Psicólogo

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Shu Kurenai

Abrí los ojos de golpe. Tuve ese sueño de nuevo. Ese sueño en el que una silueta pequeña se me acercaba y me murmuraba algo... y luego salía corriendo. Como siempre, la seguí, pero justo cuando estaba por atraparla desperté.

Me senté en la cama y miré a mi alrededor algo somnoliento aún.

Mi vista se detuvo en la tableta sobre mi buró. La tomé y la encendí, poniéndome a leer las noticias de hoy. Estaba por terminar cuando mi madre me llamó.

-YA DESPIERTA DE UNA VEZ, FLOJO!!!- gritó con algo de enojo en su voz.

-¡Ya estoy despierto, madre!- grité de vuelta y me levanté de la cama caminando hacia el baño.

Al llegar me miré al espejo, apartando el cabello de mi rostro.

Aún recuerdo cuando Lui me hizo la cicatriz. Con solo recordarlo me llega una furia increíble. Quiero vengarme, pero para eso necesito volverme más fuerte.

Me lavé la cara y me cambié de ropa, poniéndome mi camisa rosada y mis pantalones, zapatos y chaleco negros. Salí del baño y caminé por el pasillo hasta el comedor.

-Buenos días, hijo- me saludó mamá dándome un beso en la frente.

-Buenos días, madre- dije fingiendo una sonrisa. Se que ella en realidad no me ama, pero que no quiere hacerme sentir mal.

-Buenos días- escuché la voz de mi padre en la mesa. Al verlo, el estaba sentado leyendo su típico periódico.

-Buenos días, padre- salude de vuelta sonriendo, pero el ni siquiera me miró. Me senté frente a el y mi madre depositó un plato de huevos con tocino en la mesa para que yo comiera. Di un bocado, luego otro, y otro hasta que terminé.

-Shu, hijo. Hoy iremos con el doctor ¿si?

-¿De nuevo? Pero la última vez que fuimos nos corrieron.

-Lo se, Shu, pero ellos pueden ayudarte a... ya sabes. Recuperar esos recuerdos...- ella se detuvo un momento al verme serio observando el suelo. Entonces miró a mi padre pidiendo ayuda.

-Iremos y punto ¿oiste?- a diferencia de mi madre, mi padre si es un poco impulsivo, así que asentí lo más firmemente que pude -termina de desayunar. Nos iremos pronto.

-Si, padre- acabé mi desayuno por completo y fui al baño a lavarme los dientes.

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-Les dije que no volvieran. Ese pobre chico lleva viniendo aquí durante tres años y no ha habido ningún progreso- escuchaba al psicólogo hablando con mis padres del otro lado de la puerta.

-Pero, por favor. Todos sus compañeros recuerdan hermosos momentos con sus familias. Recuerdos de cuando eran pequeños. Cuando corrían en el parque, cuando conocieron a alguien... pero el no. El no es normal...

-Esto es tan simple como que el es un albino, querida- habló mi padre -los albinos son señal de desgracia.

"Los albinos son señal de desgracia"

Esa frase la he escuchado tantas veces que ha sido lo único que he llegado a recordar.

-Oigan. Se que son supersticiosos, pero el no deja de ser un niño. Un niño que necesita cariño y afecto...

-Eso se lo dimos cuando era pequeño ¿qué pasó? No lo recuerda. Por algo hemos estado viniendo con usted todos estos años ¿no se da cuenta?

-Yo lo que veo es que no quieren batallar de nuevo con su hijo. Quieren que recupere sus recuerdos para no tener que hacer un trabajo doble.

-Eso no es ver...

-Claro que lo es. Ahora, si es tan amable como dice ser, largo de mi consultorio. Soy psicólogo, no mago.

Escuché loa pasos que se acercaban a la puerta y rápidamente sequé mis lágrimas mientras me sentaba. La puerta se abrió.

-Padre...

-Vámonos- me interrumpió y me tomó fuertemente de la muñeca para sacarme de ahí.

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Cuando llegamos a casa mi padre tomó dinero y salió nuevamente a la calle, diciendo que iría de compras. Mi madre estuvo de acuerdo con ello, y luego me dijo que fuera a bañarme.

Eso hice. Entre al baño y me desvestí para meterme a la tina. Debajo de esa ropa tengo cicatrices y quemaduras, creo que de tercer grado, viejas. Por más que trato de recordar, no me llega a la mente el como me las hice. Solo llego a captar gritos y una explosión distante, pero no figuras.

Me quedé en la tina un buen rato, pensando con los ojos cerrados a ver si recordaba aunque fuera una cosa, pero cuando estaba por ver algo, en mi mente aparecía estática. Era como si tuviera una maldita televisión descompuesta en vez de cerebro.

Ya estaba frustrado por todo esto. Cuando tenía nueve años de repente desperté y no recordaba nada. No creímos que fuera tan grave hasta que no recordaba ni siquiera mi nombre. Lo primero que escuché de la boca de mi padre fue a través de la puerta.

"Los albinos son señal de desgracia"

Ahí supe que no podría esperar amor de ellos...

Me abracé a mi mismo y comencé a llorar silenciosamente con uno que otro sollozo.

Todo por defenderteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora