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Anne.

Deslice la pantalla de inicio o la pantalla de aplicaciones hacia la izquierda o derecha para ver otro panel. Deslice la pantalla hacia arriba o abajo para desplazarse a lo largo de una página Web o una lista, como por ejemplo la lista de contactos.

¿Panel? ¿Cómo el de abejas...?

—Has leído el manual tres veces, Anne. —gruñó Jerry desde mi cama, donde en lugar de sentarse como alguien normal, tenía sus pies sucios sobre mi pared blanca y la cabeza colgando hacia el suelo— ¿puedes ya prenderlo como alguien normal? Me aburro.

—Es para saber totalmente sus funciones. —le respondí con hostilidad —Pero podría hacerlo sin ayuda, es un teléfono tonto y ya.

—Ajá.

Miré hacia el motivo de mi confusión otra vez, ahora ladeando un poco la cabeza hacia la izquierda, no me pregunten porqué pensé que quizás lo entendería mejor así, después de verlo de miles de ángulos distintos, yo aún no entendía cómo eso podría ayudarme.

—Bien. —suspiré tomando por fin el liviano aparatito, con lentitud por el miedo a romperlo—. Aquí voy.

Marilla me había despertado esta mañana con su amabilidad latente, —pero ya menos arcoíris flores, amor— y me había dado una cajita del tamaño de mi mano con emoción. Pensé en todas las posibilidades, un collar, unos aretes, una pulsera de los colores monocromáticos más bellos. Pero nada de eso, al abrirlo me vi cara a cara, o mejor dicho cara a.. ¿metal? —¿con qué se hacían estas cosas?— con mi mayor enemigo: Un teléfono.

Volteé con máximo cuidado el rectángulo y comencé a inspeccionar las teclas tratando de recordar para qué eran: El de arriba y que era pequeñito, para prender. El que era como dos de esos pequeñitos juntos, volumen, ¿el de arriba era para subir o el de abajo era para subir? Entrecerré los ojos y lo acerqué aún más a mí, si yo fuera una fabricante de aparatitos, ¿en cuál de los dos subiría el volumen...?

—¡Ya préndelo! —me gritó el francés más desagradable del universo haciéndome sobresaltar y arrojar el teléfono al suelo en un sonido sordo que hizo que mi corazón dejara de latir. —Mon dieu. Nos van a asesinar.

—No, no... —abrí mucho los ojos arrodillandome frente al rectángulo blanco y él se incorporó de la cama mirando sobre mi hombro igual de asustado. Sabíamos que aunque Marilla ahora era una versión mucho más tierna de sí misma, seguramente igual se enojaría si le informaramos que habíamos roto el teléfono a las dos horas de que me lo hubiera regalado.

Puse los labios en una línea, y comencé a estirar el brazo con lentitud hacia el objeto, que rogaba, no estuviera roto. Jerry se incorporó justo a mis espaldas, su respiración topando con mi cuello descubierto.

—¿Podrías dejar de respirarme en la nuca? —lo reprendí volteando hacia él.

—Es que tengo miedo. —me confesó en un susurro—. ¿Recuerdas cómo se puso Marilla en la cena de...?

—Sí. —lo interrumpí mirándolo austera—. Créeme que lo recuerdo perfectamente, pero eso no cambiará porque estés sacándole brillo con tu respiración a mi cuello, ¡así que aléjate para tratar de pensar en lo importante!

—¿Lo importante?

—El aparatito del diab....—pensé en cómo había leído un libro sobre lo importante de expulsar cosas buenas para recibir lo mismo, así que me golpeé mentalmente: —el teléfono, el lindo teléfonito que no estará roto.

Mi amigo asintió volviendo a su lugar y yo estiré otra vez mi mano hacia el aparatito lindo mordiendo mi labio inferior por el nerviosismo y el miedo que sentía en mi interior.

Anne Of The Present Donde viven las historias. Descúbrelo ahora