Capítulo 2

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¿?, 1912

Termino de leer su nota y no sé qué pensar. Arrugo el papel con mi puño antes de golpear el escritorio. Se burla de mí, lo sé. Puedo verlo en cada floritura de su escritura corrida y perfecta. Se cree superior a mí, aun cuando no es más que una asquerosa sanguijuela, un monstruo, algo nefasto y corrupto, y aun así... me pregunto...

¿Por qué no me mató?

Después de todo tuvo la oportunidad.

Tanto él como yo formamos parte de una guerra muy antigua, una que no responde a cuartel alguno; y es que en un mundo de secretos letales como éste al que ambos pertenecemos, matar a tu enemigo, ése que podría matarte primero a ti en cuanto tenga la oportunidad, es casi una ley inquebrantable que nos amarra a un día más de vida; la esencia de lo que ha permitido que nuestros antepasados hayan podido construir un futuro partiendo de nuestros pasados.

¿Por qué no me mató?

Habría estado bien; tenía una daga y yo estaba incapacitado.

¿Acaso quiere humillarme?

No quiero su lastima ni su misericordia, ni esa pena hacia mí proveniente de su mirada.

«Al menos me reconforta haberlo podido salvar a usted», decía la nota, pero yo no entiendo el porqué de todo aquello.

Maldigo por lo bajo al no poder contener las lágrimas. Estoy frustrado y no puedo evitarlo. Jamás pensé que algo así podría pasarme.

La sangre de vampiro que tengo dentro sigue sin dejarme conectar con la armonía. El recuerdo de mis compañeros me persigue como un fantasma que se adhiere a mi piel.

Ellos no son los únicos que me reclaman.

Yo también lo hago, y lo hago porque sé perfectamente lo que pasará cuando vuelva al Conservatorio...

Las preguntas, los reproches, las miradas, las burlas, la vergüenza, la duda, la desconfianza. Es lo que vendrá cuando descubran que mi sangre ha sido mancillada y corrompida, y es exactamente lo que me merezco. Mi gente no es mala pero tampoco es idiota. Sé perfectamente que eso es lo que me espera, y no sé cómo afrontarlo.

Debí morir, eso habría sido lo más honorable. Pero en vez fui salvado por una sanguijuela, y aunque él diga que no tiene intenciones de convertirme, ni la Orquesta ni la Cámara creerán semejante mentira.

Probablemente toda sea parte de su humillación. A lo mejor está esperando el momento en que mis propios hermanos tengan que ejecutarme para darme una muerte piadosa a tiempo, antes de que la enfermedad se apodere por completo de mí.

En cualquier caso, no le daré la oportunidad de manchar el suelo de las Cámaras con mi sangre; si llegado el momento tengo que arrebatarme mi propia vida para salvar mi dignidad y la dignidad del Conservatorio, lo haré sin dudarlo. Quizás se quede con mi cuerpo, pero nunca se quedará con mi orgullo.

De pronto llaman a la puerta con unos golpes suaves. Antes de que yo pueda contestar, entra una mujer bastante mayor vestida de mucama. Está empujando un carrito metálico de bronce que repiquetea suavemente mientras las cosas que lleva sobre él vibran con suavidad.

—Ya se despertó —dice la mujer.

Me pongo de pie mientras me limpio el rostro y ella comienza a manejar con sus manos la porcelana delicada que lleva en el carrito.

—¿Prefiere el té frío o caliente? —pregunta con la tetera entre sus manos.

—Gracias, pero estoy bien así —respondo.

Labios de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora