23. Un Mismo Dolor

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[CRISTIAN]

24 de diciembre, 2018

Santa Mónica, California

La imagen de Hanna en aquel vestido color esmeralda no se me sale de la mente al igual que las palabras que nos dijimos en aquella fiesta. Acordamos en visitar juntos la tumba de nuestro hijo y a pesar de la interrupción de Gastón, ella se las ingenió para darme un pequeño papelito con la dirección del cementerio y la hora acordada.

Consulto el reloj y marca las once de la mañana... Nunca imagine pasar un 24 de diciembre en un lugar como este, no hay mucha gente entrando al cementerio y supongo que ese es el motivo por el cual me cito aquí el día de hoy, o quizás simplemente porque es el único momento en el que puede escaparse de Gastón, eso no lo sé muy bien.

Los minutos siguen avanzando y esta extraña sensación que me invade por dentro empeora. Es una mezcla de angustia, dolor, tristeza y rabia. El silencio de este sitio hace que pueda escuchar de manera más fuerte el envoltorio de las flores que traje y los fantasmas que llevan semanas persiguiéndome. Los reclamos son cada día mayores y no estoy claro si mi presencia hubiera cambiado el hecho de la muerte de Noah, solo sé que debí estar con ella y no lo estuve.

—Disculpa la demora. — escucho su voz decir y al darme la vuelta, la veo vestida con un jean negro, una camiseta blanca, botas negras y para mi sorpresa, lleva puesta una peluca rubia corta hasta el hombro y flequillo.

—¿Hanna?— pregunto algo confundido.

—Aquí soy Anna.— dice de una manera misteriosa y sin más sigue caminando hasta entrar al cementerio haciendo que le siga.

Rápidamente llego a su lado y la miro extrañado —¿me explicas porque la peluca y porque dices que aquí te llamas Anna?— pregunto muy confundido.

Ella me mira mientras caminamos —porque el señor que maneja este cementerio es amigo de mi padre y no quiero que le diga que su hija viene todos los años a visitar la tumba de alguien. Mucho menos quiero que le diga que un 22 de septiembre del 2011 su hija enterró a un bebe, ¿alguna pregunta más? — me pregunta y esto es algo que llevo días preguntándome, pero que no sé si sea el momento.

—¿Por qué no se lo dijiste a tu familia? — me atrevo a preguntarle.

—Porque me preguntarían quien era el padre y tendría que contarle que eras tú y como sabes, eso hubiese traído un gran conflicto entre nuestras familias. Además, no tenía ganas de afrontar semejante situación bajo los reclamos de mi familia. Sentí que, si fui lo suficientemente mujer para haber tenido sexo contigo y quedar embarazada, debía ser igual de mujer para afrontar las consecuencias y así lo hice. —  me dice tan fría y distante como siempre.

—Anna.— digo en un murmuro.

—No digas nada, no aquí, no hoy...— me pide y noto como sus ojos comienzan a cristalizarse a medida que vamos recorriendo uno de los pasillos donde se encuentran varias tumbas.

—Ha... Anna...— vuelvo a decir, pero ella se detiene frente a una de las tumbas y al mirar lo que hay escrito en la lápida mi corazón se detiene por un segundo y luego vuelve a latir con más fuerza que nunca.

"Noah Martínez

1 Julio 2011

13 Septiembre 2011

Te amare siempre hijo mío."

—¿Martínez?— cuestiono en voz alta.

—El apellido de mi madre, uno muy común y que no levantaría sospechas. — la escucho decirme, pero ya no puedo responder.

Nunca en mi vida había sentido algo como esto. Es un dolor hondo, que duele tanto o más que cuando te cortas, es una cortada que comienza en el centro de mi pecho y parece no tener fin. Pareciera que el aire se esfumo y apenas tengo fuerzas para mantenerme en pie... me dejo caer de rodillas en el césped y mis manos sin fuerza consiguen colocar las flores sobre la tumba.

«¿Cómo se puede sentir este dolor tan fuerte sin haberlo conocido? ¿Cómo puede doler más que cualquier otro dolor que haya vivido nunca?»

—Ha... me ahogo.— digo desesperado —No puedo respirar.— consigo decir mientras voy sintiendo como las lágrimas caen por mis mejillas de una manera sin precedentes.

La siento cerca de mi mirándome —puedes respirar, es el dolor que te hace sentir eso. Hace siete años que vivo así y cada vez que vengo aquí empeora.— me explica y debo mirarla.

—¿Cómo se hace para vivir con esto? —pregunto viendo como sus lágrimas no cesan al igual que las mías.

Ella encoje sus hombros, intenta secar sus lágrimas, pero falla —no lo sé, solo se intenta. — me dice y no sé si es el dolor, mi angustia, mi desesperación o estas tremendas ganas de pedirle perdón lo que me lleva a acercarme a ella y abrazarla con todas mis fuerzas tal y como si mi vida dependiera de ese abrazo.

—Lo siento tanto... no me alcanzaran las palabras ni la vida para pedirte perdón por no haber estado con ustedes. —digo sin poder parar de llorar como un niño que no encuentra consuelo alguno.

Sé que su actitud hacia mi la hace dudar de cada movimiento que hace o palabra que dice, pero en este instante parece haberse olvidado de todo cuando sus brazos se aferran a mí con la misma fuerza que yo me aferro a ella —me hiciste mucha falta. — me dice entre lágrimas que ahogan sus palabras y es en este instante que comprendo que el dolor que ella paso fue demasiado para ella sola.

—Lo sé, sé que debí estar contigo. No sabes cuánto quisiera echar el tiempo atrás y haberte abrazado así aquel día. — le respondo sintiendo por primera vez el mismo nivel de dolor que ella ha sentido.

—No debiste dejarme sola Cristian... ¿Por qué lo hiciste? Yo te necesitaba como a nadie. — me susurra —tu hijo te necesitaba. — continua diciendo y es la primera vez desde que nos reencontramos, que ella se abre de esta manera conmigo.

Me separo un poco de ella para mirarla a los ojos y apenas puedo verla de lo nublada que esta mi visión a causa de las lágrimas —me gustaría tener una razón que lo justificara todo, pero solo se me ocurre pedirte perdón. Lo hare tantas veces como sea necesario. — consigo responderle y ella vuelve a abrazarse a mi haciéndome sentir que esta es la manera que anhelo hacerlo el día que ella enterró a nuestro hijo.

Esto es lo que debió ocurrir aquel 22 de septiembre del 2011, pero yo no estuve. Yo estaba en otro sitio sintiéndome el hombre más feliz de la tierra mientras que ella estaba aquí aprendiendo a ser madre y aprendiendo a perder a nuestro hijo todo de una sola vez.

En estos momentos Hanna no solamente me parece la mujer más hermosa del mundo, sino la más valiente. Enfrento tantas cosas sola que me hace entender que a quien amo es a todas las versiones de ella, incluso la que abrazo ahora y comparte un dolor adeudado conmigo.

DOS EXTRAÑOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora