Capítulo I

133 9 0
                                    


Una noche fría y oscura de invierno, una mujer de semblante sereno y mirada helada caminaba por el bosque, su larga cabellera negra se hondeaba al compás del viento que soplaba, sus ojos grises penetraban la profundidad del lugar sin el mínimo temor, a pesar de la oscuridad del lugar. La blancura de su piel iluminaba su paso como un candil resplandeciente, quien a pesar de sus vestiduras negras, sus pies descalzos sobresalían en cada paso que daba, ahuyentando a cada ser vivo que se encontrara en el lugar, desde el más pequeño insecto hasta el más feroz depredador, su paso no era interferido por nada, solo era sostenida por la tierra que se encontraba bajo sus pies.

Sin embargo, no iba sola, en sus brazos llevaba un bebé, quien dormía plácidamente en su regazo, ella lo miraba con ternura mientras seguía su camino, de vez en cuando pasaba su mano por la cabecita del pequeño, acariciando su rostro, mientras le cantaba y lo mecía, como cualquier madre amorosa lo haría.

De repente algo detuvo su paso, en un momento, el aroma fresco del ambiente cambio, para cualquier ser vivo en el lugar no era algo notorio, pero para ella, fue un aroma conocido y peculiar; a sus pies se encontraba un hombre gravemente herido, un ser humano a punto de morir.

La mujer lo observo fijamente, sabía que a ese ser no le quedaba mucho tiempo de vida, el hombre trato de levantar un poco el rostro al ver los pies desnudos frente a él, por lo que apenas susurrando le dijo:

- ¡Ayúdame por favor! – sollozó - no quiero morir así - mientras se arrastraba tratando de alcanzarla.

- ¿Ayudarte? ¿Por qué habría de hacerlo? - contesto la mujer con una voz tranquila pero indiferente, mientras el hombre dejo caer su rostro al piso y sus lágrimas comenzaron a rodar sobre sus mejillas cubiertas de lodo y sangre.

- Porque... ¡es tan injusto que muera así! ¡yo no hice nada malo! tengo familia que me espera... sin embargo, me encuentro así por la codicia de otros, ¡porque la vida es tan cruel! - Exclamo mientras se soltaba a llorar desconsolado.

La mujer lo seguía observando sin ninguna expresión en su rostro, permanecía inerte frente a él, pero en cierta forma se mantenía interesada en aquel ser, que a sus pies con cada segundo que pasaba se le iba extinguiendo la vida, como si estuviera planeando algo que hacer con él.

- ¡Tienes razón! - al fin dijo - la vida es muy injusta, pero sabes quien la hace así, ustedes mismos, los hombres, los seres humanos son los que rompen las reglas naturales de este mundo, lo has dicho bien – levanto la vista al cielo – llevabas una buena vida, ¿porque otro humano tiene el poder para decidir sobre si vives o mueres a su antojo? – volteó a verlo nuevamente - los hombres destruyen todo a su paso, simplemente no respetan el equilibrio de las cosas – percatándose en ese momento que en la distancia, la presencia fría de un ser se acercaba hacia ellos - es lamentable, como a los que se les impide seguir continuando su vida en esta tierra, son a las personas que no causan daño, como tú, pero no pueden hacer nada para cambiarlo, solo morir.

Ante esas palabras sin esperanza, el dolor y la desesperación invadieron al moribundo, sabía que era su fin y no podía hacer nada, pensaba en su mujer que a esa hora ya estaría preocupada por no saber de él, así como que no podría ver crecer a su hijo, se sentía tan frustrado y dolido, que comenzó a llorar como un niño, mientras la mujer lo seguía observando con más interés que antes, mientras el hombre emitía un suspiro profundo y cerraba sus ojos, despidiéndose de sus seres amados:

- Mi amada Abigail, sabes que siempre te amado y siempre te amaré, no podré estar contigo a partir de hoy, cuida a nuestro bebé, que yo, a través de la distancia estaré al pendiente de ustedes - mientras emitía el último sollozo, murmuro - no me olvides.

El Hijo de la MuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora