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Anne.

La princesa Cordelia miraba por la ventana de su humilde castillo toda la naturaleza que la rodeaba, sabiendo que fuera de esos tranquilos páramos reinaba el caos.

Caos que de cierta forma había sido producido por ella misma.

Después de ir entregando los testimonios persona por persona, almacén por almacén, poste por poste, fue hora de irnos, sobretodo yo que tenía horario hasta las seis, así que corrimos todos hacia el rincón de Diana y nos desenmascaramos con la adrenalina a mil por ciento.

No sabríamos nada conciso hasta el lunes que nos tocaba ir nuevamente a la escuela, así que solo tocaba esperar y ver el pueblito arder, porque lo estaba haciendo, Matthew cuando cenamos nos contó que había una fila gigante de apoderados pidiendo respuesta fuera de la escuela.

—Anne, ¡vinieron Diana y Cole a verte! —me grita Marilla desde la primera planta, yo me dirijo hacia el espejo y suspiro.

Suspiro cada vez que me miro, casi como un acto reflejo. Mi reflejo, suspiro. Esta vez no es por las pecas que me salpican cada espacio de mi cara como si fueran moscas en un parabrisas, o por mi piel tan blanca y despojada de color. Suspiro por mi cabello rojo liso y aburrido, agarro una manta y me envuelvo con ella como si sirviera para ocultarme del mundo exterior.

—¡Anne! —vuelve a gritar, esta vez más cerca de las escaleras.

—¡Que suban! —contesto yo lanzándome dramáticamente a la cama— ¡Estoy sumamente angustiada a nivel espiritual!

Oigo un suspiro y luego las pisadas de los chicos por las escaleras, la puerta se abre.

—¿Anne? —me llama mi amiga con su tan conocida calmada voz, recorre la habitación y luego me encuentra hecha un ovillo sobre la cama— ¿Qué haces aún acostada? Es la una de la tarde.

—No estoy acostada, estoy en reposo. —chillo sonoramente y tapo mi rostro con la manta.

—¿Qué pasa? —cuestiona mi amigo.

Saco uno de mis ojos para poder mirarlo. —¿Porqué lo dices?

—Porque estás envuelta en una manta a la una de la tarde cuando el día está sumamente soleado y como si fueras una fajita, le gritas a Marilla que estás angustiada a nivel espiritual, tienes puesta ropa negra por primera vez desde que te conozco... ¿Por eso tal vez?

—Ah —respondo y me siento en la cama— Por eso.

Los dos se sientan también con aspecto entre preocupado y curioso.

—¿Y...? —me pregunta Diana con la voz de mamá que pone en estas situaciones— ¿Qué pasó?

—Estoy de luto.

—¿De luto? —Cole ladea la cabeza, como reflexionando la situación.

Suelto un gruñido sonoro y aferro las mantas más hacia mí. —Sí, de luto. Me dejaré perecer sobre esta cama hasta que la la luna se digne a dejar de traerme desgracias. ¿Qué le he hecho yo? ¡Siempre la miro con admiración y le hablo lindas palabras! ¡¿Qué quiere de mí?!

Diana se estira hacia mí y baja un poco la manta para verme a la cara. —Estás menstruando, ¿verdad?

Asiento. —Con una latente agonía.

—Eso lo explica. —añade y me quita las mantas que generan mi rincón de seguridad. —No puedes echarte a morir por eso, Anne Shirley. Somos mujeres empoderadas y que pueden con un dolorcito.

Chillo. —¡No! ¡Son parte de mi... mantitas calentitas no se vayan! —agarro un cojín y lo pongo en mi estómago, abrazandolo fuerte hacia mí— ¡¿un dolorcito?! ¡Están seruchandome internamente, Diana!

Anne Of The Present Donde viven las historias. Descúbrelo ahora