Capítulo 69

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Luego de salir de la biblioteca, corrí en dirección a mi habitación. Mi corazón estaba latiendo a mil y yo sólo quería desaparecer. ¿Cómo pudo besarme así? Mi cuerpo aún ardía de rabia. Cerré la puerta con fuerza y saqué mis maletas, metiendo toda mi ropa en ellas. De repente, mi mano tocó el vestido blanco. Mi piel se erizó y un par de lágrimas rodaron por mis mejillas, ¿Cómo es que todo aquello había ocurrido en tan poco tiempo? También, ¿cómo pude siquiera sentir atracción por Lance? ¿Acaso olvidé todo lo que él y mis padres habían causado en mi vida?

—Maldita sea —susurré arrodillándome en el suelo.

—¿Señorita? —oí la voz de Henrietta detrás de la puerta. Me sobresalté y sequé rápidamente mis lágrimas.

—Adelante —me levanté del suelo e hice como si nada. La puerta se abrió y Henrietta se asomó.

—¿Está bien? —asentí mirándola con una sonrisa. Ella me miró con el ceño ligeramente fruncido.

—Su nariz está roja. Sus ojos también.

«Diablos.»

—Me iré a casa, Henrietta —la mujer me miró desconcertada.

—Pero usted y el joven...

—Eso ha terminado —le dije luego de un suspiro—. Lance y yo hemos roto el compromiso.

Henrietta me miró confundida. Pero sabía que no podía preguntar nada, así que sólo asintió.

—¿Cuándo se irá? —me preguntó ayudándome a acomodar la ropa.

—Mañana —le respondí—. Debo avisar para que vengan por mí.

—Ya veo —nadie dijo nada más. Pero cuando la miré, vi de sus ojos caer unas cuantas lágrimas.

—Henrietta —le sonreí tomándola de las manos—. ¿Estás llorando por mí? —la abracé.

—Sé que sólo ha sido un mes, Señorita. Pero usted es lo más cercano a una hija que he tenido. Me he encariñado.

—¿Quieres que te diga un secreto? —le pregunté secando sus lágrimas—. Tú eres mucho más atenta y comprensiva que mi propia madre —mis ojos picaron un poco—. Entiendo cuando dices que, aunque haya pasado sólo un mes te has encariñado. Lo mismo me pasó a mí —hice una mueca tratando de contener un sollozo—. La verdad, voy a extrañarte mucho.

Esa noche, llamé a Jace para decirle enviara un taxi para buscarme la mañana siguiente y también le conté sobre el incidente del beso. Lo cual, evidentemente lo puso de muy mal humor. También llamé a mis padres para decirles que volvería a casa el día siguiente. Como era de esperarse, se hicieron los inocentes y dijeron que me esperarían ansiosos.

«Pero si por ustedes es que estoy aquí» —pensé.

La mañana siguiente, me desperté enseguida sonó la alarma. Me duché y me preparé para irme. Henrietta se asomó por la puerta y me pidió que bajara a desayunar al menos.

Bajé y al llegar al comedor, ahí estaban sentados Henrietta y Lance. Éste último me decicó una débil sonrisa.

—Buenos días a todos —los saludé y miré a la mujer. Henrietta sonrió ante mi confusión.

—No podemos despedirnos de usted sin antes comer juntos, ¿no cree? —preguntó con una sonrisita.

—También invité a Leah —me dijo Lance—. Vi que ambas se llevaban bien. Pero se avergonzó tanto que se negó rotundamente —se encogió de hombros.

—La he traído —dijo Edmond apareciendo por la puerta, arrastrando consigo a Leah, quien estaba tan ruborizada como una manzana. Me reí un poco.

—B-Buenos días —Lance rodó los ojos. Se notaba que no estaba de acuerdo con que ella estuviera comiendo con nosotros. Pero Henrietta pareció haberlo convencido.

—Leah —le sonreí—. Buenos días —ella me miró triste—. Ven, siéntate a mi lado —ella asintió débil y tomó asiento al lado de mí—. Quiero agradecerles a los tres por haberme tratado tan bien durante mi estancia aquí. Son excelentes personas —miré a Lance. Sus ojos estaban algo rojos y ojerosos. Suspiré y empecé a comer.

En la puerta de entrada, estábamos todos parados.

—Cuídese mucho, señorita —me dijo Henrietta nuevamente con los ojos cristalizados.

—También cuídate, Henrietta —le sonreí débil—. Gracias por todo lo que has hecho por mí todo este tiempo.

—Señorita —me dijo Leah cabizbaja—. Espero haberla atendido como se debe.

—No lo has podido hacer mejor, Leah —acaricié su cabeza—. Recuerda tener confianza en ti misma siempre —ella asintió y la abracé—. Cuídate.

—Usted también, señorita.

—Melie —me dijo Lance acongojado—. Me disculpo por todo el mal que te causé.

—Ya ha pasado. Descuida —se sonreí.

—Lo has hecho bien todo este tiempo. Hasta creí que me querías un poco —suspiré y tomé sus manos.

—Tal vez no haya sido completamente falso —él me miró asombrado—. Eres una buena persona Lance. Sé que encontrarás a una chica que te dé lo que yo no puedo —suspiré—. Adiós —me puse de puntillas y besé su mejilla—. Cuídate. Deséale un feliz cumpleaños a tu padre de mi parte.

—Lo haré —dijo él sonriendo de medio lado. Solté sus manos y le di un par de palmadas en el hombro—. Hasta algún día.

—Que así sea —le dije amablemente y me alejé luego de hacer una pequeña reverencia en despedida al resto de las personas.

Me di la vuelta y comencé a caminar hacia el taxi que estaba esperándome afuera. Mi equipaje ya había sido llevado y sólo faltaba que yo subiera al coche.

OMNSISCIENCIA

Cuando Melissa estaba por llegar al coche. La puerta del copiloto se abrió y de él bajó Jace con una sonrisa socarrona.

—Buenos días, señorita —saludó tomando la mano de Melissa y atrayéndola a él. Melissa sintió sus mejillas sonrojarse y lo abrazó con felicidad.

—Al fin —dijo ella contenta. Jace, gustosamente le devolvió el abrazo y levantó la mirada en dirección a la casa. Sonrió con malicia cuando vio a Lance Carter parado en la puerta de entrada mirando sombrío el panorama. Las demás personas habían vuelto a sus lugares, y él había sido el único que se había quedado ahí.

«Sabía que vendrías, maldito infeliz.» —pensó el muchacho cuando vio que Jace le dedicó una sonrisa cínica.

Negó con la cabeza y volvió a entrar en la casa, cerrando la puerta de golpe y dándole un fuerte puñetazo a la pared.

«Jodido Jace Collins.»

MELISSA

—Sabía que ibas a venir —le dije a Jace cuando los dos subimos en la parte trasera del auto y éste arrancó.

—Melissa —susurró en mi oído poniéndose cerca de mí—. Voy a besarte tanto que olvidarás que Lance lo hizo antes que yo —gruñó y mis mejillas se pusieron rojas—. Que no se te olvide —me sonrió con inocencia y volvió a su sitio. Tomó mi mano y clavó la mirada en la ventana. Me recosté de su hombro y cerré los ojos.

—Lo tendré presente —susurré y oí su grave risilla.

Por fin, se acabó todo.

Playboy, ¡Déjame en paz! (EDITANDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora