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Anne.

Me había despedido muchas veces a lo largo de mi vida y por esa misma razón, sabía que existían miles de formas de decir adiós.

A los seis años viví por primera vez lo que era perder algo que te hacía feliz cuando por fin una familia quiso adoptarme, y le dije adiós al orfanato que me había visto crecer. Luego de un año, al no encontrar lo que querían en mí, tuve que despedirme de ellos, de la casa roja con balcón, el gato negro y el columpio azul, para volver otra vez al orfanato. En ese momento supe que algunas despedidas se presentaban de golpe, como si te dieran algo que te hacía feliz para que lo vieras un segundo y al siguiente lo arrancaran de tus manos.

Después de esa instancia, fui adoptada a los nueve por una familia totalmente opuesta. Partiendo por el hecho de que ellos no veían en mí una hija, sino una persona que podía limpiar y hacer el papel de niñera de los seis hijos que tenían antes de mí, era algo, no alguien. Eso hizo que cuando llegó el momento en el que se cansaron de mí, no me doliera en lo absoluto. Viví el adiós sanador, el que rompe ataduras dañinas, y se siente como tomar aire después de estar apunto de ahogarte.

Volví al edificio gris durante un tiempo, y lo posterior ya es de conocimiento público. Choqué con la existencia de muchas personas, —y tuve que vivir muchas despedidas— en la calle con las que conviví hasta que di con Jerry, mi hermano y de las personas más importantes en toda mi vida, al que también tuve que decirle adiós. Pero esta vez había sido sólo una pausa en nuestras vidas, algo en mi interior siempre supo que nuestros caminos volverían a encontrarse, y así fue.

Luego lo viví con Sophie, mi compañera y la persona que me ayudó a sobrellevar esos meses nefastos. Y fue un adiós esperanzador, sabía que vendría acompañado de una infinidad de nuevos saludos.

Y aunque me consideraba experta en decir adiós, había podido definir todas las veces que perdí a alguien hasta que perdí a Gilbert.

No fue similar a nada, no sé si por el hecho de que yo ahora sí tenía esperanzas de que algo podía ser constante en mi vida, o porque fue repentino, pero se sintió como si hubieramos juntado todas los adiós anteriores, y a la vez no se parecía a ninguno en lo absoluto. Fue un proceso, lento y cambiante que para entenderlo, lo separaría en cinco fases y personalidades distintas.

Fase 1: Anne Cenicienta.
Duración: 6 meses.
Monólogo interno: La mente ocupada no extraña a nadie.

Este período fue el más sencillo y a la vez el más dañino, encontré miles de cosas para hacer y así no afrontar de golpe el hecho de que había tenido que decir adiós sin querer, y quizás para siempre.

Me concentré en estudiar para la escuela, —cosa que no sirvió de mucho, porque era de aprendizaje bastante rápido—. Prácticamente leí un libro diario, fui a casa de Diana más veces de las que me gustaría admitir, limpié mi habitación, todas las habitaciones de la casa y cada hoja de cada planta presente y abandonada por el padre ausente, Gilbert, que se fue sin pagar siquiera pensión.

Estoy segura que una de ellas está muriendo de tristeza, porque tres de sus hojas tienen manchitas ocres en los bordes. Agarro la planta del macetero y salgo de la habitación con ella cargada en mis brazos, para ir a preguntarle a Matthew o a la Jerry si saben el porqué está así la pobre, quizás le pegué mis malos sentimientos y no quiero cargar con su muerte en mi consciencia.

Camino por el pasillo apenas porque mi querida amiga pesa muchísimo, la acomodo bien en mis brazos y cuando alzo la vista otra vez para no darme contra el suelo, una mata de pelo castaño me intercepta.

Se nota que acaba de salir de la ducha porque está con el pelo aún mojado, y la ropa de trabajo en sus brazos. Cuando se da cuenta de mi existencia, frunce el seño.

Anne Of The Present Donde viven las historias. Descúbrelo ahora