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Anne.

La primera semana de toma del establecimiento fue caótica.

Hasta el momento habíamos juntado con éxito las firmas que necesitábamos para el cuórum, de hecho siempre que Audrey y Aline contaban la lista de inscripciones de la entrada, teníamos al menos el doble de las que habíamos implantado como mínimas para que la toma siguiera. El equipo de gestión había venido dos veces y por medio de una votación, los estudiantes nos habían seleccionado a Gilbert y a mí para hablar con ellos y tratar de llegar a un acuerdo.

Acuerdo que no sucedió ninguna de las dos veces.

Queremos una secretaria de género para que participe de un protocolo para gestionar denuncias de abusos, acoso, etc.

—No se puede.

También queremos un protocolo en contra de ataques clasistas y homofóbicos.

—Imposible.

Y elecciones para un Centro de Alumnos.

—Ese tipo de cosas no se hacen en esta institución.

También la restitución de Anne Shirley-Cuthbert.

—No podemos inscribir a esta altura del año a chicos a clases.

Negativas tras negativas, lo único bueno que habíamos conseguido, —y que dentro de todo no era menor— fue la destitución del director Kepner y que el Señor Phillips renunciara, y para el Ministro y los dueños de la escuela era suficiente para que bajaremos la toma y todo olvidado.

Pero tanto nosotros, como para los demás, no. Así que de eso, tres días y contando.

No habíamos tenido altercados mayores a alguna peleita pequeña, casi siempre por personas conscientes que sí estaban ayudando en la convivencia y en las tareas que necesitábamos hacer, discutiendo con alguien que venía sólo a ensuciar, sacarle fotos al lienzo, comer y postearlo en internet. Pero dentro de todo, yo no podía creer que las personas que yo había conocido hace unos meses limpiaban, cocinaban y gestionaban listas con un entusiasmo digno de Cenicientas.

Estábamos durmiendo en colchonetas de gimnasia, en la sala de profesores que habíamos habilitado como dormitorio, todos juntitos. Lo que no hubiera estado tan mal si no fuera porque Moody roncaba como un tren de carga, Sadie hablaba dormida y uno de los delegados de un curso abajo del mío se movía como culebra y hacía resonar el material de la colchoneta con sus piernas una y otra vez toda la noche.

Traté de moverme a un lado, pero tenía dos centímetros entre mi cuerpo y el de Diana, así que mucho espacio para la comodidad no había. Quise gritar por la ansiedad que me daba no poder dormir sabiendo que teníamos mañana reunión a las seis, pero en lugar de eso tranquilicé mi psiquis, el de mis Mini Anne's y me ladeé a un lado para levantarme del suelo con cuidado de no meter ningún ruido.

Saqué del costado una de las chaquetas enormes que Jerry me había traído hace unos días con algunas cosas que mandó Marilla, miré en dirección a la colchoneta de los chicos a ver si Gilbert tampoco podía dormir por los ruiditos de su amigo, pero mi novio ya estaba en el décimo sueño.

Suspiré y me puse mis zapatillas, el frío caló por mis huesos al instante en el que di el primer paso hacia el patio, así que me cerré la chaqueta y caminé como pude con ayuda de la linterna hacia la cafetería. Necesitaba un té calentito que me dejara en coma urgente, o mi salud mental, mi buen humor y mis facultades del habla, la audición y la concentración, desaparecerían.

Un pensamiento inundó mi mente haciendo que comenzara prácticamente a trotar en lugar de caminar.

¿Y si habían fantasmas? ¿Y si este lugar era antes un cementerio de niños olvidados que querían venganza?

Anne Of The Present Donde viven las historias. Descúbrelo ahora