13

2.6K 339 98
                                    

Anne.

Al ver el edificio gris frente a mí comienza a invadirme un hormigueo, una sensación de vacío que me nace en la articulación de la mandíbula y me baja por la garganta y por el pecho hasta instalarse en la boca del estómago. Quiero correr, llorar, patalear hasta volver el tiempo atrás, pero no lo hago, me trago la tristeza y entro con la cabeza en alto, ya no soy la niña que era cuando salí de aquí, viví mucho, soy mucho más fuerte.

Apreto la bolsa negra donde están todas mis pertenencias terrenales con más fuerza, hasta que mis nudillos están blancos, y entro con pasos seguros a el oscuro lugar.

Me recibe la directora, estaba tal cual la recordaba, mismo ceño fruncido, mismas arrugas, quizás el pelo más corto, pero por lo demás, era la misma nefasta mujer. Su oficina y la del personal estaba en la planta baja, junto a las escaleras, los comedores en las salas traseras y las habitaciones arriba.

—Shirley. —susurró con un tono despectivo mirándome de arriba a abajo— misma niña, nunca pensé que podrías estar más flacucha y fea aún.

En cuanto llegó junto a nosotras la asistente social adoptó una sonrisa y me abrazó con fuerza. —Mi niña. Te extrañamos tanto aquí.

Asentí mordiéndome la lengua y la dejé hacer el show, después de todo no serviría de nada adoptar una postura altanera. Puse una sonrisa incómoda.

La rubia asistente sonrió. —Qué alegría me dan los reencuentros. ¿Viste, Anne? te dije que todo iría bien.

Solté un ruidito para mostrarme de acuerdo y me alejé del cuerpo de la mujer.

—La Coordinadora de tu módulo te espera en el comedor. —exclamó con un tono de amabilidad tan falso la Señora Collins que no podía creer que la asistente se lo creyera.

—¿Hannah?

Negó. —Se llama Sophia Hassler llegó hace unos meses, la reconocerás al instante, es flacucha como tú. —se rió al darse cuenta que no era un comentario amable, y me pasó la mano por el cabello juguetona, la asistente se unió a su carcajada —Cabello negro, joven. Es un amor de niña.

Asentí con una mínima alegría, Hannah era detestable, incluso peor que la directora, nos pellizcaba cada vez que no hacíamos caso y nos quitaba las mantas en la noche si emitimos cualquier indicio de llanto. Seguramente Sophia era igual si era del agrado de la directora, pero mientras no nos golpeara...

—Ve, Anne. –me invitó la rubia —Vendré en unas semanas a ver que todo esté en orden y para darte otra dosis de vitaminas. 

Spoiler: nunca vino de nuevo.

Las semanas pasaron, traté de mantener lo más lejana a Tara y sus amigas pero siempre encontraban el modo de hacerme los días imposibles. Un día mi ropa y zapatos aparecieron colgados en los cables de la luz, otro día toda mi ropa de cama doblada y unida en nudos, me empujaban al pasar y dejaban notas como "Ann la vagabunda pulgosa" en mi cama. Yo solo corregía las notas poniéndole una E mayúscula después de las enes, ¿porqué nunca nadie escribía bien mi nombre?

La señorita Sophie, a pesar de mis prejuicios, era un amor. Siempre que veía estas acciones las paraba y si podía probar que ellas lo hacían, castigaba a las niñas y obligaba a que me pidieran perdón. Me ayudó enormemente a sobrellevar esto de alguna forma, a veces nos sentábamos en el jardín y me contaba historias de su vida, como ella también había vivido en pobreza y estudió para poder ayudar a los niños, como se llevó una enorme sorpresa al ver cómo se manejaba este lugar, historias de los viajes de sus abuelos antes de irse a la quiebra, y sus viajes imaginarios a través de libros, eso nos unía más que nada, nuestra pasión por la literatura. Como juntaba dinero para su hija que estaba al sur del país con su esposo.

Me recordaba tanto a la señorita Temple en Jane Eyre, observación que había compartido con ella una noche que habíamos bebido té en su habitación. Sorprendida, me dijo que también le gustaba ese libro y me mostró su colección de ejemplares de miles de autores escondidos bajo su cama, y entre ellos el libro de Charlotte Bronte, que me prestó con amabilidad a pesar de mi negación.

