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Anne.

Al entrar a la escuela al día siguiente me prometí que sería mucho mejor que el anterior, no iba a meterme en problemas, sonreiría como loca y evitaría a las personas que no me agradaran a toda costa. Si Matthew y Marilla me recibían en su casa y pagaban la alta mensualidad, debía devolverles todo lo bueno siendo prácticamente personificación de un ángel. El director me había dado un ultimátum, no los llamó ni les comentó lo que había sucedido en la cafetería porque me comprometí a portarme bien, aunque según Cole nunca solucionaba estos problemas, aunque haya llamado seis veces la atención a un niño por lo mismo. Eso suponía mucho trabajo para él, entonces prefería evitarlo a toda costa.

Los chicos hablaban entre sí en grupos, se escuchaban risas y gritos por doquier, pero en el momento en el que comencé a caminar por los pasillos noté que algo no andaba bien. Las conversaciones se convirtieron en murmuraciones conjugadas y las miradas se comenzaron a voltear hacia mí, provocando que mis pasos se volvieran torpes, afirmé con más fuerza mi morral y me dije a mí misma que era cosa mía, que estaba paranoica.

Caminé a el casillero que me había asignado ayer Nate cuando lo vi después de ir a la oficina del director y puse mis cosas dentro lo más rápido que pude, quedándome solo con una cuaderno. Iba a cerrar el casillero cuando alguien tocó mi hombro, provocando que todo el pasillo se quedara en un silencio sepulcral y entonces supe que no eran imaginaciones mías.

Me volteé hacia la figura, era el chico de los rizos que había humillado a ese hombre ayer. Tragué.

—Hola —saludó sonriendo– lindo uniforme.

Hablaba con una suavidad que para nada calzaba con su apariencia, y la experiencia que había tenido con él. El cinismo de su tono me hizo desconfiar al instante, no contesté.

Algunos rieron a mi alrededor.

—¿Qué pasó? —preguntó con voz alzada, quería que los demás escucharan— ¿No te parece lindo tu uniforme?

Asentí confundida. —Es lindo.

Sonrió. —Sí, lástima no te queda, —respondió, más risas a mi alrededor— por tu cara y olor de huérfana, digo.

Una punzada de dolor se acentuó en mi pecho, mis labios comenzaron a temblar al escuchar todas las risas, y el enojo tomó el control de todo mi cuerpo. Pero no dejé que me intimidara, así que aunque quería hacerlo con todas las fuerzas, no bajé la mirada al suelo, sino que directo a sus ojos y di un paso al frente.

—Sí, soy huérfana, no es un secreto y tampoco me parece algo despectivo, así que déjame pasar, por favor.

Pero su cuerpo impidió que me fuera de ahí, di un paso atrás por su repentino movimiento. De pronto se unieron a él Billy y Jossie, amigos de Diana. Pensé que quizás lo iban a detener, pero ellos tenían sonrisas en su rostro.

—Podríamos hacerle unas modificaciones..—agregó la rubia, Billy soltó una risa estruendosa– para que quedé contigo. ¿No crees, Jack?

—Totalmente.

Quise rodearlo otra vez pero Billy me tiró del brazo hacia atrás y ladró en mi dirección. —Tranquila, perrito.

—A ver, qué tenemos por aquí... —dijo Jack, tomando un posillo transparente lleno de tierra, que abrió y arrojó en mi cabeza. –Para que muestres lo que realmente eres, vagabunda.

Tardé unos segundos en reaccionar, y me quedé estática en el lugar, con unas ganas de llorar impresionantes. Las risas y exclamaciones de sorpresa resonaron en mis oídos mientras veía como las tres figuras se iban por el pasillo. Me sentía en el orfanato otra vez.

Esquivar a el grupo de personas que se había acoplado para ver el espectáculo fue fácil, todos se hicieron a un lado para dejarme pasar, seguramente para no manchar sus perfectos uniformes con la tierra. Escuché la voz de una inspectora a mis espaldas llamándome, la ignoré y corrí al baño de la segunda planta.

Cerré la puerta de mi cubículo tomando una bocanada de aire para tranquilizarme. Tenía el corazón latiendo a mil por hora y un nudo en mi garganta por la impotencia.

Y cuando la tristeza se fue vino un enojo indescriptible que inundó mi ser, pensé en ir a la oficina del director pero recordé las palabras de Cole, no se involucraba jamás en esos temas, la inspectora los había visto así que seguramente estarían allí hoy y mañana como si nada pasara. Sacudí todo lo que pude la tierra de mi uniforme, desarmé mi trenza para sacudir mi cabello también y volví a hacerla. No iba a dejar que me vieran débil, ni que me arruinaran la instancia en la escuela, había vivido esto miles de veces sin dejarme caer, así respiré profundo y salí al pasillo.


—Anne. —exclamó Diana al verme entrar a la segunda clase, sin importarle que el profesor estuviera en su escritorio. —¿Estás bien? Me enteré de lo que pasó...

Asentí y tomé asiento junto a ella, las miradas de curiosidad seguían dirigidas hacia mí pero las ignoré, no iba a dejar que me afectaran.

—Lo siento tanto. —volvió a decir mirándome con los ojos tristes— No puedo creer que Jossie y Billy hayan participado en algo como eso, estoy segura que fue plan de Jack. Hablaré con ellos y los haré entrar en razón, para que vuelvas a sentarte con nosotros.

Negué abriendo mi cuaderno. —No es necesario, no quiero saber nada más de esas personas, ni de nadie tan enojado del corazón como para tratar de ridiculizar tanto a otro.

—Pero...

El profesor de matemáticas comenzó a dar la clase dando por finalizada nuestra charla.
No entendía nada de lo que explicaba, estaba muy atrasada y debía ponerme al tanto con urgencia o no pasaría el curso.

El resto de las clases estuvieron relativamente normales, pero mis pasos y movimientos seguían acompañados de una densa marea de murmullos y miradas. Me encontraba en el ojo de una guerra en la que no había pedido participar, y de la que no sabía nada.

Diana volvió a preguntarme cuando ya íbamos caminando con nuestras bandejas llenas de comida si estaba segura de no querer sentarme con ellos, y volví a negarme. Ni aunque me pagaran volvería a acercarme voluntariamente a ninguno.

Intenté sentarme en la orilla de una mesa, pero la chica de la silla de al lado dijo:

—Lo siento, está ocupado.

Me fui a una mesa vacía y comencé a comer en silencio, volvía a la típica y horrible soledad que había sentido en el orfanato muchas veces, comencé a extrañar a Jerry con todas mis fuerzas.

—¿Está ocupado este asiento? –levanté la vista y vi ante mi mesa a Cole sonriendo a labios cerrados con una bandeja llena de comida, varias personas lo miraron con sorpresa.

—No, siéntate. —sonreí en su dirección, él dejó la bandeja de comida sobre la mesa, y se sentó enfrente de mí.

—Supe lo que te hicieron. —dijo luego de un momento tragando el bocado de sus macarrones con queso– Jossie Pye les dijo a todos que si se hacían tus amigos no serían invitados a sus fiestas nunca más y correría la ley del hielo para ellos.

Suspiré dándole un bocado a mi sándwich. –No entiendo porqué se la agarró conmigo si no le hice nada.

—Así son.

—Supongo que sí —contesté desinteresada– ¿y que haces sentado conmigo? Se la agarrán contigo, ve, de verdad que entenderé.

Puso los ojos en blanco y alzó los hombros. –No hay nada que me preocupe menos. Además, me gusta tu compañía, y no necesito que los demás te quieran para quererte yo.

Miré a Diana comiendo con sus amigos y aunque no estaban entre ellos ni Billy, ni Jossie tuve una mala sensación de boca. Pero sonreí en dirección a Cole y él correspondió mi sonrisa.

Y supe que quizás la escuela podría ser un campo minado gracias a esas tres personas, que la vida podía ser dura y que podría tener miles de heridas pero que no estaba sola, que afuera habían más niños que se sentían igual que yo. Que en esta manada resistente llena de peculiaridad siempre terminaríamos encontrándonos, para mirarnos las heridas y cosernos los unos a los otros en verdadera y pura resistencia.

Anne Of The Present Donde viven las historias. Descúbrelo ahora