Epílogo

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Ha pasado mucho tiempo...

Hoy fue un día de arduo trabajo. 

Cuando llego a casa, siento que entro en una burbuja donde el mundo se acaba y la vida comienza; aquí no hay problemas, ni conflictos, ni peleas ni disputas. Hace más de medio año que la calma regresó a la vida cotidiana de los miembros del Conservatorio, más no para quienes trabajamos día a día para que así sea...

Por suerte, no hay escándalos en los periódicos, ni disputas entre rivales ni provocaciones de ningún tipo. Una vez más, somos quienes siempre hemos sido: una sociedad justa, igualitaria, democrática, una que se basa en el respeto, en el esfuerzo, en el mérito. Los que alzaron la voz antes están hoy arrepentidos, y como creemos en el perdón y la amnistía, no hemos hecho con ellos lo que ellos habrían hecho con nosotros. Todavía nos vamos recuperando de tiempos muy oscuros, pero dar el primer paso es siempre lo más difícil, y lo más necesario.

Pero... 

Nada de eso importa en este instante. 

En este momento sólo quiero tomarme una taza de té caliente y descansar; olvidarme de todo si es posible. Así que me siento en el sofá y recuesto la cabeza sobre el respaldo con los ojos cerrados. Poco a poco mis pensamientos comienzan a volar...

No pasa un minuto hasta que siento sus labios presionándose suavemente con los míos. Cuando abro mis ojos, veo su mirada sonriente. Vitorino está a su lado; ríe encantado cuando me ve suspirando...

—Mami, ¿cómo te sientes? —me pregunta con dulzura.

—Estoy bien, mi amor —respondo devolviéndole la sonrisa.

—¿Otro día complicado? —pregunta él, Antônio, con su usual dedicación.

—Sí, pero luego te cuento... Ahorita quiero descansar.

Él se agacha para darme otro beso, esta vez en la frente.

—Hoy llegó un paquete para ti —dice—. Lo trajeron personalmente dos amigos de Stian y Eremia. Dijeron que se llamaban Theresa y Traian...

—¿Cómo? —pregunto sorprendida—. No... no... no pue... ¿En serio?

La noticia me conmociona. Antônio asiente. Hace más de dos años que no he escuchado palabra alguno de mi viejo amigo Stian Pražak...

Rápidamente me levanto y me dirijo hasta la mesa en la que Antônio dejó el paquete. Se trata de una cajita de madera cubierta en papel de cartón con una nota sobre ella que dice «Yngvild». 

Estoy nerviosa, emocionada, conmovida... 

Con un gesto le pido a Antônio y Vitorino que me den tiempo para revisarlo. Con la caja en mis manos no pierdo un instante y voy directo a mi estudio. El corazón me late con fuerza.

-

«Querida Yngvild...

Probablemente has sufrido mucho por mi culpa, así que, primero que nada, me disculpo por eso. No sabes lo difícil que ha sido para mí el no haber podido escribirte antes. Créeme que la única intención de esa decisión fue evitarte un dolor innecesario. Por suerte, hace poco me enteré que las cosas habían vuelto a la normalidad una vez más, y después de darle un tiempo a las aguas para calmarse, decidí escribirte esto.

Junto a esta carta te he mandado un paquete con papeles y cosas que podrían serte útiles en este momento para lo que estás haciendo. Están todas las cartas que le envíe a Eremia e incluso las que él me envió. Es una suerte que él siempre haya escrito una copia para él antes de enviar las mías, porque sino hubiese sido por eso, nuestras correspondencias se hubieran perdido aquel fatídico día que marcó el inicio de mi partida del Conservatorio...

Labios de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora