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Gilbert.

Siento que toma mucho tiempo poder entender el dolor ajeno y darnos cuenta que aparte de nuestra realidad, existen miles de realidades más. También soy creyente de que nunca vamos a entender totalmente estos dolores a menos que caminemos en esos pies, maltratados por recorrer descalzos un camino lleno de clavos opresivos.

Sabía que el mundo estaba mal desde muy pequeño, que sobre él existía un manto de superioridad que sólo privilegiaba a algunos, y que otros, tenían que luchar día a día por desprenderse de todo lo que ese manto implicaba.

Me lo había explicado siempre mi papá, pero una cosa es escucharlo y otra es toparse frente a frente con esa realidad a veces tan distante, tan difusa.

La primera vez que sentí que ese manto de privilegios estaba sobre mis hombros fue al conocer a Anne, ver que yo tenía un techo, una familia y comida caliente esperándome y ella no. Luego con lo que pasó con Jossie, al saber que seguramente jamás iba a sentir el dolor que ella había sentido, porque estaba del otro lado del manto de privilegios.

Todas las otras veces vinieron con Bash.

Sabía que el primer clavo que tenía en su camino era la pobreza, vivir para trabajar, a mis ojos no es vivir realmente y él estaba obligado a eso. Tres horas de sueño, jornadas laborales extensas y exclavizadoras por un mísero sueldo, lo había vivido su papá, su abuelo y su mamá antes que él, y a sus ojos ya era una realidad.

Una realidad de mierda, pero una realidad después de todo y para mí no era raro, ya había visto lo que hacía la pobreza en otros y lo tenía más que claro. Pero no me había dado cuenta el porqué él en particular estaba envuelto en esa realidad.

Bueno, hasta esa tarde.

Estábamos terminando la jornada y guardando las sillas en el camión mientras escuchábamos a Ken Broothe en los altavoces. Ya casi no quedaba nadie en el parque, así que estábamos limpiando diez minutos antes.

—¿Un picnic? —me preguntó él con un indicio de diversión presente en su rostro siempre tan expresivo—. ¿Le hiciste un picnic?

Asentí terminando de barrer el alrededor. —Le pregunté cuál era su comida favorita a su mejor amiga y todo.

—Quién lo diría, el niño blanco sabe cocinar de alguna forma.

—Bueno... —dudé y él me miró con interés— así como cocinar, cocinar, no sé. Compré la comida envasada en un negocio y la puse en los platos.

Soltó una carcajada sonora. —Eso si lo explica mejor. ¿Al menos cortaste las frutas?

—Eh...

—No puedo creerlo. —otra carcajada, amaba molestarme— ¿la compraste cortada? ¿Compraste la maldita fruta cortada las tres veces?

—Es más rica así.

Frunció el seño. —¿Porqué que la fruta esté o no esté cortada influiría en el sabor...?

En ese momento justo llegó un cliente y me salvó de la emboscada, arrojé el delantal que colgaba en mi hombro directo al rostro de Bash. —Atiende mejor, experto culinario.

—Al menos yo sí sé cortar fruta. —agregó riendo por tercera vez con burla, y caminó hacia el señor que miraba con atención la vitrina—. Hola, ¿desea algo?

Yo seguí barriendo al rededor de la última mesa, era impresionante la cantidad de comida que podían botar al suelo las personas al comer.

—Sí...eh, una hamburguesa... —su voz sonaba perturbada, supuse que era un poco tímido.

Anne Of The Present Donde viven las historias. Descúbrelo ahora