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Anne.

Ver a Gilbert otra vez equivalía en mi cabeza a la representación exacta de ver el miedo a los ojos.

Como si ya no tuviera dieciséis, sino nueve otra vez, con pesadillas sobre qué monstruos podían salir de la oscuridad cuando iba de madrugada a buscar un vaso de agua. Entonces, aunque me latiera rápido el corazón y mi respiración estuviera agitada, iba hacia el interruptor de luz, y lo apretaba para que la estancia tuviera la claridez suficiente como para percibir si esas criaturas estaban o no, para decirme a mí misma que tenía que luchar contra ellas, o que estaba a salvo.

Y en eso difieren estos dos sucesos que en mi perspectiva son la representación gráfica de cómo los miedos mutan y crecen con nosotros. En que los monstruos no estaban, eran producto de mi imaginación inocente, pero Gilbert era muy real.

Y no sólo eso, sino que había vuelto.

Pero fuera de sentir ese alivio que te produce el saber que estás sola en la estancia, yo sólo podía sentir nostalgia al notar que todo esto era como si los dos hubiéramos estado viviendo vidas paralelas, sin saber que íbamos el uno al lado del otro, como almas afines en tiempos afines, para encontrarnos al final de esas vidas.

Sólo que yo en mi vida paralela había cambiado, creía que habíamos llegado impuntuales al perdón, también que ahora teníamos que encontrarnos en otros caminos, porque lo que teníamos había avanzado sin nosotros.

Porque se nos había hecho tarde, sumamente tarde.

Mientras caminaba por las mismas calles de siempre, después de repetir el reencuentro miles de veces en mi cabeza, sólo pude pensar en cómo el tiempo es un arma de doble filo, y que tal vez a veces podemos llegar a un punto en nuestras vidas del que es muy difícil volver, por esa misma razón.

Porque se nos hace tarde.

—¿Y Marilla? —vociferé abriendo la puerta del invernadero con tanta fuerza que estoy segura que estuve apunto de dejarla giratoria—. ¿Sigue acostada?

—Creo que aún no despierta, se tomó unos calmantes para dormir anoche. —expresó Matthew regalándome una mirada triste que luego mutó a una confundida al verme tan agitada—. Deberías estar en la escuela... ¿llegaste corriendo?

Asentí dándole la espalda. —Luego te explico, se hace tarde.

Corrí otra vez, y aunque seguramente en un día normal me hubiera cansado, no sentía ni un mínimo desgaste físico. Estuve como en automático todo el camino, y más aún cuando abrí la puerta de la habitación de Marilla con el mismo entusiasmo que antes en el invernadero.

La vi despierta, con los ojos fijos en el techo de madera. —No tengo ganas de almorzar, Matthew.

—No soy Matthew. —expresé con severidad y ella posó los ojos en mí.

—¿Qué haces...? —preguntó con el seño fruncido, tomando asiento con lentitud—. Anne, ¿qué haces fuera de la escuela?

—Se te hace tarde. —ignoré su pregunta y di un paso dentro de la habitación—. Se te hace muy tarde hace mucho tiempo, y lo sabes, pero en lugar de hacer algo, estás mirando como eso sucede con las manos atadas.

Pestañeó confundida. —¿Qué...?

—Estás triste por John. —dejé salir las palabras con claridad una a una, había tratado de ayudarla a sanar con pasividad y amor, pero no había obtenido frutos, quizás necesitaba esto—. Matthew lo sabe, Jerry también, yo, y todas las personas que te queremos lo sabemos. Y más importante aún, yo sé que tú lo sabes, porque eres inteligente y notas que no es una simple jaqueca la que te mantiene amarrada a la cama por días enteros. Sino que estás deprimida, sumamente deprimida de hecho.

Anne Of The Present Donde viven las historias. Descúbrelo ahora