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Anne.

Estoy triste, desesperada y estancada; en una montaña rusa que parece no tener fin. Mis emociones son un caos que no hacen otra cosa que mezclarse con fuego, quemaduras y ardor. Mis ojos ven en negro; opaco y denso. No encuentro algo que me aliente a seguir adelante, pienso en posibilidades para que todo no termine de esta forma, pero por primera vez en mi vida, mi cerebro no tiene ideas descabelladas.

Quizás irme, despedirme de Jerry, después de haber dicho su apellido, de haberlo traicionado así y alejarme para no volver más, para que no me encuentren y me obliguen a volver a ese horrible lugar. Seguramente no me buscarían, o si, pero los primeros días y después dejarían de hacerlo, no valgo tanto como para perder tiempo y personal en encontrarme, ya que nadie me está esperando. Pero no tengo fuerzas para eso, no tengo fuerzas para nada.

Y es la soledad que siento al estar sentada en el espacio de concreto llamado jardín, —pero que de jardín tiene poco—, la que se encarga de llenarme de sal los ojos y la que me llena de odio el corazón; lo endurece como obsidiana.

Llega la trabajadora social después de casi dos horas, me ofrecen comida pero me niego, me hablan y no contesto, por primera vez en mi vida, no tengo nada que decir. Pienso, pienso y pienso.

—Luego iremos al orfanato, el mismo que te habíamos asignado, y hablaremos con la supervisora para que todo quede muy claro, y sea una buena instancia para ti, estaré todo el tiempo contigo. —sonrió la mujer alta y esbelta frente a mí, como si conociera lo que era vivir en un lugar así, miré su anillo con un diamante gigante, y tuve que pellizcar mi mano para no escupirle mil palabras para decirle que no sabía nada. —Los padres de Jerry llegaron hace una hora, estaba hablando de ellos y por eso no había podido venir. Se irá con ellos cuando le den el alta, que seguramente será pronto, porque todo salió bien. Me dijeron que si querías podías despedirte antes de que nos vayamos.

La miré por primera vez a los ojos, ella seguía con esa sonrisa en la cara y asentí. —Por favor.

Todo lo demás pasó muy rápido, chequeos, me hicieron exámenes y determinaron que estaba con deficiencia de nutrientes, me explicaron con palabras nada románticas y científicas lo que debíamos hacer para suplementarlo, pero en pocas palabras íbamos a aumentar gradualmente mis calorías, y debía tomar suplementos multivitamínicos. Asentí otra vez, si me hubieran dicho que íbamos a tatuarme en la frente una flecha roja gigante hubiera asentido.

Qué difícil es mantenerse positivo cuando todo te está saliendo mal.

Por fin después de varios trámites, varias preguntas y promesas que sabía que iban a durar menos del primer mes de estancia en el orfanato, estaba frente a la habitación de Jerry, mirándola fijo, como si esa puerta blanca significara algo más allá de lo material.

Cuando por fin entré, dos figuras se voltearon en mi dirección, y Jerry me miró desde la cama. Las identifiqué al instante, agradecí a mi memoria e imaginación, porque era igual a cómo las había representado en mi cabeza cuando mi amigo me hablaba de su familia las largas noches frías; frente a el fuego ardiente de la fogata.

Sentada en una silla blanca estaba Lisette Baynard, bella de una forma sumamente romántica, debajo de sus grandes ojos habían marcadas ojeras negras producto del cansancio de trabajar tantas horas en la costura y para mantener una casa y a tantos hijos. Delgada, y pequeña, con el cabello recogido en un moño alto me miraba con curiosidad. A su lado estaba el Señor Baynald, delgado pero de musculatura ancha por el trabajo pesado, con una barba incipiente y con la misma cara de cansancio que su esposa.
No había rastro de sus seis hermanos.

Al entrar se me olvidó hasta cómo caminar, y me dolió el estómago de nervios, pero luego posé la mirada en mi amigo y el corazón se me estuvo apunto de salir del pecho. —Jerry. —corrí hacia él y lo abracé por los lados con fuerza por la emoción pero se estremeció por el dolor. —Perdón.

Anne Of The Present Donde viven las historias. Descúbrelo ahora