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Anne.

Hace unos meses, que ahora lucen como una eternidad, fuimos con Jerry a una Avenida nada concurrida y bastante peligrosa, estaba al lado de un bar donde las personas desamparadas y tristes se emborrachan perdiendo totalmente la consciencia sobre cualquier importancia que pueda existir hacia su dinero. Lo que implica que si algo llama su atención, —como por ejemplo dos chicos haciendo malabares y banderas—, pueden darles todos los papeles verdes que hay en sus bolsillos sin pensarlo siquiera.

Era una regla no perdernos de vista, osea, no doblar a otras calles fuera de la 67. ¿Adivinan qué hice en una de esas ocasiones? Sí, doblé hacia la Avenida continúa, y al volver, Jerry no estaba por ninguna parte, lo busqué muerta de desesperación durante 10 minutos, en los que resulta que él me estaban viendo detrás de un poste de luz para asustarme por romper el trato.

¿Qué logré con esa experiencia? Sólo un molesto francés que cada vez que contaba la historia, —que ers todo el tiempo,  por cierto—imitaba mi cara de terror y búsqueda. 

Esa es la que tiene Gilbert cuando salgo del agua.

—¿Rompió la tele? —le pregunté divertida desarmando mis mojadas trenzas. Pero él no siguió mi broma, ni un indicio de sonrisa, posé una mano en su hombro. —¿Estás bien?

Negó y sus ojos que siempre me buscaban, no miraron en mi dirección. —Me acaba de llamar Lucy...papá sufrió una recaída.

Fue como si el decirlo en voz alta lo hubiera hecho real, en ese momento pestañeó confundido y comenzó correr con una habilidad sorprendente fuera de la playa.

—¿Qué pasó? —gritó Moody desde el agua, pero yo no le respondí y salí tras Gilbert.

La sala de espera del hospital era blanca, limpia y mil veces más sofisticada que la del público, pero lejos de proporcionarme una sensación de satisfacción tanto orden, me producía náuseas. O quizás lo que me causaba aversión no era la infraestructura, sino el estar hace tres horas notando las miradas fijas de Marilla, Lucy y Gilbert en la puerta de vidrio con las palabras 'No pasar' dibujadas en rojo sobre ella.

Puerta de la que en cualquier momento vendrían respuestas.

Acaricié la mejilla de mi novio con la mano. —Es fuerte.

Parpadeó confundido. —¿Qué?

—John, tu papá. —digo para reconfortarlo aunque el miedo presiona mi pecho con fuerza—. Es fuerte.

Me gustaría decir que eso lo ayudó de alguna manera, pero el sonido de la puerta abriéndose hace que se gire como lechuza. Deja de respirar hasta que se da cuenta que no es el doctor, y se desordena el cabello estresado, seguido por el sonido de su estómago gruñendo por hambre que interrumpe el silencio. —Siento como si estuviera en una maldita pesadilla.

—Lo sé, —tomo su mano y apoyo mi cabeza en su hombro—. lo sé.

Pasa otra hora en completo silencio sin noticias, además de las que Marilla, con la voz mecánica y apagada, nos informó al llegar. No hay visitas. El pulmón derecho se llenó de líquido, necesitan revisar lo antes posible o podía ser fatal.

Gilbert ahora está sentado en el suelo, mirando un punto fijo, solo aparta la vista para ver la puerta en busca del doctor. Yo estoy rodeando con mis brazos a Marilla cuando el estómago de mi novio vuelve a interrumpir el silencio.

—¿Quieres algo para comer? —le pregunto—. No has comido nada hace horas.

—No, gracias, Anne. —su voz es un susurro.

—Si quieres voy yo. —dice en mi dirección Matthew incorporándose, pero yo niego, no hay persona que necesite Marilla más que a él en estos momentos, es con el único que podría mostrar fragilidad. Él también lo sabe así que no se niega y estira dos billetes en mi dirección.

—Me demoraré 2 mini-minutos. —le aviso a Gilbert luego de darle un beso en la mejilla a Marilla, esto me recuerda a la vez que él hizo lo mismo por mí hace unos meses—. Traeré comida o se desmayarán.

—Gracias. —dice, pero su voz no representa agradecimiento, de hecho podría decirse que no representa absolutamente nada.

La fila de la cafetería es prácticamente inexistente así que, —aunque claramente no me demoro dos minutos— en menos de diez ya voy de vuelta en el ascensor más grande que he visto en mi vida, la bandeja de cafés en mis manos y una bolsa con la comida colgando en mi muñeca. Hay una música sonando en algún lugar de esta caja de acero, pienso en lo feliz e inadecuada que es para un hospital cuando las puertas se abren y mi corazón se detiene completamente.

He visto muchas injusticias en la vida, miles. Pero jamás algo tan doloroso como la escena que se vive a unos metros de mí.

Gilbert paralizado, aturdido. Como si hubiera recibido un golpe en la cabeza que lo hubiera dejado desorientado y sin saber ni dónde está. —¿Qué?

El doctor bajando la mirada a sus zapatos. —Hicimos todo lo que estaba en nuestras manos, pero sus pulmones colapsaron y...

Marilla se aferra al abrigo de Matthew.

No, no, por favor no..

Mi corazón late como las alas de un colibrí, quiero que deje de hacerlo, me repito que debo mantener la calma, pero cada vez bombea más fuerte contra mi pecho. Mis ojos arden y mi garganta está seca, de pronto siento ganas de salir corriendo, pero las puertas de metal comienzan a cerrarse y vuelvo a la realidad.

Lucy pone la mano sobre el hombro de Gilbert pero él la aparta. —No me toques como si mi papá...él no...

Pongo los cafés sobre la mesa de cristal, arrojo la bolsa de comida en el sofá, y a toda prisa corro la pequeña distancia que hay entre el ascensor y ellos.

—Gilbert. —digo tratando de tomar su rostro con mis manos pero él sólo niega una y otra vez con la cabeza, tratando de alejarse de mi agarre—. Mírame.

—Están equivocados —le grita histérico al doctor, sus manos tiemblan mientras lo apunta con un dedo— mi papá no puede...él no...

—Cariño... —expresa con la voz temblorosa Lucy antes de romper en llanto.

—No me hables como si mi papá...como si él...

—Gilbert, por favor mírame. —vuelvo a tratar de sostenerlo ahora con mucha más fuerza, hasta que por fin logro que me observe. —Gilbert.

Abre los ojos como platos buscando con desesperación respuestas en los míos. —Él no...

Asiento en su dirección mordiendo mi labio inferior para no llorar, y él por fin cae a la realidad.

Suelta el grito de dolor más desgarrador que he escuchado en toda mi vida.

Una gran parte de Gilbert y Marilla se fue con John Blythe.

La muerte logra eso en los que quedan vivos. 

Anne Of The Present Donde viven las historias. Descúbrelo ahora