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Gilbert.

Volví al lugar donde crecí y estuve infinidades de veces. Pero aunque las calles eran tal como las recordaba, ya nada era igual.

Aunque claramente el frío de Alberta y el de
Avonlea es prácticamente el mismo, estoy muerto de frío, quizás por los recuerdos que a veces tienen el poder de congelarte. Pero me digo que está bien, que está más que bien todo y que el frío es algo mínimo y necesario, igual que el regresar donde tenemos el corazón y a los lugares que amamos.

Necesitamos tiempo, distancia y madurez, pero cuando llega el momento y observas frente a frente los lugares en los que viviste tanto, todo comienza a valer la pena si te das cuenta de que ahora puedes recordar el pasado con la nostalgia de tiempos felices, despreocupados, nada dolorosos.

Porque, después de todo, sanaste al fin.

Extraño a papá, muchísimo y creo que jamás dejaré de hacerlo. Pero no ya no lo recuerdo con tristeza...cuando pienso en él, pienso en lo orgulloso, afortunado y feliz que estoy al saber que fue papá, que tuve el privilegio de compartir mi vida con él, que puedo tener en mi mente todas las cosas que alcanzó a decirme y que me guían día a día cuando debo tomar alguna decisión y me pregunto: '¿Qué haría papá?

Aprendí de su fortaleza, su alegría, y también de sus heridas y fallas. Todo eso me hace sentir en paz, porque sé que dejó en Avonlea, en Alberta y en todos los lugares que pisó alguna vez, los recuerdos y la sabiduría que siempre emanaban de él.

Y eso es impagable.

—Odio el invierno canadiense. —expresó acunando sus gigantescos brazos cubiertos de capas de ropa Bash mientras caminabamos a casa—. Siempre quiere matarme. No sé porqué acepté venir, es una locura, ya estoy grande para seguir tomando decisiones impulsivas.

Yo sonreí y le pegué una palmada en la espalda tensa. —¿Qué sería la vida sin las decisiones impulsivas?

—Yo sólo necesito poner raíces en algún lugar. —me expresó mientras yo abría la puerta—. De preferencia en uno cálido y que no me mate de hipotermia.

Le mostré la casa y le pasé la habitación de papá. Entrar fue duro, pero ya había aprendido a convivir con lo que emanaban los pedacitos de papá repartidos por ahí hace mucho, así que como había dicho antes, no sentí dolor.

Eso se lo debo al tiempo que pasé en Alberta.

Traté de que Bash fuera a conocer el pueblo pero se rehusó totalmente, de hecho, me contó que no saldría hasta que terminara el asesino invierno.

Así que terminé yendo yo por mí parte a recorrer, mis pies llegaron hasta la casa de Moody que me abrió la puerta con un gesto de estupefacción absoluta y el uniforme de la escuela cuatro tallas más pequeño.

—No. Me. Jodas. —expresó y rodeó con sus brazos—. ¡¿Qué haces aquí?!

—Volver. —sonreí con amplitud cuando dimos por finalizado el abrazo—. ¡No me mires con esa cara que voy a pensar que no estás feliz de verme!

—¡Claro que estoy feliz de verte! —repitió—. Ya estaba harto de tener que llamarte a teléfono fijo como si viviéramos en los 60's y fuéramos amantes furtivos.

Solté una carcajada sonora. —Hermano, perdón, pero pareces otra persona. ¿En qué momento te convertiste ahora tú en el maldito Orlando Bloom sin necesidad de disfraz?

El recorrió su cuerpo con la mirada, pude percibir lo orgulloso que estaba de eso. —Se llama gimnasio y pubertad. Voy tarde a la escuela, ¿te vas a matricular ahí o...?

Anne Of The Present Donde viven las historias. Descúbrelo ahora