Lágrimas de hijo

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Hades soltó un sonoro jadeo. Aquella pelea se había tornado intensa. Tal vez no lo suficiente para cumplir sus expectativas pero si para sacarle el aliento. El alfa de la manada gris no era débil a pesar de su aspecto, estaba muy bien entrenado y su fuerza no era para sobrevalorar. Eso no quitaba que él llevara ventaja.

Había atacado varias veces al cuello logrando arrebatarle la cadena dejándola caer en las patas de Nicolás que ahora la cuidaba con su vida, aunque en el proceso había ganado varias heridas en su pecho y patas delanteras. Ahora ambos volvían como al inicio, uno frente al otro mostrando sus colmillos cubiertos de saliva burbujeante.

Nicolás retrocedió hasta donde el beta estaba, sentía la tensión en el ambiente y la presión le costaba respirar. Cuando dos machos alfas se retaban los lobos más débiles podían sentir su poder.

La pelea volvió a retomarse. Ambas bestias rodaron por el suelo hasta que Hades logró enterrar los dientes en el cuello de Rudoc y apretar hasta que la sangre salió a borbotones. El animal herido no se quedó sin hacer nada, sacudió sus patas en un intento de soltarse dejando una profunda herida en la sección izquierda de la mejilla del agresor. La sangre salpicó en su ojo de Hades segándolo por unos segundos, tiempo suficiente para que su contrario lograra soltarse y empujarlo, rodando nuevamente. 

Pero ya el alfa mayor se estaba cansando de los jueguitos y utilizando la fuerza de las patas traseras los empujó y volvió a morder su cuello asegurándose de morder bien profundo aunque no mortal.

Largos segundos después, el cuerpo de Rudoc cayó en el suelo sin moverse y Hades por fin pudo retroceder y sentarse en sus traseros para tomar aire. La sangre goteaba de su morro y se sacudía para quitarla. El lobo marrón que había estado al lado de su enemigo y que se había mantenido al margen de todo se acercó al cuerpo del alfa caído y olió sobre la cabeza moviéndola con el morro. De repente el lobo en el suelo se movió mordiendo por el pecho y derribándolo.

Nicolás se adelantó y empujó el lomo de su padre mientras lo apartaba de Rodrigo, su hermano mayor que se había quedado en shock por el ataque. Hades se puso ante los dos cachorros protegiéndolos esperando un nuevo ataque que no llegó. 

El animal se derrumbó inconsciente por las heridas y la pérdida de sangre. No moriría por aquello, no eran criaturas tan débiles, pero si le costaría recuperarse y tendrían que mantenerlo vivo hasta que el Consejo  decidiera su castigo por todos sus crímenes.

Por fin, el vencedor alzó la cabeza y soltó un aullido anunciando su victoria, declarándose el nuevo alfa de la manada.

***

Ella sintió el crujido de la puerta abierta y se estremeció. Otra vez su esposo había venido a violarla y hacerle dar a luz sin poder conocer después a su cachorro. Su cuerpo estaba tirado sobre el frío piso inmovilizada por los pesados grilletes que solo cortaban su piel. Esta vez estaba tan débil que no tenía fuerza para poner resistencia. Su tres sentidos fundamentales, oído, olfato y vista, estaban tan deteriorados que apenas podía saber lo que ocurría a su alrededor. Levantó la cabeza y divisó, entre una espesa bruma varias siluetas acercándose. 

Aspiró para saber a quién había traído consigo, tal vez al mismo doctor de siempre que se encargaba de mantenerla en condiciones para procrear, pero no. Aunque su olfato era débil podía reconocer sus asquerosas aromas y no eran ellos. En cambio un dulce olor dulce llegó a ella y su corazón comenzó a latir, no podía creerlo. 

Como toda madre, el olor de sus hijos era indescriptible, más dulce de lo normal, incluso podía diferenciarlos si hubieran miles de lobos más. Uno de ellos estaba allí. Uno de sus hijos estaba ante ella. Quiso emocionarse, decir algo, alzar sus brazos para enredarlo en su cuello pero apenas tenía energía y su conciencia se fue desvaneciendo poco a poco en contra de su voluntad.

Nicolás no pudo evitar que una lágrima escapara y corriera por su mejilla. Se arrodilló y agarró el cuerpo deteriorado de la loba que le lo había traído a este mundo. La imagen lo tenía impactado. Con la ligera luz que entraba en aquel lugar solo podía apreciar su piel casi pegada a los huesos, de un color grisáceo. Las enormes ojeras en su rostro maltratado. Los múltiples moretones en su piel apenas cubierta por un ligero vestido desgarrado. Y la sangre. Esa que bañaba su abdomen, piernas y manos. 

Deseó apretarla contra su pecho y darle su propia vida. Aquello era desgarrador de ver. ¿Cómo lo que había sido la reina de la manada podía haber sido llevada a aquello? Liam se arrodilló al frente y manteniendo una expresión neutral le extendió una manta de tela para cubrirla. Nicolás pudo ver como sus manos temblaban y el color abandonaba su mejilla.

Hades, parado en la entrada se había quedado sin habla. Cuando había oído la historia nunca se hubiera imaginado que las condiciones fueran tan tétricas ¿Cuánto había estado aquella mujer allí para quedar así? Los lobos podían estar semanas sin comer antes que se notaran cambios significativos en su cuerpo. 

La rabia se fue acumulando dentro de él. Sintió la mano de Leoxi en su hombro que acababa de llegar y fruncía el ceño. En su manada, las mujeres eran tan respetadas como los hombres y la violencia contra alguna de ellas, era penado con severidad. 

Por un momento, el impulso de volver y terminar con el trabajo inconcluso de dejar vivo a Rudoc sacudió cada fibra de su cuerpo, pero su hermano, lo detuvo aunque este también tenía los músculos tensos por la impotencia.

Reprimiendo un gruñido, caminó hacia donde Nicolás se demoraba demasiado en cubrir a la demacrada loba por el impacto de la imagen de su cuerpo. Se agachó y a pesar de las protestas de este y de las heridas aun frescas en su piel cargó en brazos a la mujer y se dirigió a la salida.

Porque desde ese momento ella era de él y no dejaría que nadie volviera a hacerle daño.

Cautiva del Alfa #1. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora