Habían pasado cinco días.
No, no se sentía para nada igual. Todo era tan diferente...
«También te quiero»
¿En qué diablos estaba pensando cuando le dije eso a Dylan?
Probablemente mi nerviosismo me cegó despiadadamente e hizo que no recordara que podía herir a una de las personas que más quería en este mundo. Y no quería que eso ocurriera. Pero tampoco quería lastimarlo diciéndole que pese a quererle debía alejarme para que nuestra amistad perdurara.
Sin embargo, debía hacerlo. No debía corresponder. Aunque me doliera infinitamente no podía permitirme quererle y arruinar la hermosa y sincera amistad que habíamos construido. Para mí era meramente complicado tomar esta decisión. Pero todo era por el bien de Dylan. No planeaba alejarme completamente de él, no iba a dejarle solo. Pero no podía reaccionar ante sus acciones anhelantes y encantadoras. Necesitaba que eso parase.
El dolor se apoderaba de mi corazón. Él era el único chico que me había tratado de esa manera tan preciosa y perfecta. Me hacía sentir la chica más especial del planeta.
Pero yo no podía corresponderle.
No porque no le quisiera, porque realmente lo hacía. Pero no podía por el simple hecho de pensar que probablemente nuestra amistar pudiera salir perjudicada. Y yo no quería que una de las pocas personas que se había tomado el tiempo y la dedicación de preocuparse por mí sufriera por culpa mía y terminase odiándome.
Por el mismo cariño que sentía por él, debía detenerlo.
—Dyl —susurré mirándole de reojo. Emma no había ido a clases ese día y estábamos debajo de un gran árbol en el patio.
—¿Qué ocurre, pequeña? —sentí como la atmósfera se tornaba más tensa—. ¿Estás bien? —cuestionó con una clara preocupación.
Dudé en decirle lo que realmente estaba ocurriendo en mi mente. Pero era ahora o nunca. Los constantes pensamientos no me dejaban dormir, y la falta de tranquilidad era cada vez más fuerte y dura de afrontar.
—No puedo...
—¿Uh? —frunció el ceño y ladeó su cabeza ligeramente. Miré mis manos y empecé a jugar con ellas.
—No podemos estar juntos, Dyl —mis ojos se cristalizaron y sentí su mirada tornarse cada vez más triste y pesada.
—¿De qué hablas, Melie? —susurró con dolor. No podía mirarlo, pues sabía que me dolería verle. Yo era la causante del dolor que se estaba apoderando de él. Y me sentía una completa basura por lastimarlo de esta manera.
—Te quiero, cada vez más...
—¿Entonces por qué no podemos, Melissa?
Maldición, su voz se rompía entre sílabas. Lo miré, sus ojos estaban ligeramente cristalizados y había palidecido notablemente.
—No puedo permitirme que eso siga creciendo. No quiero perderte. No quiero que por un capricho y luego por un error nuestra amistad muera. No quiero que te alejes de mí. No quiero que me odies si algo saliera mal. No quiero perder a la única persona que realmente se preocupó por mis sentimientos y mi persona. Te necesito conmigo, Dylan. Necesito que estés conmigo siempre como me lo prometiste la primera vez que me viste llorar justo como lo estoy haciendo. Te quiero... Muchísimo. Pero no quiero que mis sentimientos destruyan el cariño y el apoyo de una de las personas más importantes de mi vida hacia mí. Lo siento, Dyl. Es por tu bien —besé su frente y me levanté—. Hoy me iré temprano. Pediré a la enfermera que me autorice salir. Por favor, no me sigas hoy. Necesito estar sola. Pero... —pausé—. No quiero que te sientas mal. No estoy molesta por nada. Lo juro. Ya hablaremos mejor cuando nos hayamos calmado ambos. Eres increíble, Dylan. Y eres muy especial para mí. Jamás lo olvides.
No esperé respuesta, sólo me fui directo a la enfermería. No podía estar allí luego de haberle dicho tantas cosas.
DYLAN
¿Cómo fue que terminó así? Tan rápido. Se sintió como una brisa leve y pasajera. Sólo pasaron cinco días. Y ella ya me había negado. Me sentía destruido. Incapaz de sentirme bien.
Un corto momento de felicidad que ni siquiera aproveché como era debido. Si realmente ella me estaba diciendo la verdad sobre quererme. Había sido un idiota por haberme confiado tan rápido de que ya la tenía.
¿Por qué?MELISSA
—Soy tan estúpida —susurré mirando al techo de mi habitación—. No... Estúpida se queda corto...
Quisiera que todo se arreglara, que todo estuviese bien. Pero no había nada que hacer realmente. Sólo esperar que Dylan no me odiara por haberlo ilusionado de esa manera tan cruel. Yo era una mala persona, había fallado como amiga; había fallado como persona.
Lo que le había hecho, muy a pesar de que fuera sin ninguna intención, manchaba mi alma de maldad. Me sentía culpable. Porque lo había lastimado. Y él había sido el que me había curado cuando me habían lastimado a mí. Lo traicioné. Y me sentía idiota, mala y sobre todo, culpable.
—Me odio —sollocé—. Me odio tanto...
Esa tarde lloré, como no lloraba en tanto tiempo. Lloré sintiéndome la peor persona. Era una completa malagradecida. Odiaba ese sentimiento que crecía en mí.
Y fue ahí cuando entendí que realmente quería a Dylan. Entendí tantas cosas y me respondí infinitas dudas que se habían generado en mi mente cuando empecé a quererlo. Y me sentí peor cuando me di cuenta de que lo quería más de lo que pensaba.
¿Cómo había sido tan mala con él?
DYLAN
Corrí, lejos de aquellas instalaciones escolares. Sin permiso. Sin importarme lo que pudiera decirme el director o alguien. Nadie iba a detenerme. Me sentía frustrado, molesto y lastimado.
Yo era un imbécil. Confié demasiado en mí y me volví tan egocéntrico que me relajé creyendo que Melissa ya estaba perdida en mí, así como yo estaba perdido en ella.
No.
No iba a rendirme. No tan fácil. Yo iba a luchar por ella. Necesitaba estar con ella. Con esa niña de ojos hermosos y cabello cobrizo.
La necesitaba.
Y cuando la tuviese. Nadie iba a arrebartármela.
Pero primero iba a dejar que descansara un poco y sus pensamientos se aclararan. El tiempo diría si realmente ella me quería. Muy a pesar de querer ir en ese mismo instante a abrazarla. No quería sofocarla. Quería darle su espacio. Al menos unos días.
Melissa. Mi princesa.
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Playboy, ¡Déjame en paz! (EDITANDO)
Novela Juvenil-Maldición, para de molestarme -dijo Melissa exasperada. Jace sonrió con arrogancia. Propio de él. -Oh, vamos, sólo quiero que me des un beso -susurró mientras apretaba el cuerpo de la chica contra el suyo-. Sólo uno, preciosa. -¡Ni lo sueñes! Sólo...