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Gilbert.

Nos subimos en un Translink en total silencio, algo para nada raro porque tal como compartíamos muchas charlas, también por momentos nos inundaban silencios. Saqué mi teléfono de la mochila y Anne apartó la vista de la ventana para mirarme a mí con el brillo que siempre tenían sus ojos cuando algo le causaba curiosidad.

—Un teléfono. —le comenté mientras desenredaba mis audífonos.

—Si sé—respondió— los he visto, no vivo en Marte.

Sonreí, era obvio que se pondría a la defensiva, siempre lo hacía cuando dudaba de su inteligencia o de las cosas que conocía. Estiré el auricular izquierdo hacia ella, lo miró como si fuera una varita de Harry Potter, o algo sumamente mágico, pero al verme ponerlo en mi oído, hizo lo mismo.

Desbloqueé el celular y busqué entre mi música bajo la atenta y curiosa mirada de ella.

Empezó a sonar Ed Maverick y Anne parpadeó un poco confundida unos segundos pero después me sonrió a labios cerrados.

—Me siento en un cuento de hadas de los que leía cuando recién descubrí la biblioteca del señor Roods. —soltó unos segundos con un entusiasmo digno de niña pequeña en juguetería cuando nos acercamos a Avonlea. —Creo que nunca había visto tantos árboles juntos, ni tantas bibliotecas...

Se acercó a la ventana un poco más como si unos centímetros a la izquierda pudieran darle mayor visibilidad y sonreí cuando no podía verme y estaba ensimismada en sus pensamientos y en el paisaje a través de la ventana. Y como si fuera una frase caída del cielo, de pronto Ed dijo algo que describía la situación a la perfección.

Yo las canciones y tú la magia.

Al bajarnos del bus Anne se volteaba, levantaba la cabeza al cielo, miraba de izquierda a derecha, para poder ver todo con detalle.

—¿No es hermoso? —dijo deteniendose y tocando con su mano un ciruelo— ¿En qué le hace pensar este árbol tan blanco y lleno de flores? —preguntó.

No me dió tiempo de responder. —En una novia... una novia toda de blanco con un hermoso velo gigante. —acarició el árbol pero unos segundos después salió de la ensoñación con un parpadeo y comenzó a caminar otra vez—Perdón...me dejé llevar, soy una ridícula.

Fruncí el ceño. —A mí me parece más un anciano con cabello blanco.

Me miró con ternura, y con sus ojos más brillantes que nunca mientras llegábamos a mi casa.

—Bienvenida a mi humilde morada. —dije abriendo el portón. Ella miraba todo con un entusiasmo que desbordaba por sus poros.

—Wow. —exclamó después de un lapso de tiempo mientras caminábamos por el jardín —Es la casa más grande y maravillosa que he visto en toda mi vida, y seguramente en todas las vidas terrenales anteriores. Todo es...tan verde.

—Eso porque no has visto la de Los Barry. —le contesté sonriendo.

Abrió mucho los ojos. —¿Tienen una casa más grande que ésta?

Asentí. —Una casa tres veces más grande que ésta.

Casi pude ver como los engranajes de su cerebro funcionaban tratando se imaginar la mansión enorme de los Barry.

Al entrar a la casa Lucy sale del umbral de la cocina para recibirnos. Su cabello canoso cae sobre sus hombros suelto en muchas ondas, y me mira con ternura, una ternura que cambia al ver a Anne junto a mí. —Gilbert, llegaste temprano. —comenta y luego se dirige a la pelirroja junto a mí. —Y con una amiga...

Anne Of The Present Donde viven las historias. Descúbrelo ahora