Capítulo 10

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Ciudad secreta de Nidaros, 21 de junio de 1912

Eremia Dalka es un prepotente y un soberbio orgulloso. Llevo dos días tratando de encontrar las palabras adecuadas para responderle, pero cada vez que leo lo que me ha escrito siento que la sangre me hierve. Estoy seguro que lo hace a propósito con la intención de molestarme y de remarcar su superioridad moral en comparación conmigo y con los miembros del Conservatorio por mi descortesía previa, pero no pienso darle el gusto.

Luego de cinco días de pensarlo todo con mucho cuidado, y de haber arrugado y quemado varios intentos fallidos, creo que por fin he encontrado las palabras adecuadas para demoler su condescendencia. Me intriga, y se lo hago saber. Por alguna razón quiero que sea él quien me responda las interrogantes que aparecen cada vez más seguido cuando lo recuerdo. Quizás así se dará cuenta de que estoy sinceramente arrepentido, pero no será cómo él cree; lo hago por orgullo.

¿Qué puede demostrar más cortesía que el interés autentico por aquel con el que se intercambia una conversación? Termino de colocar el sello en el sobre y me levanto del escritorio dispuesto a enviar la carta. Tomo mi abrigo de la percha y abro la puerta solo para encontrar a Yngvild, del otro lado, con la mano levantada en un gesto interrumpido de forma accidental.

Rápidamente escondo la carta dentro del abrigo para que ella no la vea.

—Hola, Stian, lamento llegar sin avisar. Sigo preocupada y quería venir a ver cómo estabas...

—Yngvild, ya te lo dije, no te preocupes más por mí, estoy bien —contesto de inmediato—. Lamentablemente me tomas de salida...

—Lo mismo decías cuando teníamos cinco y tenías pesadillas con el dóberman de mi papá. Después ni siquiera querías irme a visitar, y tal cual, ya hoy hace una semana desde que volviste que no pasas por mi casa... ¿Puedo acompañarte?

Cierro la puerta y le hago señas para que me siga. Yngvild se apoya de mi brazo y salimos entrelazados como lo hemos hecho siempre.

—Si prometes no aburrirte como la última vez que salimos.

—Sólo si tu prometes hablar de algo más que no sea tu trabajo...

Ambos reímos sutilmente y comenzamos a andar. Realmente tiene la razón, tengo días sin pasar tiempo a su lado como tanto me gusta, así que, mejor, nos vamos por ahí a un café o a pasear por el parque. Ya encontraré la forma de mandar la carta sin que se dé cuenta...

-

«Ciudad secreta de Nidaros, 22 de junio de 1912.

Distinguido señor Dalka,

Al escribir esta carta tenía la intención de disculparme, en caso de que haya sido brusco con usted en mi última carta. Al leer su respuesta sin embargo, me queda claro que es usted un hombre con un muy buen manejo del sarcasmo, por lo que asumo que su "estatus" y su orgullo sabrán soportar la insolencia de mis descuidos imberbes...

Tampoco comprendo el motivo de su preocupación y de su último consejo. Por más que he intentado encontrar las intenciones ocultas entre sus líneas, he fallado abruptamente en mis intentos. Ha de saber que ya me encuentro en mi casa en estos momentos, y lo único que puedo entender de sus palabras es que me está pidiendo que desconfíe de mis seres queridos, es decir, de esos que me trajeron al mundo y con los que he compartido una vida que, aunque alejada de los gozos de la inmortalidad, le aseguro que ha sido bastante placentera...

Le aseguro que no tiene nada de qué preocuparse en ese respecto, pues estoy en casa y en parte eso es gracias a usted, así que no tema. Por otro lado, señor Dalka, debo confesar que desde que mencionó usted el tema de la inmortalidad, hay unas cuantas preguntas que me han rondado por la cabeza y que, francamente, me han incluso perseguido cuando cierro los ojos y me pierdo entre mis sueños.

¿Qué edad tiene usted?

¿Le gusta ser inmortal?

¿Acaso el paso del tiempo no le pesa o siquiera repara en las horas que marcan las agujas del reloj?

Señor Dalka, ¿tiene usted familiares? ¿Amigos? ¿Alguna mascota?

¿El fuego en la chimenea de su despacho es meramente protocolar?

¿O es capaz su cuerpo de sentir frío?

Son tantas preguntas que siento que sería inapropiado por mi parte escribirlas todas en una sola carta, pero realmente me gustaría conocer las respuestas de estas de ser posible.

Atte.

Stian Pražak»




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