Capítulo 69

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Casa Trilădeșcu, 10 de julio de 1927

El miedo y la confusión en la cara de Rêvereaux al ver cómo la batuta deja de responder a sus órdenes es indescriptible. Pero, enloquecido como está, simplemente la arroja a un lado como si fuera un aparato inútil a la vez que sus ojos se pintan de morado para continuar con su ataque a Yngvild, que no sabe que hacer ante aquel arrebato repentino.

—¡Cesante! —declama Hurtado en contra de Rêvereaux antes de que este pueda hacer nada.

Yngvild retrocede en el suelo para alejarse del "Ilustre" Director.

Ya nadie se mueve, nadie dice nada, nadie declama ni un sólo hechizo más, y es evidente que la batalla ya terminó para todos... excepto para Rêvereaux, quién no deja de gritar mientras trata de reescribir la melodía de Hurtado con poco éxito.

—Detente, Rêvereaux, ya es suficiente —le pide Hurtado triste de verlo en aquel estado, pero el hombre se niega a entrar en razón.

—¡Esto no puede terminar así! —dice desesperado—. Yo soy parte de la solución, ¡YO SOY LA SOLUCIÓN! ¡¿Acaso piensan permitir que estas criaturas asquerosas e inmundas destruyan todo lo que somos?! ¡¿Es que acaso no ven cómo se encuentra el mundo de desolado por la estupidez de los sordos y la coexistencia con estas... cosas de ojos rojos?! ¡No, no hay espacio ni tiempo para la discordia, para la disidencia, para la disarmonía! ¡Y yo soy el único que se está atreviendo a hacer algo por solucionar las cosas, antes de que sea demasiado tarde!

De pronto, entre sus ropas, saca una pistola torpemente que no llega a accionar porque en ese momento su cuerpo es atravesado por una hoja de plata desde la espalda, justo en frente de todos.

—Lamento que las cosas hayan tenido que terminar —le dice Eremia mientras la vida abandona los ojos de Rêvereaux.

—Yo... soy parte... de... —pero sus últimas palabras mueren con él antes de salir de sus labios y caer al suelo.

De inmediato todos los magos presentes, todos menos los miembros de la Orquesta, se colocan en posición de combate para arremeter contra Eremia, quién sólo se limita a levantar las manos.

—¡Alto! —ordena Hurtado, y aunque la mayoría duda, todos terminan por hacerle caso.

Acto seguido, se acerca a Eremia.

—Espero que esto haya sido suficiente como compensación por todo este despropósito —le dice—. No quiero que haya rencor por motivos personales entre el Conservatorio de Magos y la casa Trilădeșcu.

—Mi intención nunca fue que hubiera tanta sangre derramada, así que pierda cuidado. Nada de lo que pasó esta noche les será reprochado —dice solemne, y ambos hombres estrechan las manos.

—Lamentablemente —continúa diciendo Hurtado—, el asunto de Stian Pražak todavía sigue siendo un tema delicado.

—¡Pero, Javier...! —protesta Yngvild acercándose a él mientras se agarra el costado para evitar el dolor.

—Lo siento, Yngvild, pero las reglas del Conservatorio son muy claras con respecto a la traición —dice Hurtado con seriedad—. Espero que pueda entender esto, señor Trilădeșcu. Sin rencores...

—Pues... lamento tener que decirle que mi postura con relación a ese tema es muy clara —contesta Eremia mientras abre sus brazos para abarcar todo el caos y la muerte a nuestro alrededor como toda respuesta.

—No hace falta —intervengo tratando de ponerme de pie con dificultad, por lo que mi padre termina por ayudarme—. Gracias, padre. Y cómo estaba diciendo, no hace falta que siga habiendo muerte; no más por la noche de hoy. Maestre Hurtado... miembros de la Orquesta y del Conservatorio —hablo lo más alto que puedo para que todos me escuchen—. Yo, Stian Pražak, hijo perdido del Sol y mago de la fe terrenal, renuncio en este mismo momento a mi apellido y a mis vínculos con el Conservatorio de Magos, y manifiesto mi voluntad de convertirme en un vampiro...

Labios de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora