Capítulo 9

432 92 15
                                    

Ciudad secreta de Nidaros, 19 de junio de 1912

Reviso la fecha del periódico y compruebo que hoy se cumple exactamente un mes desde que le escribí a Eremia Dalka. Aún no he recibido ninguna contestación por su parte.

Quizá fui muy brusco en mi manera de dirigirme a él. Quizás, volví a ser un grosero cuando mi intención había sido la de disculparme; tal vez terminé pagando con él la frustración de haber sido sometido al escarnio de la gente, a la duda. Si no, ¿por qué habría decidido ignorar mi carta y dejarla sin respuesta? Acaso no se habría sentido insultado una vez más, incluso cuando no era mi intención.

—Para desayunar en silencio me hubiera quedado en mi casa, Stian...

La voz de Yngvild me saca de mis pensamientos y me devuelve a la mesa donde mi té ya está completamente frío. La imagen dispara el recuerdo de Theresa, la mujer que trabajaba para Eremia y que tan amablemente me había atendido.

—Lo siento, Yngvild, sólo estoy un poco preocupado por el trabajo, eso es todo...

—Trabajo, trabajo, trabajo. Últimamente escucho esa palabra más a menudo de lo que me gustaría. Y no es que a mí me moleste el trabajo, pero no veo saludable dejar que toda esa carga se apodere de nuestras vidas, Stian. ¡El desayuno es para compartirlo con los que te importan! El trabajo es para las cámaras del Conservatorio.

No puedo más que sonreírle.

—Tienes razón, Yngvild, ¿puedes...? —le pregunto mientras extiendo mi té en su dirección para que sea ella quien lo caliente esta vez.

De inmediato me sonríe y sus ojos azules como el cielo pasan a ser de un intenso color naranja que hace que su rostro se vea más lleno de vida...

-

«Merkinė, 15 de junio de 1912.

Señor Pražak,

Lamento saber lo mal que lo ha pasado, pero mentiría si dijera que me sorprende. El conservatorio nunca ha sido conocido por su indulgencia. Al leer sus líneas, me complace comprobar que por lo menos son imparciales. No me mal entienda, se lo ruego. En ninguna medida celebro lo que le ha pasado y lo desagradable de sus experiencias, pero, si me está usted escribiendo ahora, he de suponer que todo ha salido bien al final, y que usted no ha resultado en ninguna medida gravemente lastimado, o por lo menos, no de una manera permanente.

A estas alturas, además, confío en que su "armonía" debe haberse reestablecido por completo, lo que sin dudas habrá sido de ayuda para demostrar su integridad como mago y no como alguien de mi "clase", cosa que sé por experiencia que el conservatorio se toma con total cautela. Felicidades.

Ahora bien, de todo lo que he leído en su carta, lo que realmente me sorprende no es el trato de sus colegas, si no, más bien, fue su carta en sí misma la que representó una total sorpresa. Para ser franco con usted, no la esperaba, pero tampoco puedo decir que me molestara el haberla recibido. Me alegra poder comprobar con mis propios ojos que hice lo correcto al salvarlo aquella noche a pesar de sus continuas quejas, reclamos, por no mencionar específicamente, insultos. Pero descuide, no se lo tengo en cuenta.

La juventud es impulsiva; eso es algo que aprendí incluso antes de entrar a esta vida inmortal. Cuídese mucho, señor Pražak. Si me permite darle un consejo, por favor, no baje la guardia.

Con gusto,

Eremia Dalka.»




¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Labios de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora