a Henrietta, quien había acompañado a la pelirroja.

—Hay algo que todos ustedes deben saber –dijo el muchacho volviendo a captar la atención de todos los presentes—. Y es que esa señorita que acaban de conocer, a partir de hoy debe recibir el mismo trato y diligencia que recibo yo. Todo lo que ella pida, debe ser cumplido con excelencia y sin el más mínimo error. Deben dirigirse a ella con el mismo respeto que hacia mí. Nada de "Melissa", ni apodos. ¿Qué otra cosa? –pensó un par de segundos—. Ah, claro –sonrió cuando dio con la respuesta—. Si algo le sucede a la señorita Seller, no permitiré que la persona responsable vuelva a poner un solo pie en esta casa. ¿Se ha entendido?

—Sí, señor –dijeron todos, salvo una persona. La chica nueva que llevaba por nombre Leah Mitchel, quien, distraída, pensaba en que no sabía que el joven estaba comprometido. Mucho menos con una chica que sentía que la opacaba hasta en la manera de parpadear.

—He dicho –se acercó a la chica—. ¿Se ha entendido? –ella despertó de su pequeño trance y sintió.

—Sí, señor –susurró ella. Lance suspiró y volvió a alejarse.

—Pueden retirarse ya –sentenció haciendo que cada quién regresara a sus respectivas áreas de trabajo—. ¿La señorita ya ha visto su habitación? –le preguntó a Henrietta cuando ésta había bajado la enorme escalera. La señora asintió—. ¿Hay algo que no le haya gustado?

—Ella ha dicho que todo está bien como está –respondió negando con la cabeza—. Parece haber estado a gusto.

—Me alegra –sonrió el muchacho—. Dejemos que se instale y que descanse un poco. Mientras tanto yo trabajaré un par de horas. Cualquier cosa referente a ella, házmela saber. Sólo tú y Edmond pueden pasar a mi despacho. Ella ahora también lo tiene permitido. Nadie más.

Henrietta asintió y Lance se retiró de la habitación.

Leah aún no estaba lejos, puesto que ella estaba encargada de limpiar el recibidor. Por lo que pudo escuchar a la perfección la conversación que había tenido el joven con la primera criada.

Suspiró volviendo a distraerse con el pensamiento de la manera en la que él le sonreía a su ahora nueva Señora. Era una sonrisa que ella nunca había visto en el rostro de él. También su tono de voz se suavizaba cuando hablaba de ella. Y ahora también le había permitido la entrada a su despacho libremente. Lo cual era un signo de importancia bastante elevado.

Evidentemente, Leah sabía que no podría competir nunca contra la nueva inquilina de la mansión.

Playboy, ¡Déjame en paz! (EDITANDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora