De entre los árboles muertos nace el tiempo, a partir de las sombras y los zapatos desgastados la juventud... ¿El amor? ¿Desde dónde se origina sino de las conversaciones más mundanas? Esas que crean más preguntas que respuestas, más risas que realidad; las que moldean la fantasía en la que más cómodas se sienten las almas... A veces es mejor olvidar que enfrentar.
—¿Cómo te llamas?
—Lucas, ¿usted?
—Agustín, un gusto conocerte. Supongo, te preguntarás el porqué de esta conversación.
—Supone usted bien, no recuerdo haberle visto con anterioridad.
—Eso es porque nunca me has visto, pero yo te he encontrado más de una vez, aunque dejaré que te enteres de eso luego, de otra forma este intercambio de palabras terminará abruptamente, y eso es lo último que deseo.
Era de seguro un bar nuevo. En medio de sus luces brillantes mantenía unas cuantas zonas de escasa luminosidad, preferidas por los menos sociables y aquellos que buscaban entre la música y las risas clandestinidad.
Lucas jamás fue muy asiduo a los encuentros sociales, pero entre volver a casa temprano y escuchar gritar borrachos a sus nuevos compañeros, prefirió dejarse llevar por la impulsividad de la bebida. Incluso había llegado a pensar que podría entablar amistad con alguno de sus contertulios si se daba la oportunidad.
Una camisa blanca heredada de su hermano mayor; sus únicos suspensores, esos que tenían bordado su nombre; el sombrero café y los pantalones café oscuro, recién remendados con aspecto casi nuevo, era esa la vestimenta escogida para el primer viernes de su involuntaria vida universitaria.
<<No creo que a la tarde haga frío>>, había pensado Lucas antes de dejar abandonada una chaqueta sobre la única silla de su habitación. Está demás decir (luego de recalcar la situación recién narrada), que su intuición fue errónea.
—Todos tus compañeros están allá, ¿por qué te tomaste la molestia de venir si no vas a estar con ellos? —interrogó quien se hizo llamar Agustín.
—Mi intención era esa, mas dejé mi chaqueta en casa y en esta zona hace menos frío —contestó un poco avergonzado.
Agustín río, mas sin incomodar a su interlocutor.
—Pensé que tenías cara de responsable estimado ¿No quieres servirte alguna cosa? Yo te invito —dijo señalando la barra.
—Dicen que las apariencias engañan, ¿no? Si usted me ofrece algo, por educación me veré en la obligación de aceptar, pero no sé si sea prudente recibir cosas de desconocidos.
—Parecías callado también, vaya sorpresa me estoy llevando.
—Ahora que le he aceptado el trago meramente por cortesía, ¿me dice de dónde me conoce? —replicó bromeando.
—Primero bébelo y vamos hacia la luz, la gente que se junta en esta zona no es muy bien vista, no quisiera arruinarte la reputación por hablar. Seguro que cuando nos acerquemos a los demás te acuerdas de haberme visto.
Agustín Ramírez tenía en ese momento veintisiete años de edad, y so pesar de lo que podría imaginarse desde fuera, era un joven extrovertido y amable, cuyo sano sentido del humor contagiaba con rapidez a las personas a su alrededor. Era el peor estudiante de su carrera, título ejercido —con extraño orgullo— durante siete años consecutivos, mas en base a la obligación familiar y la naturalidad del tiempo, consiguió llegar al último semestre de derecho.
Extraños rumores giraban en torno al hombre recién descrito, algunos contaban que sus excesos con la bebida y las fiestas, tenían ya consumida su mente; otros decían que era la persona más divertida y tierna que podrían haber conocido; mientras que unos cuantos se referían a él como un extraño y protegido de su familia, al que no podrías llegar a odiar luego de conocerlo... De entre todos los dichos de las malas lenguas, un secreto a voces se asomaba entre las palabras, pero nadie tenía pruebas y siendo tan querido por las gentes, decirlo en voz alta podría convertirse en una cruel sentencia de la que el joven no sería capaz de escapar.
—Antes de que lleguemos con los demás, ¿será que usted me ha visto en la universidad? —preguntó Lucas con el vaso en la mano.
—Veo que el alcohol te hace más perspicaz. Voy en último semestre, pero tengo un ramo en común contigo, hemos estado dos veces en la misma sala esta semana —contestó Agustín un poco desilusionado.
<<Pensé también que era más observador... Bueno, somos setenta y dos en la misma aula, normal es que no se acuerde de haberme visto>>, pensó.
—Me disculpo por no recordarle —tomó un sorbo de la bebida—, soy un poco distraído y no muy bueno memorizando rostros.
Esas fueron las últimas palabras que se dijeron esa noche ambos personajes, que futuramente —y si el narrador no se equivoca— podrán ser reconocidos como protagonistas por el lector. El motivo de lo corto de este encuentro, radica en que ambos se adosaron a grupos diferentes al llegar con los demás alumnos. Lucas entabló conversación con un joven de dieciocho años que parecía bastante poco acostumbrado al ambiente festivo de sus compañeros, mientras que Agustín terminó olvidando gran parte de los sucesos ocurridos esa noche acompañando a los de primer semestre en el festejo.
Una casa vacía de alegrías; paredes desgastadas tapadas de pintura para disimular las grietas dejadas por terremotos pasados; vidrios limpios cubiertos de cortinas con encaje; dos perros grandes en el patio, durmiendo aburridos de estar viejos esperando por juventud; tres personas entre la niñez y la adultez; un anciano ya dormido y una pareja de poco más de cincuenta años en una cama matrimonial tan gris como la loza de la cocina y el cabello del hombre casado.
<<Por favor que no me escuchen entrar>>, fue lo único que el cerebro de Agustín pudo articular antes de cruzar el umbral de su hogar, y chocar con la esquina de una mesa que su madre había cambiado de lugar esa misma mañana.
Por fortuna para el joven, el ruido emitido por el golpe fue amortiguado por un chal olvidado sobre el objeto.
<<Me salvé>>, se dijo.
Logró acostarse entre las sábanas de su cama, y con el cuerpo aún intoxicado, fue capaz de percibirse a sí mismo como alguien feliz y libre, que no pensaba en las cosas innecesarias que idolatraba su abuelo, ni en la materia que había visto ese mismo día. Acostado sin conocerse era más libre que cualquiera, y ese era un secreto que le causaba gracia, pero no reía, de hacerlo seguro despertaría a su padre y escucharlo enojado a mitad de la noche era el último de sus deseos.
—Cuando las crisis llegan hay que saber pararse del lado correcto, ahora hay una oportunidad, el ruido de sables es la advertencia ¡Hay que moverse ahora, tu generación debe moverse ahora! Encuentra un buen árbol al que arrimarte, no dejes que el orgullo mate tu futuro. No importa si no te casas todavía, termina de estudiar, espera antes de buscar el lugar correcto, yo no voy a estar siempre para aconsejarte, aprende a ver cómo se mueven las aguas por ti mismo —le había dicho su abuelo en el desayuno, y por algún motivo, no podía quitárselo de la cabeza, como una canción de sentencia, un "Me voy a morir, tú tienes que seguir", un discurso que luego de haber recordado, ni el alcohol le sacaba del alma.
<<¡Me importa una mierda! ¡Que hagan lo que quieran! ¡¿Por qué siempre me dice que se va a morir?!>>. Pensaba antes de que su mente distraída lo llevase a un recuerdo muchísimo más agradable.
<<¿Lucas? Sí, así se llamaba, eso creo que me dijo... No tiene cara de Lucas... Debería tratar de conocerlo más, solo para ver si su nombre es reflejo de su personalidad y no de la imagen que da a primera vista, "solo para eso" me volveré a decir mañana>>.

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Nosotros [COMPLETA]
RomanceLucas es un joven con muy mala suerte; Agustín, un hombre demasiado afortunado. Ambos solo tienen en común estar estudiando la misma carrera en la misma universidad, o al menos, eso es lo que desean creer... Chile en los años veinte fue un constante...