Capítulo 65

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Bucarest, 3 de julio de 1927

El símbolo que tengo ante mí representa una luna menguante acompañada por una estrella. La puedo reconocer: es venus. El edificio es espléndido y se ve imponente. Es una mansión señorial que, de paso, parece lo suficientemente fortificada como para protegernos de cualquier otro ataque.

—Bienvenido a casa, amo Dalka —dice un anciano con manos blancas y llenas de manchas pardas.

—Andreu —contesta Eremia con afecto—. Ha pasado mucho tiempo...

—Ah, más de la cuenta, amo Dalka, pero no se preocupe ahora por ello. Lo estábamos esperando a usted y a su invitado.

Acto seguido, el anciano me dedica una mirada atenta y conciliadora entre tanto caos.

—Y, ¿Sofía...?

Pero las palabras de Eremia son interrumpidas de inmediato por los gritos de una niña que se acerca desde el vestíbulo hasta la entrada

—¡Tío, tío, tío!

No tiene más de cuatro años. Eremia, apenas la ve, sonríe y la recibe con los brazos abiertos, levantándola apenas puede en volandas, haciéndola reír.

—¿Cómo está la princesa Isabella? —le pregunta mientras hace como si le comiera el corazón; la pequeña suelta una carcajada escandalosa y llena de vida—: Ven, quiero presentarte a alguien. Él es Stian, y es una persona muy especial para mi.

—Hola, Isabella —le digo yo viendo cómo me mira con sus penetrantes ojos negros, y no puedo evitar notar el inmenso parecido entre ella y Eremia.

Ambos tienen ojos negros y profundos y cabellos del color de la tinta negra sobre una piel blanca y suave.

—¿Por qué tienes el cabello rojo? ¿Es por la magia? —pregunta curiosa ignorando mi saludo.

Yo sólo me río.

—No, no es por la magia. Pero esto sí...

Sin demora hago que mis ojos se vuelvan dorados, y eso la emociona.

—Mi mamá y mi papá pueden hacer lo mismo, pero los de ellos son rojos —comenta divertida—. Pero los de él son más bonitos —le susurra a Eremia a un oído.

—¿Verdad que sí? —contesta Eremia con ternura—. Cuando lo conocí eran del mismo color, y también me parecieron los ojos más hermosos que he visto en mi vida.

Se acerca, me abraza, y me da un beso en la mejilla mientras Isabella se resiste juguetonamente a la muestra de cariño.

—Sería refrescante que tu visita no fuera para traernos problemas —dice una mujer desde la puerta mientras nosotros caminamos hasta ella.

—También es un gusto verte de nuevo, Sofía —comenta él mientras le entrega a la niña—. Supongo que Alexandreu estará en su despacho.

—Supones bien, teniendo en cuenta que hiciste molestar a la gente del Conservatorio y ahora estamos en el ojo del huracán, Eremia. ¿Todavía te llamas así? ¿O ya te cambiaste el nombre por la enésima vez?

Yo escucho aquello y no sé muy bien qué pensar. Eremia nunca me había dicho que estuviera usando un nombre falso, pero supongo que es natural tras haber durado tantos años en fuga.

Él ignora a la mujer, y en vez, se dirige al anciano mayordomo que nos recibió:

—Andreu, ¿sabes si hay correspondencia para mí?

—Sí señor, ayer llegaron unas cartas para usted, y una con remitente para el señor Stian Pražak.

—Y, por cierto —Sofía vuelve a hablar—, todos queremos saber quién este tal Pražak, y por qué está llegando correspondencia para alguien del Conservatorio a nuestra casa.

—Primero que nada, que no se te olvide que según las leyes de la primogenitura de conversión sigue siendo mi casa, y segundo, Stian Pražak es mi prometido, y lo tienes parado justo detrás.

—¿Tu prometido...? —balbucea ella viéndome a los ojos—. ¿Acaso vas a...?

—Un placer —digo yo algo incómodo mientras Eremia me entrega la carta y me da un beso en los labios frente a los ojos anonadados de la mujer.

—Siéntete en casa, cariño —me dice—, yo ya vuelvo...

Luego me deja solo.

-

«Querido Stian...

Sé que ha pasado mucho tiempo desde mi última correspondencia, pero la importancia de mi misión así lo exige.

He localizado algo que podría ayudarnos en nuestra lucha, pero me ha costado mucho recuperarlo. Rêvereaux también lo está buscando con desesperación y se ha encargado de hacerme muy difícil la tarea.

Es difícil de explicar, pero se trata de un pentarezzo cuya función es anular el control del director sobre la batuta en caso de que haya unanimidad armónica dentro de los cantadores y maestres de la Orquesta.

Todavía no sé cómo funciona del todo, pero sé que, si las notas perdidas del gran Aristo Voulgaris son ciertas, con esto podremos acabar con la tiranía de Rêvereaux en un par de meses. Te pido que aguantes, y que tengas fe.

Voy por buen camino.

Tuya...

Yngvild».




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