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Gilbert.

Al día siguiente de la fogata por el cumpleaños de Sadie me desperté con una sensación extraña en el estómago, como si hasta ese entonces no hubiera medido la magnitud de los problemas que podemos llegar a tener los adolescentes sólo por no saber amar de buena manera a quiénes deberíamos.

Pero por suerte o desgracia, con el tiempo todos descubrimos que amar con todo lo que somos no quiere decir precisamente que amamos bien y que el amor que duele en realidad no es amor.

Lo vimos con Josie, con Aline, con Audrey, y ahora con Diana.

—¿Cómo estás? —le pregunté cuando casualmente los dos entramos al mismo tiempo a la sala de reuniones del centro.

La mayor de los Barry soltó un bufido. —Aún un poco perpleja y sin poder explicarme qué sucedió realmente...pero mejor, mucho mejor.

Asentí comprensivo y posé una mano en su hombro. —Cualquier cosa que necesites no dudes en hablarme.

Sonrió. —Gracias, Gilbert.

Hoy no era el día que teníamos estipulado para juntarnos como centro —ya que era finde semana y todos estábamos un poco destruidos por lo poco que habíamos dormido el día anterior—, pero Prissy nos había llamado a todos diciéndonos que era urgente e impostergable, así que aquí estábamos, esperando a los demás porque al parecer sólo Diana y yo éramos puntuales.

—¡Lo siento muchísimo! Marilla tenía que entregar unos vestidos de su colección hoy y me pidió que... —expresó a toda prisa una voz apasionada y expresiva que yo conocía a la perfección, pero que se detuvo en seco al vernos en los asientos sólo a la pelinegra y a mí—. ¿Nadie más ha llegado?

Negué. —Llevamos diez minutos aquí.

Frunció el seño sin mirarme a los ojos. —Vine corriendo luego de ayudar a Marilla. De hecho empujé a un pobre niño, e hice que arrojara al suelo un pastelito, así que tuve que correr otra vez para ir a la panadería y comprarle otro, porque me sentí muy mal. El pastel me costó un ojo de la cara.

—¿Era rico al menos? —preguntó Diana desde su silla, tratando de bromear con ella.

—No lo sé, nisiquiera pude probarlo. —expresó la ojiazul arrojándose literalmente en su lugar—. No hemos cambiado el mundo por este nivel de falta de compromiso. De eso estoy segura.

—Ya llegarán. —traté de calmar su ánimo, obteniendo sólo una mirada de reojo.

Eso me enojó.

No podía sólo besarme y después fingir que nada había pasado como la primera vez, ya no éramos unos niños y claramente teníamos mucha historia como para siquiera dudar en generar una conversación sobre nuestros sentimientos.

Yo ya no hacía esas cosas, no corría de mis problemas o confusiones, los aclaraba.

Ese pensamiento me llevó a levantarme de la silla y caminar hacia ella. —¿Podemos hablar?

No apartó la mirada de las hojas que había sacado de su mochila, pero noté lo tensa que se puso al instante. —¿De qué?

Tomé su mentón delicadamente con mi pulgar, obligándola a mirarme a los ojos. —Tú sabes de qué.

Tragó y pestañeó totalmente confundida ante mi acción. Pero luego de unos segundos en los que ninguno apartó sus ojos del otro, terminó asintiendo. —¿Cuando termine la reunión?

Solté mi agarre cuando escuché la risa de Ruby desde el pasillo. —Bien.

—¡No se imaginan lo que nos acaba de pasar! —exclamó nada más llegar la rubia, yo volví a mi asiento sin despegar mis ojos de Anne—. El amargado Ed nos regaló donas con nuestros cafés sólo porque Winifred estaba con nosotros, ¡hasta titubeó al verla! ¡El mismísimo Ed Burns!

Anne Of The Present Donde viven las historias. Descúbrelo ahora