Capítulo 50

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Ciudad secreta Nidaros, 10 de enero de 1927

Con Rêvereaux como nuevo Ilustre Director del Conservatorio de Magos, todo ha cambiado a mi alrededor. La diferencia se siente en el aire, o por lo menos yo lo noto. Hay miradas furtivas, comentarios por lo bajo, desconfianza, temor, miedo...

El Conservatorio de Magos ha dejado de ser un lugar seguro y se ha convertido en un espacio hostil. Por lo menos así lo siento yo, quien crecí bajo este estandarte de justicia y mérito, de igualdad en la educación y de superación en el mundo.

Parece mentira que hayan pasado quince años desde que regresé de aquella misión en la que mis compañeros no lo hicieron, y aún más increíble es que los demás magos sigan sin confiar en mí.

Estoy acostado en mi cama viendo caer el granizo con pereza. Pienso en lo mucho que ha cambiado mi vida en todo este tiempo.

No sólo mi vida... todo en mí lo ha hecho.

Mi mente, mi cuerpo, mi forma de ver las cosas.

Y así... dadas las cosas, supongo que es normal que el Conservatorio también haya cambiado. Pero aunque tanto los otros magos como yo cambiemos, y aunque crezcamos con cada día que pasa... ¿puede tu hogar dejar de ser tu hogar si llega a transformarse tanto realmente? ¿Puede dejar de ser lo que siempre fue para ser algo más? ¿Algo que abrigue a otros como lo hizo contigo alguna vez?

El tiempo continúa... y todo sigue su camino. Será acaso... ¿que estoy haciéndome más viejo? ¿Acaso es eso lo que está pasándome?

Esa pregunta me duele y yo me levanto con la frustración agitándome la respiración, me desnudo por completo y quedo parado frente al espejo de mi habitación en donde mi reflejo me devuelve la mirada.

Allí está mi piel blanca, cubierta de vello rojizo, con las mismas piernas que me han sostenido toda la vida desde que aprendí a caminar, los mismos brazos y dedos con los que mi madre me enseñó a tocar el chelo y los mismos ojos azules de mi familia, azules y profundos, brillantes.

Me acerco más al espejo para ver mejor aquel par de ojos mientras mis manos van a mi rostro por inercia y mis ojos azules abandonan su color natural para brillar con un dorado intenso cuando activo mi armonía.

Ojos dorados...

Magia de fe...

Magia de purificación...

Ojos dorados como los de mi padre cuando me enseñaba a armonizar en el jardín de la casa cuando apenas tenía cinco años.

—¿Cómo se verían de rojo...?

La pregunta sale de mis labios, pero se queda a medio camino entre mi boca; entre ella y el mundo exterior que hace frontera con mis pensamientos y las ensoñaciones de una vida junto a Eremia. Una en la que ambos somos vampiros, pero, apenas el pensamiento vuelve a mí, tal como ha estado haciendo de forma recurrente desde hace un tiempo ya, mis manos comienzan a buscar algo en mi rostro con desespero y sin éxito.

Y yo sé que es lo que están haciendo... lo sé.

Se están aferrando al tiempo.

Si me convierto en un vampiro, éste será mi rostro por mucho tiempo: uno de facciones cuadradas, prisionero de la tercera década de una vida que se podría volver infinita o por lo menos, bastante longeva.

No sólo no envejeceré y mi rostro no cambiará en mucho tiempo, sino que además mi vida no avanzará, mientras que la de mis seres queridos sí lo hará y tendré que lidiar con la realidad de ver morir a mis padres, a mis hermanos, a mis sobrinos, a Yngvild, e incluso al pequeño Vitorino, a quién incluso veré tener más años que los que tengo yo en este momento y formar su propia familia. Lo veré morir a él y a sus hijos, y a los hijos de sus hijos, y mientras tanto mi corazón se limitará a haber latido si acaso un par de cientos de veces... y así hará por siglos, por todo lo que me dure la vida hasta que la muerte haya aguardado tanto por reclamarme que termine siendo inevitable nuestro encuentro.

Al menos...

Al menos...

Al menos estará Eremia.

Pero... ¿acaso puedo escoger?

¿Soy tan fuerte como para hacerlo?

Esta es una decisión difícil...

O lucho contra la muerte de una sola persona, o luchar contra la de cientos. O decido morir junto a Eremia, o escojo el destino de morir junto a los míos, los que son como yo y que siempre lo han sido, junto a aquellos a los que he amado por más tiempo todavía.

¿A cuál compás me adaptaré?

¿Cuál será el tiempo que decidiré vivir?

Ahh...

No puedo pensar en todo eso ahora. No cuando estoy por encontrarme con Eremia para hablar de esto... de nuestro futuro juntos, porque después de todo él también es partícipe de lo que somos, de esta guerra que libramos contra el mundo, y la sociedad... y el tiempo mismo también. No son cosas para tomar a la ligera o a mi propia convivencia.

Debo hablar con él para saber qué piensa. Me está carcomiendo la mente, el alma y el corazón, pero mientras sienta que los ojos del Conservatorio están sobre mí, no puedo hacer nada arriesgado, así que aún desnudo, camino hasta mi escritorio y me siento a escribirle...

-

«Mi amado Señor Dalka...

Antes de hablar de cosas formales primero están mis sentimientos, y aún con miedo de que pueda usted pensar que he perdido la dignidad y la sensatez, déjeme decirle una cosa, por favor, y présteme mucha atención... lo amo como nunca creí poder ser capaz de amar nadie, y quiero verlo pronto porque hay algo que me gustaría discutir con usted.

Pero que no considero prudente hacerlo por este medio tan distante y frío. Ni la tinta ni el papel son capaces de aguantar la magnitud de los sentimientos que albergo por ti en mi corazón, del cual ya sabes que eres el dueño, Eremia Dalka.

No te voy a mentir, porque sé que en nuestro mundo la información se propaga con mucha rapidez. Desde que Jean-Baptiste Rêvereaux se hizo con la batuta y ascendió al puesto de Ilustre Director, la situación dentro del Conservatorio se ha vuelto muy tensa.

Y aunque aún no haya pasado nada en concreto que podamos llamar grave, llámame paranoico o precavido, pero siento que estoy siendo vigilado, o por lo menos observado, si quieres quitarle peso al asunto para no preocuparte.

Pero no tengas miedo, amor mío, pues yo estoy bien, y mientras nada verdaderamente significativo active mi sentido de la urgencia, no debemos nosotros mismos levantar sospechas.

No es necesario que me respondas a esta carta.

Igual ya pronto estaremos celebrando juntos nuestro aniversario, porque te prometo que no faltaría a nuestro encuentro por nada ni por nadie. Te extraño, y ya no puedo parar de contar los días, las horas y los minutos que deben pasar para sentir tu cuerpo junto al mío.

Siempre tuyo...

Stian».




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