Capítulo 68

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Casa Trilădeșcu, 10 de julio de 1927

Ya llevamos dos hora de batalla sangrienta y sin tregua. Magia contra espadas, flechas y disparos. Veo cómo los hechizos declamados rebotan sobre los escudos de la familia Trilădeșcu mientras estos pelean como expertos. Yo mismo me he tenido que defender varias veces de las melodías declamadas y ya siento el cuerpo pesado por culpa de la fatiga.

Rêvereaux ni siquiera se inmutó cuando Eremia convocó a su dragón y los otros Trilădeșcu hicieron lo mismo con sus propios familiares. Para ánimo de sus cazadores, el director del Conservatorio enfrentó a la bestia sin decaer; tras la primera hora ya había logrado reducir a Baluarca a una bestia maltratada y sangrante que Eremia tuvo que regresar a su refugio.

A diferencia de Luzzio, quien no había podido hacer nada contra el familiar, Rêvereaux lo había hecho parecer un juego de niños y eso hizo que los miembros de su brigada se sintieran vencedores y atacaran con mayor ímpetu, tomando la ventaja numérica y el poder de la batuta a su favor.

Hechizos destrozan cuerpos y arrancan extremidades, y mientras peleo con un mago de la Cámara de Defensa, a mi lado cae el cuerpo muerto de uno de los Trilădeșcu a los que no logré defender, pero no tengo tiempo para pensar en eso porque el mago que lo ha matado ahora me ataca a mi sin piedad, hechizo tras hechizo, hasta que caigo de rodillas a duras penas alcanzando a levantar una barrera.

Sé que estoy acabado, que así voy a morir, no a manos de un vampiro o un demonio, sino por el hechizo declamado de uno de mis hermanos. Y, así, lleno de tristeza y confusión acepto mi destino... Y cuando creo que voy a morir, veo cómo la cabeza de mi verdugo es arrancada de su sitio y su sangre me baña el rostro de forma grotesca.

—¿Estás bien? —me pregunta Eremia mientras me ayuda a ponerme de pie y me limpia el rostro—. ¿Stian?

Estoy en shock, pero aun así puedo reaccionar a tiempo. Rêvereaux esta justo frente a nosotros y está levantando su mano para atacarnos. Sus ojos morados cambian súbitamente a tener un intenso color dorado apenas la batuta le presta su poder, y yo no tengo tiempo de gritar más nada que no sea un hechizo mientras me atravieso entre el Ilustre Director y Eremia Dalka.

¡Hiėgrskjdas! —grito desesperado y con toda la fuerza que me queda levantando una barrera gruesa entre Rêvereaux y nosotros.

Pero él no se detiene, y sólo alcanzo a verlo sonreír con maldad antes de declamar su propio hechizo:

«Çlancarc...».

De la punta de la batuta sale disparado un proyectil de luz enceguecedora como si de un cometa se tratara. La melodía choca contra mi barrera y la atraviesa como si nada, como una mano en el agua, como si estuviera hecha de papel, y eso hace que la magia de Rêvereaux choque con mi cuerpo y me lance de espaldas sobre la grama del suelo. El dolor es inmediato, y sin poderlo evitar realmente, grito desesperado mientras mi brazo yace a mi lado, roto y ensangrentado.

—¡STIAN! —grita Eremia lanzándose sobre mí sin saber qué hacer mientras yo sólo lo veo con lágrimas en los ojos y la respiración agitada—. No te muevas, no te muevas, todo va a estar bien. Yo puedo arreglarlo, te prometo que voy a ayudarte. Te prometo que...

—Deberías darle gracias a su apellido, porque si no le arranque el brazo fue por respeto al nombre de su familia —dice complacido antes de posar sus ojos en Eremia.

Ahora sus ojos ya no son dorados; ahora son grises, y eso sólo significa una cosa...

—Lamento no poder decir lo mismo del nombre de su familia, señor Trilădeșcu.

Y cuando pienso que este será el fin, me aferro a Eremia con la única mano que puedo para que fije sus ojos en mí.

—¡Te amo! —le digo a través de las lágrimas; él sólo se inclina para besarme.

Labios de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora