90.

946 74 3
                                        

Para la tarde, ya nos encontrábamos leyendo los reportes de los demás equipos.

—Tuvimos muchas bajas —comentó Maggie, yo asentí mientras le daba el reporte de Carol y me ponía de pie.

—Pero también tuvimos suerte... Aún seguimos vivos —añadí en un susurro y con un nudo en la garganta.

Quien había sido nuestro heraldo había sido Aaron y nos había traído la terrible noticia de que Eric, mi querido primer amigo de Alexandria, había muerto y que ahora se encontraba caminado con una horda hacia el este.

—Lo lamento... Sé que eran cercanos —murmuró ella, yo asentí y me limpié una lágrima.

—Lo que yo siento no se compara en nada con lo que Aaron debe de estar sufriendo, se está distrayendo con la bebé que trajo, pero sé que por dentro está cayéndose a pedazos.

—Vanessa, debemos de hacer lo propio, los Salvadores...

—Son nuestros prisioneros ahora —la interrumpí mientras miraba por la ventana, podía ver que Jesús salía con un saco al hombro.

—Pero también son nuestros enemigos.

—¿Y qué propones? ¿Seguir el consejo de Gregory y asesinarlos a todos?

—Si ellos tuvieran la oportunidad...

—Pero no somos ellos, Maggie, no lo somos y jamás lo seremos... Ellos están luchando por sobrevivir, si los matamos ahora que están indefensos, ¿En qué nos convierte?

—Tu moral nos puede causar problemas.

—Y decisiones como esta también... Aunque tú solo veas asesinos, yo veo personas que también trataron de sobrevivir, pero que tuvieron que vender su lealtad a un psicópata como Negan... Desafortunadamente, no puedo decir lo mismo de Gregory, él está jugando en ambos bandos según lo que me contaste y...

—¡Margareth, Margareth! —la llamó el aludido mientras entraba sin permiso en la oficina—. Ven rápido, es Jesús.

—¿Qué sucede? —preguntamos al unísono.

—Se trata de los prisioneros —respondió.

Algo preocupada, pues también había apoyado a Jesús para que se quedaran, salí junto con ellos de la oficina y fuimos lo más rápido que podíamos afuera de la cerca, en el camino nos topamos con Enid.

—¿Qué sucede? —preguntó ella.

—Jesús —respondió de mala gana Maggie.

—¿Cómo sigue Gleen? —le cuestioné, pues yo le había pedido que le echara un ojo.

—Se quedó dormido, así que salí para no molestarlo —repuso ella, yo asentí.

Justo en ese momento cruzamos las puertas para ver a Jesús repartiéndoles nabos a los Salvadores.

—¡Jesús! —lo llamó Maggie, él caminó hacia ella mientras seguía repartiendo—. Jesús.

—Hola —la saludó despreocupado.

—Esa comida es nuestra —empezó Maggie.

—Había un montón de nabos en la despensa, teníamos de sobra —se defendió él—. Los Salvadores no se los llevaron cuando nos saquearon.

—Si están allí es por una razón, lo que hoy sobra, mañana podría escasear, hay que cuidar a los nuestros.

—Paul, esta farsa ya duró demasiado —interrumpió Gregory—. Construyan una horca de una vez... Tú eres hábil —dijo mirando a Maggie, curiosamente evitaba mi mirada, tal vez había oído lo que decía de él en la oficina—. Ahorremos las balas y acabemos con esto.

El Arquero del Fin del MundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora