Capítulo 17

1.1K 220 93
                                    

Tromsø, 22 de diciembre de 1916

Estamos en la París del norte, lugar para el champán y el espectáculo según nuestro poeta nacional, Bjørnstjerne Bjørnson. Salimos del local y nos recibe el frío de golpe. El pueblo se ve maravilloso, acompañado por la presencia de las montañas alrededor, que más que fiordos, parecen colinas que no saben si salir o sumergirse en el agua. 

Ha pasado mucho tiempo, parece mentira cuánto. Escucho a la gente reír cuando pasan a nuestro lado; la iluminación amarilla e incandescente de las luces de la calle me muestran sus caras alcoholizadas y rojas. 

Bueno, ahora que lo pienso, Yngvild es sueca, así que cuando digo nuestro poeta, me refiero realmente a mí. Es una suerte muy bonita, tanto como este paisaje, que en el Conservatorio las nacionalidades sean un asunto pormenor, que lo que nos una no sea la supremacía de una bandera sino nuestra naturaleza humana y nuestra armonía.

Sé que es cíclico, inevitable, y que de alguna cruel manera es incluso necesario, pero en estos momentos la humanidad entera se enfrenta a tiempos muy oscuros... 

Por suerte aquí, donde reina la paz, Yngvild y yo vamos de la mano.

—Te quiero —me sopla al oído cariñosamente y se estrecha más contra mí; el sonido de sus pasos repiquetea extrañamente en el suelo adoquinado.

Siento su perfume de rosas mezclado con el aroma del licor en el sudor de su cuello y me siento reconfortado, seguro, estable.

—Yo también, querida Yngvild —le digo y ella ríe.

Al instante siguiente siento como acaricia su mejilla contra mi brazo con ternura.

El gesto no me molesta. En los últimos años nuestra amistad ha crecido mucho. Ya no nos queremos solamente como niños grandes, si no como adultos que se hacen menos niños cada día. Siempre estamos el uno para el otro, y no hay nada que se interponga entre nuestra amistad. Ni siquiera la suciedad de la política que pretendía acecharme por mis errores del pasado, por las causas del destino que de ninguna manera habría podido evitar...

Ella, con todo el valor que su apellido supone, estuvo siempre conmigo y me defendió de las acusaciones malintencionadas de los rivales de mi padre, y los míos propios, claro está. Porque, de alguna manera, esta aura de tormenta que se ha apoderado del mundo entero también nos ha afectado a nosotros los magos... Nosotros que siempre nos hemos defendido a capa y espada los unos de los otros. Pero el miedo también se propaga muy rápido cuando la confianza es casi absoluta. Sólo hace falta el accidente adecuado en el momento más inapropiado para darle rienda suelta a la sospecha de lo que parece (y que trata de ser) lo más perfecto posible.

Pero a Yngvild y a mí no nos importó mucho eso. Tan sólo seguimos siendo amigos, incluso cuando muchos de mis conocidos decidieron apartarse un tiempo de mí. Después de todo, Jean Baptiste Rêvereaux es un hombre muy influyente en la Orquesta, y la Orquesta es la institución más influyente en la vida de todo mago del Conservatorio. Pero Yngvild y yo estamos por encima de todo eso.

Su felicidad es muy importante para mí...

—Ya han pasado tres semanas desde que nos besamos por última vez —dice sin vacilación y con el mismo tono juguetón de siempre.

Sus ojos azules son espejos pulidos en los que puedo observar mi reflejo.

No digo nada. Tan solo me acerco y la beso con cuidado... Comedido, calmado, tranquilo. El roce en los labios es sutil. Una vez más, no soy capaz de sentir nada. Ella me acaricia el rostro con ternura, jugando con mi barba. Ríe como una niña.

—Tu barba me hace cosquillas y pica al mismo tiempo.

—Si quieres me la quito.

Yngvild niega mientras nuestras narices se rozan antes de darme otro beso repleto de ternura en medio de la noche.

—Déjatela. A mí me gusta —dice antes de alejarse de mí y caminar hasta la verja de acero que da a la posada donde nos estamos quedando.




¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Labios de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora