Dejame en paz

498 54 29
                                    

Valt Aoi

Estábamos a punto de seguir a Shu de nuevo cuando la campana sonó indicando que debíamos ir a clases. Los chicos me encargaron demasiado que no descuidara a Shu ni un momento durante la clase, a lo que yo solo afirme una y otra vez que no lo haría.

De por si entré tarde al salón otra vez, recibiendo una regañatiza de parte del profesor.

Me senté al lado de mi amigo, como siempre. El fingía que yo no estaba ahí, ya que solo apuntaba las notas en su libreta. Podía ver que cubría la herida de su frente con su mechón central.

Los minutos parecían horas y el ambiente era tenso y pesado, o al menos entre Shu y yo.

Fue cuando Shu estaba terminando de anotar algo que pude ver de nuevo la sangre correr por el puente de su nariz hacia abajo.

-Shu... tu herida- le susurré a lo que el me miró extrañado y luego notó su herida sangrante. Pasó dos dedos por el pequeño río de sangre que brotaba y, al verlos manchados, sacó una toalla de su mochila para colocarla en su frente mientras se levantaba e iba con el profesor.

Le susurró algo al profesor a lo que éste nos miró a todos y me señaló.

-Señor Aoi. Acompañé al señor Kurenai a la enfermería- de inmediato me levanté y fui con mi amigo lo más rápido que pude, ya que sentía que en cualquier momento este podía salir corriendo lejos.

Mientras avanzaba hacia el frente pude escuchar los murmullos preocupados de las chicas del aula, mientras los chicos solo reían por la pose ridícula en la que estaba Shu sujetando la toalla contra su frente.

Lo tomé del brazo que tenía libre y lo arrastré fuera del aula directo al lugar que nos indicó el profesor.

-Sueltame, Valt. Yo se cual es el camino.

-No- me detuve en seco frente a el y me voltee a mirarlo -¿por qué lo hiciste?

-¿Qué cosa?

-Eso- señalé la toalla en su frente, que ahora mostraba una mancha redonda roja sobre la zona herida.

-Eso no te incumbe...

-Claro que si, Shu. Dime porque lo hiciste...- entonces un pensamiento llegó a mi cabeza -no lo hiciste porque no puedes recordar nada ¿verdad?- pregunté en un susurro cauteloso.

-Valt, estoy bien. Dejame tranquilo ¿esta claro?- exclamó Shu ya enojado.

-Eres más terco que una mula.

-El burro hablando de orejas.

-El burro eres tu.

-Tu dijiste mula, no burro. No son lo mismo...

-ESO NO ME IMPORTA!!!- me tapé la boca algo apenado al ver a Shu aturdido por mi grito.

-Valt. Lo diré una última vez: fuera de mi camino- su mirada era ahora sombría y macabra. Como cuando se enoja -es más. Fuera de mi vida. No quiero volver a verte.

-Dame una razón para hacerlo. ¿Por qué te comportas así?

-¿Quieres saber por qué? Mis padres fueron a ese avión por mi culpa. Ellos me abandonaron, Valt. Se subieron a ese avión para viajar a otro país y jamas volver por mi. Ellos tenían razón ¿no lo ves? Los albinos somos señal de desgracia.

-Eso no es verdad.

-Si no es verdad, ¿por qué siempre que me acerco a alguien este acaba sufriendo, o bien, muerto?

Esta vez no supe que contestar. Shu, ya satisfecho por mi silencio, se soltó de mi agarre y caminó solo hasta el final del pasillo donde estaba la enfermería.

Shu Kurenai

Al llegar a la enfermería, la enfermera me llevó hasta una camilla para que me sentara.

Comenzó a revisar la herida de mi frente y, al descubrir que era grande y algo profunda, decidió cocerla.

-Quedaré quieto, cariño- me dijo la mujer mientras aplicaba un gel sobre la piel abierta de mi rostro. Rápidamente esa parte se entumeció.

Cerré los ojos cuando vi que la aguja se acercaba a mi cabeza, pero no sentí absolutamente nada. En menos de lo que canta un gallo la herida de mi frente ya estaba cerrada.

-¿Puedo volver a mi salón?

-Perdón, cariño, pero te enviaré a casa. Es mejor que descanses. Solo dime los teléfonos de tus padres y los llamaré para que vengan a recogerte.

Esa presión.

-Yo me voy solo, gracias- le dije amigable fingiendo una sonrisa que me fue correspondida inmediatamente, aunque la sonrisa de la enfermera era sincera.

La enfermera vendó mi cabeza lo suficiente para cubrir los puntos en mi frente, ya que de esa forma no se infectarían.

Fui a la dirección para avisar que iría a mi casa por un malestar y el director Shinoda me dio el permiso que necesitaba.

Caminé a mi casa cabizbajo. No tenía ganas de hacer nada. Quería entrenar, correr o cocinar, pero para lo único que doy es para acostarme en mi cama el resto de la tarde y dormir cómodamente para quitarme el dolor de cabeza.

Poco a poco el gel anestésico fue perdiendo efecto, haciendo que me llegara una ligera sensación de ardor en los puntos, pero no le di importancia en lo absoluto.

Todo por defenderteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora