Un pasado sin futuro

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La puerta se abrió dejando pasar un leve destello de luz que se esfumó con la misma velocidad. Levantó la cabeza con tanto esfuerzo que abrir los ojos fue toda una proeza. La imagen ante ella le repugnó tanto que sintió náuseas aún más intensas que las que tenía. Sus garras comenzaron a romper la piel de los dedos mientras sus colmillos se agrandaban.

Soltó un rugido utilizando toda su fuerza para llegar hasta la persona para desgarrarle la garganta. Su cuerpo comenzando la transformación, pero los grilletes oxidados alrededor de sus muñecas y tobillos le cortaron la circulación y la piel. El dolor recorrió su cuerpo como brazas de fuego cayendo de rodillas y jadeando sin fuerza.

Una sonrisa triunfadora cruzó los labios del alfa que se arrodilló y apartó el cabello sucio del demacrado rostro de la mujer.

-¿Cuántas veces hemos repetido este evento, mi hermosa reina?- limpió una gota de sangre que manchaba su mejilla para después levantar la mano y golpearla con un ruido seco.

La cabeza de la mujer golpeó el suelo irregular y se quedó allí sin moverse cerca del charco de su propia sangre seca.

El alfa frunció el ceño al ver la evidencia del aborto. Se acercó a la mujer y asentó una patada en su estómago ganándose un gemido de dolor del cuerpo a sus pies que se estremeció poniéndose en posición fetal. Un chorro viscoso de sangre negra salió de su boca, tociendo irremediablemente.

-Ni siquiera eres capaz de mantener un cachorro decente en ese vientre tuyo- Rudoc tenía los dientes apretados- Maldito el día que me case contigo. Lo único bueno fue tu lugar en la cúspide de la manada, pero ni siquiera tus hijos son lo suficientemente buenos para lo que tengo planeado. De quién debería deshacerme primero, si perdiste una cría, otra no hará la diferencia-

La omega a sus pies apretó su tobillo intentando otra vez transformarse, sabía que era inútil y solo le causaría más daño a su débil cuerpo, pero no podía quedarse de brazos cruzados, tenía que luchar.

¿La muerte de sus hijos? Todo menos eso. No conocía el rostro de ninguno, apenas recordaba el olor de cada uno, pero seguían siendo sus hijos. Recordaba vagamente de hacía unos días un leve olor familiar que la hizo gemir queriendo ir hacia él, aunque las cadenas se lo impidieron. Había llorado en silencio toda la noche añorando volverlo a sentir.

Rudoc apartó la mano con violencia y la agarró del vestido viejo y desgarrado alzándola en el aire y acercándola a su rostro.

-Más vale que prepares tu cuerpo, mi reina. Vendré dentro de poco a hacerte tener otro hijo mío-

La soltó y ella cayó otra vez al suelo, contra la pared. La puerta volvió a cerrarse levantando polvo a su alrededor y ella solo se quedó ahí, sumida en la oscuridad.

Cuanto tiempo llevaba ahí. Eso ya no lo sabía. 30, 40, 50 años, tal vez. Llevar la cuenta era algo que ya no hacía desde que había llegado a 25. Los recuerdos la volvieron a torturar como cada día. Por cada error cometido, por cada mala decisión tomada.

No podía decir que todo siempre había sido así. Había tenido una infancia feliz, exigente al ser la única hija del hermano del alfa después de una cadena mayormente de omegas, por lo que su linaje era considerado de los más extraños y puros. Eso tenía cosas buenas y malas, y las malas las había aprendido a la fuerza. Conoció a Rudoc cuando tenía cerca de los 18 años, apenas una cachorra consiente del mundo a su alrededor. Era un lobo prometedor, hijo de una amistad de su tío, el alfa. Las cosas como que se habían salido de control y sin proveerlo se vio casada con el 4 años más tarde. Una cosa era que le agradara y otra era que fuera su esposa, y más cuando él le llevaba 130 años. Aun joven para un lobo, demasiado adulto para ella.

Muchos habían celebrado la boda sin saber que sería el inicio de la decadencia de la manada. A los pocos años el alfa había fallecido de improvisto junto a su reina, dejando a su hermano a cargo de la manada hasta que apareciera un candidato digno de ser el alfa regente. Poco después, en un incendio de causas dudosas su familia entera había muerto, quedando ella apenas con vida y con la responsabilidad de la manada en sus hombros. Rudoc en todos esos momentos la había apoyado, consolándola.

Por 10 años había reinado la manada. 10 años que había hecho lo posible por mantener a todos los miembros reunido y lo había logrado. No sabía cómo, pero el respeto por parte de su gente fue un tema de conversación a lo largo de su mandato. Todo hasta que tuvo a su primer primogénito a una edad tan polémica como en sus treinta y tantos, ya que ni siquiera tenía la mayoría de edad, que se consideraba al cumplir los 50 y durante su primer celo. Al ser una omega aquello resultaba natural ser fértil a partir de los 30 totalmente diferente de las lobas normales.

Después de eso Rudoc había cambiado mucho. Tanto que el día que abrió los ojos y se vio encerrada no comprendía nada, aunque él fue muy ¨amable¨ de compartirle sus planes futuros y de paso los pasados que la incluyeron tanto a ella como a su fallecida familia. Desde ese día toda su vida había dado un vuelco, solo manteniéndola viva bajo la amenaza de la muerte de sus hijos y la mísera esperanza, de alguna vez volver a verlos. 

Cautiva del Alfa #1. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora