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Anne.

Era plena mañana cuando los rayos provenientes de mi ventana me despertaron. Jamás había tenido una ventana en mi habitación, bueno, partiendo por el hecho de que jamás había tenido una habitación propia.
Me sentí desorientada unos segundos sin saber dónde estaba y porqué todo eran tan blanco. Y pronto mi cerebro hizo click. ¿Me había muerto? ¿Por eso todo era tan blanco?

Me levanté de un salto de la cama y crucé la habitación. Alcé la ventana, dura y ruidosa, como si no hubiera sido abierta durante largo
tiempo, y ésta quedó tan encajada que no hizo falta asegurarla. Miré confusamente tras ella y noté que había un cerezo en flor. Si yo muriera, me gustaría que hubiera un cerezo...

No, no... Aún no he vivido nada, nunca había tenido una casa, una familia. De hecho nunca había tenido nisiquiera un gatito.

Caí de rodillas y contemplé la mañana de junio, —o el mes que fuera, ¿en el cielo existirán los meses?— con los ojos brillantes al pensar en el fin. Comencé a llorar, tenía tanto por vivir, nisiquiera había podido despedirme de Jerry, nada.

Permanecí arrodillada, perdida para todo excepto para mis pensamientos sobre mi pronta muerte. ¿Cómo había muerto? Esperé que de alguna forma romántica, o al menos memorable...Estaba ensimismada pensando en porqué no tenía alas si era un ángel cuando una mano se posó en mi hombro devolviendome a la realidad.

—Es hora de que te vistas —dijo severamente Marilla poniendo ropa sobre mi cama.

Me puse en pie, aspirando profundamente. —¿Cómo?

—Que debes vestirte. —dijo nuevamente mirando extrañada las lágrimas sobre mis ojos–. ¿Porqué lloras?

—Oh —solté dramáticamente poniendo una mano sobre mi pecho, mientras mis lagrimas aún caían una a una—. Aún no era mi tiempo de morir, ángel....yo, soy tan pequeña...

—¿Qué cosas dices, niña? —exclamó negando con la cabeza.

Dejé de llorar. —¿No eres un ángel?

Negó.

—¿No estoy muerta?

—No, no estás muerta. ¿Qué dices? —repitió Marilla con el entrecejo fruncido.

—Ah... —fue todo lo que pude decir, y me levanté del suelo en un salto, pasando mis manos sobre mi ropa, al mismo tiempo que una risa tonta salía de mi boca. Miré a mi alrededor otra vez, y mis neuronas por fin hicieron sinapsis entendiendo dónde estaba—. Green Gables, ¿no?

Marilla asintió. —Hace cuatro días que estás en Green Gables, Anne.

Y comenzó a salir de la habitación lentamente mirándome como si estuviera loca. Cuando estaba en el marco de la puerta se volvió a mí. —El desayuno está servido, niña... Eh, y te dejé el uniforme sobre tu cama. Te levanté tan temprano porque supuse que querías tener tiempo para prepararte.

Asentí. —Gracias.

Me regaló una minúscula sonrisa, y caminó por el pasillo, pero antes de desaparecer por las escaleras, se volvió hacia mí regalándome una mirada perpleja otra vez, como tratando de corroborar que no estaba demente.

Miré la ropa sobre mi cama, había una falda de cuadros color azul, una blusa celeste bebé, unos calcetines largos y una chaqueta de vestir con botones dorados azul marino. Abajo habían unos zapatos negros como los que vestía Matthew. Era como si viviera en otra dimensión alternativa donde yo era un miembro de la nobleza yendo a una escuela de dinero.

Me pellizqué para poder abandonar la hipótesis de una muerte prematura cuando ya estuve vestida, con mi cabello cepillado y peinado en mis dos trenzas pegadas, la cara lavada y bajé las escaleras.

Anne Of The Present Donde viven las historias. Descúbrelo ahora