Capítulo 13

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Kleppabú, 17 de julio de 1912

El frío me espabila.

—¿Estás bien?

La voz viene acompañada de la sensación húmeda de la copa contra mi mejilla. Al voltear me consigo de frente con los ojos claros de Yngvild, observándome con atención. Su cuerpo elegante se marca a la perfección sobre la tela negra del vestido.

—Sí, estoy bien. No te preocupes —contesto— Qué fiesta tan aburrida, ¿no?

Estamos en la casa de la cultura de Kleppabú, en un evento organizado por uno de los amigos de mi padre con motivo de recaudación de fondos para la campaña política de Hurtado, el mago rival de Rêvereaux. Otro de esos eventos a los que ni yo ni Yngvild podemos escapar por ser hijos de nuestros padres, y herederos de los apellidos Pražak y Verner...

Supongo que el prestigio viene con su cuota de responsabilidad.

—Me estás mintiendo —dice ella.

Ha sido mi mejor amiga desde siempre, y sorprendentemente, no está equivocada. Ya a este punto me conoce tanto que sabrá muy bien porqué lo dice...

—Si confiaras más en mí, no tendría por qué preocuparme —añade escondiendo un tierno enfado con sutileza—. Se supone que somos amigos, Stian, o... ¿Acaso es que soy la única que sigue creyendo eso?

—Por favor, Yngvild... Sabes bien que eso no es cierto.

—¿Entonces? —pregunta y hace una pausa; es una trampa—. Desde que...

Por un momento nuestras miradas se encuentran y la entiendo, sé lo que quiere decir sin que tenga que hacerlo, ni tampoco sin que tenga que usar magia. Simplemente la atrapo en complicidad, como desde el primer momento en que nos conocimos. Comparto su preocupación, y eso es algo reconfortante.

—Desde que pasó lo que... Tú ya sabes —suspira—, has estado muy raro... Y eso ya es mucho decir viniendo de ti. Estoy preocupada... ¡Lo admito! Pero me gustaría que me dijeras si tengo o no razones para estarlo.

—Tengo un mes diciéndote que no tienes nada de qué preocuparte, Yngvild, que no me pasa nada —digo antes de comenzar a dar un par de pasos por el salón—. Es sólo que no quiero hablar del tema.

—¿No quieres hablar de eso porque te están vigilando o porque no confías en mí?

—Lo primero —murmuro sin siquiera voltearla a mirar.

Ella se queda callada por un instante. En su semblante puedo ver lo sumergida que está en sus propios pensamientos. Tiene la frente arrugada y por experiencia sé que eso no lleva a nada bueno.

—Me parece muy injusto todo lo que te están haciendo, Stian. Te tratan como si fueses un criminal, cuando fuiste sólo una víctima más de esos bárbaros. ¡No es como si hubieras podido hacer algo realmente, estabas mal herido y a punto de morir!

No sé qué me pasa, pero cuando escucho a Yngvild pronunciar esa palabra, bárbaros, siento que se me forma un nudo apretado en la garganta que no me deja respirar.

De inmediato pienso en Eremia. Es un sanguinomante, sí... Un bárbaro, Yngvild no se equivoca, pero, aún así, es también el hombre al que le debo mi vida, y eso es algo que no puedo negar ni cambiar.

Mi mente no puede evitar regresar al pensamiento original que me tenía distraído cuando Yngvild se apoderó de mi atención. Por alguna razón, seguía pensando en sus ojos negros, y una frase muy específica de su última carta: «...mi piel es capaz de percibir el calor tanto como la suya, aunque no necesite de este para vivir...».

Algo en la forma en la que estaba construida la frase hace que todavía me dé vueltas en la cabeza. Como si pudiera tener otro significado, uno a plena vista pero escondido al mismo tiempo. Pensar en ello me absorbe, hace que me duela el estómago sin razón aparente... Antes de pensar bien lo que quiero decir, mis labios me traicionan y se apresuran a hacer la pregunta que tanto tiempo me he negado:

—¿Alguna vez te has enamorado de alguien?

Yngvild voltea sorprendida. No se lo esperaba, lo sé bien. Yo también conozco sus mañas, y esos pequeños detalles que resaltan en sus ojos en momentos tan particulares.

—¿Por qué me preguntas eso? —responde.

La he puesto incómoda. Ahora, más evidente, el rubor en sus mejillas la delata. No puedo evitar sentirme apenado.

—Nunca me he enamorado —digo para evitar la incomodidad—. Creo que es la primera vez que me detengo a pensarlo. Perdóname, querida Yngvild. Simplemente sentí la necesidad de preguntarte. Lo hice sin pensar, por lo que ruego que me disculpes si fue algo atrevido de mi parte.

—No, no. No fue nada atrevido, es solo que no sé cómo contestar a tu pregunta —me contesta con prisa.

A pesar de su carácter, Yngvild sigue siendo una mujer encantadora, cosa que a veces es fácil de olvidar. Pero siempre que me sonríe, con esa mirada de chiquilla ensoñadora, recuerdo lo maravillosa que es, y me siento afortunado de ser su amigo.

—Mi madre, dichosa con los temas del amor, me dijo una vez que si al ver a alguien sentía un subidón de vitalidad recorriéndome las venas, lo más seguro es que estuviera enamorada. Luego lo explico un poco más para que no me quedara ninguna duda: dijo que era como querer saltar desde un acantilado muy alto directo hacia el fondo del agua. Sabes que no morirás, que el agua te recibirá abajo... Pero igual no dejas de dudar si hacerlo, y de la misma manera, la excitación te empuja cada vez más y más cerca del borde. Tenía once años, y aun lo recuerdo a la perfección.

Después de una pausa y otra sonrisa, Yngvild retoma el aliento, como si algún pensamiento la hubiera extraído del presente. Tras voltear de nuevo hacia mí, me pregunta...

—¿Te ha pasado eso alguna vez... Stian?

Tiene sus ojos fijos en mí. Quiere que le conteste.

Por alguna razón, me da la impresión que está tranquila y curiosa a la vez, feliz por lo que sea que vaya a contestarle. Sus ojos son muy bonitos, y algo en ellos les da una gota de intensidad. Sin embargo, incluso en ellos, que son azules y muy dulces, mi mente todavía busca el negro en el recuerdo de la mirada de Eremia Dalka posada sobre mí.

Niego con la cabeza.

—Todavía no, querida Yngvild —le contesto—. Pero si me llega a pasar, prometo que serás la primera a quién se lo cuente.




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