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Anne.

Estoy dentro de una caja de cristal ahogandome en un líquido negro que se impregna en mi piel, logra que poco a poco el oxigeno abandone mi cuerpo. Aunque siento que sube a la velocidad de la luz, aún no me impide mirar la habitación blanca en la que estoy.

Trato de mentalizarme y buscar una forma para salir, pero sólo veo blanco. Paredes blancas, muebles blancos, un espejo con márgenes blancos que reflejan aún más la blancura del lugar y la figura de cuatro personas conocidas.

Tara se admira en un espejo y al instante la sala deja de ser blanca, para convertirse en la tan conocida habitación del orfanato. Le sonríe a su reflejo y se mira con narcisismo mientras otras tres niñas le dicen lo linda que está.

Yo misma estoy atrás de ella, vestida con una blusa y unos pantalones que me quedan sumamente grandes, les digo algo pero se muestran indiferentes, inmersas en elogiar a Tara.

—Anne—susurro como si fuera otra persona mientras el líquido negro sube por mí garganta —¡Anne! ¡Me estoy ahogando!

Pero no me inmuto, ni volteo hacía mí. Sigo suplicandole atención a alguien que claramente sólo tiene ojos para su reflejo. El líquido llega a mí boca y me paro de puntitas, me siento morir de la desesperación.

—¡Anne! —digo estirando la cabeza para respirar— Por favor...

De pronto el líquido se detiene, logró respirar. Y las chicas por fin se vuelven hacia la Anne fuera de la caja de cristal, y la miran con una sonrisa casi diabólica. —Si no es más que la princesa Cordelia... —susurra la rubia— tan tierna.

Tara asiente. —Y tan niña también. A ver, qué tendremos para ti el día de hoy...

De pronto se voltearon hacía mí, mirándome con expresiones frías.

—Mátala. —le susurra a mi otra versión Tara, muy cerca de ella, su aliento golpeando su cuello.

Se queda inmóvil, mirando mi cara, su cara. Tara suelta una risita.

—Ay, Anne. —dijo— Sabía que eras estúpida, pero no que eras tan estúpida. Estamos esperando, mátala. Es ella o tú.

Respiró hondo, cerró los ojos y apretó el vidrio, mirándome con las cejas apretadas de angustia.

—Buena niña. —la felicitaron las chicas al unísono.

—¡No! ¡Anne! —luché y golpeé el vidrio con desesperación pero ya era muy tarde, todo el oxígeno abandona mis pulmones y todo se vuelve negro.

Frío y horrible negro.

Desperté sobresaltada. —¿Jerry? —dije con un gemido. Casi no me salía la voz del pecho. —¿Jerry?

Apoyé mis rodillas contra mi pecho, sintiendo como éste se acumulaba de pánico y recordé que ya no estaba. No tenía a nadie más.

Siento el cuerpo frío, siento las partículas ardiendo, ansiando deshacerse de mí, de descomponerme, de hacerme polvo y borrarme la existencia.

El miedo me colma los pulmones y me quita el aire, me aterra la idea de quedarme encerrada en este espacio oscuro y pequeño. Empiezo a temblar y a abrazarme sin saber ni cómo, a susurrarme palabras ininteligibles que salen a borrones de mis dedos hasta mi boca. El estómago se me hunde en el vientre, apoyo mis piernas con aún más fuerza contra mí. Logro abrir la carpa antes de vomitar incluso lo poco que había comido esa noche.

Lloro, grito, tropiezo con el aire, y este me devuelve el eco de una voz apagada, casi olvidada, hasta silenciarme y lograr poder dormir otra vez.

Anne Of The Present Donde viven las historias. Descúbrelo ahora