Ella también recibía malos tratos de parte la directora, varias veces vi a la señora gritarle y hasta levantarle la mano. Entendí más adelante su sumisión, no tenía dinero para irse de este lugar, además debía ayudar a su familia.

Todo se mantuvo en armonía, o bueno, tanto como podía ser con las chicas rondando. No me habían intimidado directamente gracias a Sophie. Bueno, hasta esa mañana.

Me había levantado más tarde de lo normal, ya que la Señorita Hassler no había podido ir a despertarnos —porque estaba viendo una posible adopción de un niño de los edificios traseros, supe después— el olor a humo me produjo tos al instante, Tara y sus amigas estaban fumando en la ventana.

Al escuchar rudio escondieron el cigarrillo al instante hasta que supieron que trataba de mí
—No es más que la princesita Cordelia levantándose de sus tiernos y humildes aposentos.

Supe que no la tendría fácil, porque Tara se levantó y caminó a mi dirección. Me levanté y puse los zapatos.

–¿A dónde vas tan rápido, princesita? –exclamó y soltó el humo directo a mi rostro entrecerrando los ojos.

—A bañarme. —respondí seca mirándole directo a los ojos a pesar de que mi pecho subía y bajaba, ignore el nerviosismo y levanté la cabeza.

Pestañeó sorprendida y se cruzó de brazos. —¿Porqué me hablas?

Fruncí el ceño. —Tú me preguntaste.

—A ver, pequeñita Anne. —comenzó a caminar dando pequeños círculos a mi alrededor y volvió a soltar el humo en mi rostro. Tosí. —¿Te crees valiente solo por estar un tiempito en la calle?

Soltó una carcajada, sus amigas rieron también. Eran como loros, ella respiraba y ellas aplaudían y repetían. —Tan tierna. —me sobresalté cuando apartó el cabello de mi oreja, y susurró en ella. —El intento de monja de la Señorita Sophie no te ayudará. Haremos de tu estancia aquí un infierno, no hemos empezado porque estamos ocupada en otra cosa. —supe de qué se trataba, la niña que había llegado durante mi ausencia, había visto las miradas que le regalaban, y la mueca de terror que ella hacía cada vez que estaban cerca. Me mordió la oreja y me sobresalté dando un paso lejos de ella.

Soltó otra carcajada sonora, sus loros la imitaron. —Me voy. —dije caminando rápido por el pasillo hasta las escaleras. Escuché sus pasos unos segundos después y apresuré el paso.

—¡No dije que podías irte! —bajé las escaleras de dos en dos pero antes de poder bajar el último escalón una mano tiró de mi cabello hacia atrás con fuerza. Sentí el ardor pasar por todo mi cuerpo y luego mi cuerpo caer hacia atrás.

Mi cabeza se azotó en el frío pavimento y vi negro un segundo, luego el enojado rostro de Tara tomando de mi cabello con más fuerza y acercandola a su rostro. —¿A dónde ibas, sucia princesa? Te estaba hablando.

Traté de soltarme de su agarre con las manos y pasé a raguñarla en el intento. Sus amigas comenzaron a soltarme improperios, y ella me levantó del suelo desde el cabello, el dolor recorrió mi cabeza, y agarré mi cabello intentando menguar el dolor. —¿Me acabas de golpear? —preguntó sin esperar una respuesta, luego me soltó y empujó otra vez a los escalones y me golpeó con fuerza en la mejilla en el mismo momento en el que salían tres personas de la oficina, tomé mi rostro con las manos sintiendo el ardor correr por él y el calor acentuarse en mi mejilla.

—¡Tara! —gritó la Señorita Sophie y caminó hacia nosotras, me tomó un segundo levantar la vista, las tres niñas retrocedieron.

Pero no fue la cara de la Señorita Hassler la que apareció mi campo de visión y me levantó del suelo. Si no la de un hombre con chaqueta negra y gorro elegante del mismo color.

—¿Señor Cuthbert?

Anne Of The Present Donde viven las historias. Descúbrelo ahora