Capítulo 35

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Ciudad secreta de Nidaros, 21 de agosto de 1917

«Mi amado Stian...

Qué más querría yo que poder estar allí para aferrarte entre mis brazos y decirte que no tienes nada que temer y que tus temores son infundados. Sin embargo, debo ser justo contigo.

Me arrepiento de no haber abordado este tema mientras te tuve aquí conmigo. Ahora me veo forzado a pagar por mis errores una vez más. Cualquiera pensaría que luego de pasar tantos años sobre esta Tierra, uno aprendería a no cometer errores tan básicos y poco elegantes, pero tal parece que la vida, en su afán incansable por violentarnos, siempre encuentra la manera de acorralarnos.

Si te preocupa el hecho de que pueda estar alimentándome de inocentes, despreocúpate. En esta tierra repleta de bestias yo no soy la única que anda suelta, y es de estas de las que me alimento en un intento por enmendar, quizás, mi pasado.

Ya sabes que no me gusta hablar de mi pasado; sabes que no me gusta hablar de mí. No diré nada que pueda asustarte, pero diré la verdad que tanto necesitas escuchar...

Es cierto. Mis labios han probado la sangre inocente. Es algo de lo que no estoy orgulloso. No soy ajeno a la guerra. No soy ajeno a la estrategia y la política. No soy ajeno a las causas de los hombres que luchan por intereses propios, comunes, egoístas o desinteresados; no importa. He matado, pero, ¿acaso no lo has hecho tú también bajo los mismos pretextos que yo? ¿Acaso no lo has hecho por el bien de aquellos a quienes amas?

Has de saber que mi pasado no es mi presente. Al momento de mi segundo nacimiento, la vida era diferente a como es ahora. Yo era diferente.

Cuando te dije que era despiadado, lo dije con toda la propiedad de la razón. He herido, he odiado, y he mutilado más vidas de las que he salvado. En mi defensa sólo puedo decir que así eran las costumbres en los tiempos de mi juventud, al contrario de la tuya...

Quizás esta excusa te parezca absurda.

Es algo que estoy dispuesto a aceptar, pues no puedo pretender que una mente tan joven pueda descifrar la crueldad intrínseca en la naturaleza del tiempo y su paso por la vida y el mundo, en su arrastre incesante sobre sociedades, naciones y formas de pensar y de sentir...

Sé que quizá lo que estás leyendo sea muy difícil de entender, pero quiero que algo te quede claro: el arrepentimiento que llevo a cuestas es mucho más pesado que cualquier cosa con la que haya tenido que lidiar antes. Mi pasado es algo que ya no puedo cambiar.

No quiero sentirme juzgado por ti, Stian. Mi único crimen fue quizá haberme enamorado de ti.

Sinceramente tuyo, Eremia.»

-

Siento un nudo en la garganta.

La ansiedad me abruma, pero no puedo llorar. No tengo derecho a las lágrimas.

No después de lo estúpido que he sido...

Arrugo el papel mientras me lo llevo a la boca para ahogar un grito de frustración que me corroe la garganta y me hace doler hasta los dientes. Al final las lágrimas terminan por derramarse y yo solo puedo dejarlas correr. Impotente, patético, desgraciado.

¿Por qué tengo que sentirme como me siento? ¿Por qué tengo que sentirme así por Eremia Dalka? ¿Por qué tiene que dolerme tanto su verdad? ¿Por qué simplemente no pude haber muerto aquella noche como todos mis compañeros? ¿Así se siente un corazón roto? ¿Así se siente Yngvild por mi culpa? ¿Soy acaso tan indigno yo como lo es Eremia, o acaso soy más vil que él?

Su perfume me llena la boca proveniente del papel de su carta. Me imagino sus manos fuertes escribiendo cada palabra con el único deseo de convertirme en esa hoja de papel; quiero sentir sus manos sobre mi cuerpo por una última vez.

Una última vez, porque esto... Lo que sea que hay entre él y yo, debe terminar.

No puedo seguir con un sanguinomante que es y ha sido capaz de matar. 

Tomar la vida de otro ser humano ha siempre la frontera que divide la armonía de la discordia, y nosotros los magos no somos la excepción, porque nosotros los magos también formamos parte de la humanidad, y por eso, no puedo hacer ojos ciegos ni oídos sordos ante la revelación de Eremia.

Sé que he matado antes, pero yo sólo he matado en defensa propia, y únicamente a criaturas que ya estaban muertas, corrompidas, condenadas al fuego avernal del que se alimentaba su maldad. Sólo lo hice para proteger a los inocentes y resguardar la paz donde era necesario.

¿Es que acaso por eso no me mató? ¿Acaso no soy para él otra cosa más que una desesperada oportunidad de redención?

Recuerdo sus palabras aquella mañana tras haber estado juntos en su hotel.

Tregua, dijo. Tregua...

Soy una tregua. Una tregua que se renueva cada año...

No soy más que el salvoconducto definitivo de su pasado oscuro, el mago al que le perdonó la vida para redimirse a sí mismo. 

Eremia no me ama, simplemente se siente culpable.

¿Y cómo no? Después de haber presenciado semejante masacre, es lo mínimo que habría de esperarse de alguien quien intenta considerarse con vida.

Pero yo sí lo amé... Lo amé con rabia desde el primer momento en que lo vi. Y fue así porque Eremia no sólo me mostró lo que por tanto tiempo intenté ocultarme a mí mismo, si no, además, porque era un enemigo....

Lo cierto es que por más que lo intentemos, nada cambiará nuestros pasados, ni el peso de la historia que reposa sobre nuestras consciencias.

No hay nada que podamos hacer.

Nuestros corazones nunca podrán latir al ritmo del mismo compás...




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