Capítulo 11

411 87 23
                                    

Ciudad secreta de Nidaros, 6 de julio de 1912

Una cosa que mi madre siempre me corrigió de pequeño fue la imprudencia, pero me temo que, aun a estas alturas, continúo siendo un imprudente en algunos aspectos.

No quiero pensar en esto, no tengo razones realmente, pero la demora en la respuesta de Eremia Dalka me descoloca. Aun así, intento calmarme todos los días recordándome que su última respuesta también demoró en llegar, y que, al final, llegó.

Quiero saber más de los sanguinomantes. Más de lo que se puede conseguir en los libros públicos del Conservatorio o de lo que mi mentor está dispuesto a contarme. No hay mejor manera de saciar mi curiosidad que obteniendo las respuestas a mis preguntas de la mismísima fuente.

Da igual si en este caso la fuente es Eremia Dalka y sus ojos negros.

A veces me pasa que sueño con ellos. Con que me vigila y me ataca desde algún rincón oscuro amenazándome con reclamar mi vida como suya. Pero siempre termino despertando, y entonces me doy cuenta de que estoy solo en mi habitación, en mi cama, de que no hay nada que temer.

No quiero pensar en Eremia, pero hay veces en las que simplemente no puedo evitarlo y no sé si molestarme por ello o dejarlo pasar. Si de algo estoy seguro es que aunque no lo quiera, estoy contando los días que pasan hasta recibir una respuesta suya...

-

«Merkinė, 1 de julio de 1912

Señor Pražak,

Espero sepa disculpar mi atrevimiento, le aseguro que no sucederá de nuevo. Después de todo, usted sigue siendo un miembro del conservatorio, y eso cuenta. Le aseguro que mi estatus y mi orgullo no son elementos tan susceptibles como para verse malogrados por un soplo de juventud, así que pierda cuidado.

La inmortalidad, señor Pražak, es un enigma difícil de describir con palabras, mucho menos en una carta; no vale la pena intentarlo ni siquiera aun contando con todo el papel y la tinta del mundo, por lo que no me embarcaré en semejante tarea. Sería una pérdida de su tiempo que, a diferencia del mío, es finito, delicado, e irrecuperable.

Yo por mi parte tengo la suficiente edad como para ser considerado un hombre mayor, y, sin embargo, le aseguro que mi cuerpo no ha decaído ni siquiera un poco desde que mi corazón se ralentizó. Mi familia y mis amigos son mis brazos y mis piernas, mientras que por mascota... Pues, sin querer sonar pretencioso, la verdad es, mi querido señor Pražak, que he logrado domesticar a una fiera más salvaje que ninguna otra sobre este mundo tan hostil: mi cerebro.

Y le aseguro con total sinceridad que mi piel es capaz de percibir el calor tanto como lo es la suya, aunque no necesite de este para vivir. Simplemente encuentro paz en la observancia de las llamas.

Eremia Dalka.»




¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Labios de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora