4

3.7K 483 100
                                    

Gilbert.

Llevo quince minutos despierto. Aunque en realidad no he conseguido dormir casi nada, no puedo dejar de pensar en mil y una cosas. La última vez que había ido a la escuela me había llevado mi papá, que estaba bien, sano. Y ahora él estaba en el hospital, y yo estaba a cargo de Lucy, que aunque era un amor, pero no era papá.

Miro el reloj en mi teléfono, las ocho cuarenta y cinco de la mañana. Las clases empiezan en veinte minutos pero no logro salir de mi cama, no quiero, pero me obligo. Son pasos que debo hacer, la vida es difícil, pero sigue.

El chorro de agua cae sobre mi cabeza a toda presión. No dejo de pensar en él, en papá despertándome con el desayuno listo, con una sonrisa y una broma en sus labios. El calor del agua me va relajando poco a poco, pero estoy muy cansado. Mis músculos están tensos y se me cierran los ojos, pero cierro el grifo muy a mi pesar, y salgo de la ducha.

No me tardo nada en estar listo, en diez minutos estoy vestido, y peinandome en el espejo. Sigo siendo yo, el mismo Gilbert de siempre, solo, pero igual después de todo. Respiro hondo y salgo de mi habitación.

Todo es igual, lo que me causa más tristeza todavía, el camino hacía la escuela es el mismo, mismas personas, mismas casas. Misma escuela, misma gente. Veo el reloj otra vez, 9:20. El horario de visita en el hospital empezó hace veinte minutos, me imagino a papá solo, y aunque tengo el edificio al que debería entrar frente a mí, me doy media vuelta y dirijo hacia el hospital.

Llego en menos de 15 minutos aunque está bastante lejos del lugar donde vivimos con papá, es el lado malo de la ciudad, lo único que nos alcanza en estos momentos, porque papá perdió su trabajo, y gastó todo lo que teníamos en su tratamiento.

Llego a la sala de espera y todo es igual que siempre, mismos doctores que me conocen y saludan, mismos pasillos. Mi vida se convirtió en un círculo, todo termina llevándome a lo mismo.

O eso pienso antes de que se abran las puertas del ascensor y escuche su voz. —Le estoy diciendo que no tengo seguro, porque mis papás están de viaje, y me estoy quedando con unos familiares, que ahora mismo están en un retiro con voto de silencio. No puedo molestarlos. —exclamó la misma chica con la que me había topado hace unos días. Estaba eufórica, su cara era aún más gestual que antes, y su ropa estaba sucia, y gastada. – Y a él no lo conozco, lo encontré tirado en la calle. Entonces no puedo decirte su nombre...

—Pequeña...—le contestó con calma el doctor Boyle— necesito información sobre él para poder registrarlo, y algo me dice que tú me estás mintiendo, porque juraría haberte visto en la calle con él. Está grave, realmente grave, y si no sabemos su grupo sanguíneo, ni antecedentes médicos todo será más difícil.

Ella negó con seguridad pero titubeó. Estaba mintiendo, yo sabía que estaba mintiendo, porque la había visto. ¿No sabía lo grave que era ocultar esos datos? —No lo conozco, de verdad...me está confundiendo, ¿no pueden hacerle exámenes o algo para saber esas cosas?

Estaba mal, realmente mal. Todo su cuerpo desprendía ansiedad mientras agarraba su cabello, antes trenzado y ahora suelto, con sus manos.

El doctor la miró por última vez con la misma cara que me ponía a mí, como si fuéramos dos pobres cachorritos abandonados. —Está bien, cualquier cosa te ¿notificaré...?

—Cordelia.

El doctor asinte y yo frunzo el ceño, estoy seguro de haberla escuchado decirse a sí misma otro nombre. —Te notificaré, Cordelia.

Ella asintió, y cuando el doctor estuvo fuera de su campo de visión, se dejó caer en la silla donde yo tantas veces me había sentado y ocultó su cabeza entre sus manos.

—Así que Cordelia...

Me miró con los ojos muy abiertos, y dudó antes de hablar. –Niño del café, ¿qué hac...qué haces aquí?

—Este hospital es como mi segunda casa, prácticamente vivo aquí. —me senté en la silla a su lado y bajé la voz– La pregunta es porqué tú estás aquí, con esa cara de preocupación, y mintiendo así. ¿Le pasó algo a tu amigo?

Endureció el gesto. –No es de tu incumbencia.

Auch.

–Quizás no, pero estoy metido en esto, porque le estás mintiendo a un doctor y poniendo en riesgo a un paciente. Es algo grave, Ann...bueno, Cordelia.

Me tapó la boca con una mano haciéndome callar y me miró con el ceño fruncido. —No sabes nada de mí, ni de Jerry, tampoco el porqué estoy haciendo esto, así que por favor, mantente con la boca cerrada y bien lejos de este tema.

Saqué la mano de su boca. —Así que se llama Jerry.

Pude ver desde afuera como se reprendía internamente. Qué fascinación me daba que todo se le notara, todo era perspectible en su rostro. –No. —levanté una ceja– bueno sí, pero no se lo dirás a nadie. Ni al doctor, ni a ti mismo, ni a tu almohada. Tú no me conoces, nunca nos hemos visto, ¿está claro? O juro que te haré llorar.

Más que miedo, su amenaza me dio ternura, tan pequeña y tratando de ser mala. —¿Estás amenazandome?

–Tómatelo como quieras, pero haré lo que sea por mi amigo, y te lo aseguro, lo que estoy haciendo es lo mejor.

Asentí, porque realmente le creí, no sé porqué, porque no la conozco, y estaba amenazando con hacerme llorar, pero creo que fue algo en sus ojos. Esa preocupación real, esa desesperación. La misma que yo siento cada vez que estoy solo en esta misma sala.

—Está bien. —se relajó y volvió a respirar con normalidad— pero solo si me dejas ayudarte.

Holaa, agradezco enormemente a las personita/os que han comentado, y votado por esta historia. Eso me impulsa a seguirla, y realmente tengo muchas ideas.

Aunque la historia no sigue la línea temporal de la original, tendrá mucho de ella más adelante. Ojalá les siga agrandando, besos. ♡

Anne Of The Present Donde viven las historias. Descúbrelo ahora