Capítulo 14

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Ciudad secreta de Nidaros, 21 de julio de 1912

Qué incómodo se siente el silencio.

Estudiar con mi maestro es algo que amo, pero justo ahora, cuando lo veo sentado en su escritorio absorto en su lectura, algo me sofoca.

El viento cálido entra por la ventana. Las cortinas se mecen, y el sonido de las páginas del periódico le dan sonido a la estancia.

—Stian, ¿vas a preguntarme lo que quieres saber, o seguirás haciéndonos perder el tiempo a ambos? —dice él de pronto sin despegar su mirada de los titulares.

Es un hombre mayor un tanto amargado, pero tiene un corazón muy noble. Ha sido mi profesor asignado desde toda la vida, y si no pretendiera exagerar, podría incluso decir que lo quiero como a un padre, y me gustaría poder decir que él me quiere de la misma forma, como a un hijo. Por eso sé que aunque su voz suena cortante, no hay reproche en ella. O al menos, eso es lo que quiero creer.

Suspiro atrapado entre la espada y la pared; sé que no puedo preguntar lo que quiero sin levantar sospechas...

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«Ciudad secreta de Nidaros, 21 de julio de 1912.

Distinguido señor Dalka,

Quizás la cordial y elegante manera de responder a mis preguntas, con mucha gracia en todos los sentidos, si me permite decirlo, supo ocultar casi a la perfección la reticencia a decir, propiamente la verdad, algo que realmente saciara mi tormentosa curiosidad. Buena cosa que mi impertinencia me permita insistir como considero apropiado... Por lo tanto, no me queda más que preguntar... ¿Encuentra usted divertido el burlarse de las personas? ¿O acaso fui yo quien mal interpretó la franqueza de su carácter?

Lo único que he buscado es tratar de entenderlo a usted y todo lo que su persona representa. Sentía que al menos tenía ese derecho, o por lo menos, eso fue lo que dejaron ver sus palabras atentas y sus modos cordiales.

Quiero entenderlo, señor Dalka, pero sus evasivas y su falta de claridad me agotan.

He hablado con mi mentor sobre usted... De alguna manera. No se aferre al miedo innecesario de que de mi boca salga su nombre o la ubicación de su morada. Mi honor y la deuda que aun siento que tengo con usted me impiden ser artífice de semejante canallada. Incluso, debería confesar, la sola noción de sus sospechas resulta de alguna manera insultante. Le repito: tengo un sentido del honor del que me siento lo suficientemente orgulloso.

Por ello, le reitero que necesito respuestas, y es una lástima que nadie, ni siquiera usted, esté dispuesto a brindármelas. Todos consideran que soy un niño incapaz de distinguir por mí mismo lo que está bien y lo que está mal, pero se equivocan.

Desde hace mucho tiempo entiendo la rivalidad entre el Conservatorio y el Aquelarre, pero nunca antes me había interesado conocer más sobre ninguna clase de mago o criatura de dicha organización, y eso no excluye a los sanguinomantes.

De verdad me gustaría que usted pudiera iluminarme. Y para demostrarle mi más sincero interés, le cuento que le he insistido a mi mentor para que me facilitara un permiso que me dejara revisar los libros necesarios en la biblioteca del Conservatorio y éste ha cedido.

Además, me han impedido acompañar a mis compañeros cazadores hasta previo aviso, por lo que estaré ocupado y lejos de los campos. Por lo tanto, también estaré lejos de aquellos que, como usted, comparten la sanguinomancia. Espero sepa entender mis dudas y acompañarme en el proceso del descubrimiento, señor Dalka.

Créame, no le miento: quiero saber.

Atte. Stian Prazak»




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