Capítulo 6

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Ciudad secreta de Nidaros, 27 de abril de 1912

Dieciocho días...

Dieciocho días aislado por mi propia seguridad y la de los demás. Y me faltan veintidós más.

Si Eremia Dalka no me hubiera salvado aquella noche estaría muerto en este momento. Tal vez eso habría sido lo mejor, puesto que ahora que estoy acá todos me tratan como una sanguijuela. Maldita sea, los hechizos de la Cámara de Seguridad y de la Cámara Médica duelen muchísimo.

Puedo sentirlos recorriéndome el cuerpo desde la punta de los pies hasta el extremo final de la última y más alargada fibra de mis cabellos. No he parado de vomitar desde que llegué a casa. El malestar es insoportable, las náuseas constantes y los mareos son prácticamente mi nueva cotidianidad. Ni siquiera el entrenamiento de la Cámara de Defensa era tan exigente como esto.

Levanto mis manos para verlas con cuidado y... nada; no pasa nada, no siento nada.

«¡Cómo es posible! ¡Debería estar muerto o convertido...!», dicen y dicen y dicen, lo sé... Sé que eso es lo que dicen todos a mis espaldas. Soy la nueva referencia de conversación desde acá hasta Cork y desde Cork hasta Praga, cubriendo los tres refugios nacionales, y paseando, cómo no, por la cuna de Florencia y la joya de Viena. No hay mago del Conservatorio, donde quiera que esté, que no haya oído hablar de mí ya. 

Y por eso, simplemente, me pregunto...

¿Por qué no me mató y ya? Aún no logro entenderlo.

Eso es exactamente lo que yo habría hecho, matarlo. Si es que matar a una sanguijuela como él puede considerarse una muerte de verdad. Al menos así habría sido verdaderamente piadoso. Porque... ¿una vida maldita y entremuerta condenada a la inmortalidad? Por favor, eso no es una vida. Y eso sin contar que la ley y la ética están de mi lado, que no se puede asesinar a lo que no está vivo, y que de paso, se trata de un ser que sólo causa sufrimiento y dolor para los inocentes que sí respiran, que sí tienen corazones que bombean sangre...

Puedo verlo, sí... puedo ver una vez más a Eremia Dalka, y aunque estoy en casa, el recuerdo de su cuerpo cerca del mío en mis momentos de delirio y agonía me confunden aun más. En un demonio como él no puedo confiar, pero en una maga sí, y si lo que me dijo Theresa es verdad, fue él quien me cuidó durante todo ese tiempo; fue él de quien me aferré para no morir en el último momento.

Acaso... ¿fui yo quien le suplicó... y él se quedó a mi lado?

Aparto mi mano del sol porque no siento otra cosa que mi piel calentándose, y cuando la llevo a mis labios, la tibieza me reconforta y me recuerda a la tibieza de mi sangre en los labios de Eremia durante ese beso entre muertos, porque él está muerto, y yo estaba a punto de morir y, aun así, de alguna manera, ese gesto que debió matarme terminó por anclarme a la vida, y yo siento que lo odio aunque debería agradecerle...

Estoy confundido.

Estoy confundido y roto, porque aunque no haya muerto, mi armonía no responde como debe, y no puedo dejar de pensar que en el fondo quizás esas eran sus intenciones: llenarme de su ponzoña con la perversión de sus labios y... y...

Tengo que escribirle...

Tengo que saber si lo odio o si le estoy agradecido.

Tengo que descubrir el por qué de sus intenciones, y si realmente me salvó por misericordia... o si su acto de piedad se trató en realidad de una venganza poética, retorcida y vil.




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