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Anne.

¿Alguna vez se han preguntado cuántas formas de matar a alguien se pueden pensar en 10 minutos? Yo les tengo la respuesta; siete. Imaginé a Gilbert Blythe ahogado, cayéndose desde la altura de una pirámide tan grande como su ego, lleno de agujas por todo el cuerpo como si fuera un muñeco vudú y hasta comido por una ballena. No me pregunten porqué una ballena, las Mini Anne's lo pensaron así, pero el punto es que si antes sentía enfado, ahora que me había llamado zanahoria adelante de todos, sentía un odio colérico hacia él.

Las Mini Anne's ya se habían aburrido de matar y revivir una y otra vez a los Mini Gilbert's así que todas estaban sentadas y con gesto hastiado en mini sillas iguales a la que yo estaba usando, grises y sin chiste. Comencé a mirar a mi alrededor; la oficina del director era la sala más lujosa que toda la escuela y eso era decir mucho, porque realmente la escuela parecía un museo por fuera, –y aunque jamás había entrado a un museo–, creo que se vería como este edificio por dentro también, o menos lindo aún. Escaleras enormes, casilleros y mesas sin ningún rayón, sillas acolchadas y salas más grandes que las habitaciones donde dormíamos diez personas en el orfanato, sala de música, de arte, de química.

Y ustedes se preguntarán, ¿cómo un pueblito como éste podía costear tantos lujos? yo también tuve la misma duda y se lo pregunté a Diana y la respuesta es simple: la iglesia asociada a este establecimiento tiene a lo largo de Canadá más acreditadores que las pecas de mi rostro, eso sumando a las familias adineradas hasta la médula que hacen donativos más que generosos cada vez que sus malcriados hijos cometen un error, y a la mensualidad. Mensualidad que aún no sé como los hermanos Cuthbert pueden pagar.

Pensar en el esfuerzo que debieron hacer me enfadó más aún, primer día y yo ya me había metido en problemas con dos personas de la escuela. Primer día y el profesor ya me había humillado adelante de todos. Primer día y ya llamaban a Matthew y Marilla para hablarles cosas malas de mí. Primer día y ya no tenía ganas de volver más.

—Espera sentado a que vengan por ti. —decía con seriedad una de las voces de la oficina del director mientras abría la puerta. Mi atención se posó al instante hacia el señor canoso de unos cuarenta años que caminaba ahora con elegancia hacia el oficinista. Y luego hacia el muchacho alto al que le había dado indicaciones y que se sentaba dos sillas de distancia de la mía–. Poe, voy a resolver unos temas y vuelvo.

—Señor Kepner, hay una niña esperándolo hace media hora aquí. –respondió el joven asistente con devoción mientras me señalaba con la cabeza, yo sonreí a labios cerrados tratando de parecer un angelito cuando los ojos del señor se posaron en mí.

Me miró como por dos milisegundos y le susurró algo que no pude oír a Poe, antes de irse. Yo entrecerré los ojos sin entender y luego caminé hacia el escritorio donde el joven volvía a sus asuntos en el computador frente a él.

—Hola. —dije con amabilidad alzando una mano hacia él, que miró pero no correspondió, guardé el saludo con vergüenza —Soy Anne Shirley, Anne con e al final...

—Qué bien. —respondió seco volviendo a teclear.

—Sí... —susurré más para mí, incómoda— Me gustaría tener un nombre más romántico como Cordelia, pero la vida es injusta...bueno, eso no importa. ¿Le quería preguntar si sabe cuánto tiempo más tengo que estar aquí? Llevo bastantes minutos, y aunque es una sala muy bonita, no tiene mucho campo para la imaginación.

El muchacho me miraba con una ceja alzada sin entender nada, me inspeccionó de arriba a abajo con aburrimiento y luego se detuvo en mis ojos otra vez. —Eh...el señor Kepner se tuvo que ir por algo urgente, pero ya vuelve. Tú espera sentada ahí, por favor. En silencio.

Anne Of The Present Donde viven las historias. Descúbrelo ahora