18.

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     Me desperté por un sonido constante y seco, como un golpe, abrí los ojos y me incorporé de la... ¿cama?, Busqué por la habitación mis zapatos, estaban a un lado de mi, aún tenía un ligero dolor en mi espalda, pero el de mi pie ya había desaparecido, así que me quite la venda y me calce mis zapatos. Caminé fuera de la habitación, en la cocina estaba dispuesto el desayuno para dos personas, suponía que Daryl se había levantado temprano, pero aún así no estaba aquí, tome mi arco del sofá y salí, aquel sonido constante seguía, justo detrás de la cabaña, comencé a caminar hacia atrás, unos pasos después alcance a ver la figura de Daryl cortando un pequeño pino, baje mi arco y me puse a una distancia segura, cuando al fin lo derribo, se seco el sudor de la frente.

     —¿Qué te hizo ese árbol? —le pregunte casualmente, él se giró a verme.

     —Necesitarás donde colocar esos adornos que llevamos —respondió y se agachó a recogerlo, con suma facilidad, lo colgó sobre su hombro.

     —Gracias —dije, él asintió y comenzó a caminar hacia la camioneta, subió el árbol y luego entramos a desayunar.

     Estuvimos unos escasos minutos más en la cabaña, prácticamente en lo que preparábamos las cosas para volver a viajar, en cuanto acabamos, nos montamos en la camioneta y emprendimos el viaje de regreso con el grupo. Llevábamos casi una hora cuando comencé a revisar la radio, sólo oía pura estática.

     —¿Qué intentas hacer? —me pregunto Daryl, estaba mordiendo una de sus uñas mientras apoyaba su codo en el marco de la ventana.

     —Solo quería probar si los milagros existían, si te soy sincera, la música es una de las cosas que más extraño del viejo mundo.

     —¿Qué tipo te gustaba?

     —Cualquiera que pudiera cantar.

     —¿Y qué tal lo haces?

     —Frecuentaba muchos karaokes en la universidad, así que lo hago bien. Dime, ¿tu extrañas algo?

     —¿Importa?

     —Solamente quiero saber —respondí y me recargue en el respaldo del asiento.

     —No lo sé, el mundo no ha cambiado mucho para mí, ya de antes tenía que luchar por vivir, solamente que ahora es contra los caminantes —comento.

     —Debe haber algo.

     —Una buena hamburguesa —dijo al fin, yo lo miré sorprendida.

     —Tienes razón, Dios, no recuerdo la última vez que comí una -concorde.

     —Antes de ir a las montañas con mi padre y su amigo, fue lo último que compartí con Merle, en una cafetería de paso, no muy lejos de su club de motociclistas, eso si era carne —el oír esa emoción en su voz me alegro un poco.

     —¿Tu perteneciste a ese club?

     —No, no me interesaba, prefería estar hacer otras cosas.

     —¿Cómo qué?

     —Cosas —respondió, sonreí, ahí estaba su típica personalidad.

     —Supongo que algún día podremos comer una hamburguesa.

     —Yo no estaría tan seguro —comentó.

     —Con papas fritas —añadí ignorándolo.

     —Vanessa...

    —Y un vaso enorme de soda —lo miré, estaba viéndome como si estuviera loca—, bueno, para ti será una cerveza, muy fría —esta vez le saqué una ligera sonrisa.

El Arquero del Fin del MundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora