Capítulo 51

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Ciudad secreta de Nidaros, 28 de febrero de 1927

Voy subiendo las escaleras del angosto pasillo de madera que da al segundo piso. Vengo de visitar a Yngvild y a Antônio. El día se ha sentido raro desde la mañana, aunque no puedo identificar porqué. En las calles, el ambiente se siente tenso, tiene mucho tiempo así. Es evidente que el aura global todavía no se recupera de la guerra.

Sigo pensando en la oferta de Eremia.

Eso hago cuando la misma sensación punzante de la mañana me aturde. Es una corazonada...

Desde el mismísimo momento en el que Eremia y yo asumimos todos los peligros y problemas que supone nuestra relación, terminé por volverme muy precavido con todo, quizás hasta el punto de la paranoia.

Apenas días después de haber regresado de mi segundo encuentro con Eremia me puse a estudiar melodías de protección como un demente. Todos saben que la magia celeste es excelente para hacer sellos, pero no muy buena para el combate directo. Yngvild me ha estado enseñando desde hace dos años a canalizar la energía de voluntad, pero me cuesta mucho. Quiero aprender a conjurar hechizos más efectivos en el caso de tener que defenderme...

Si las criaturas oscuras fueran mis enemigos, no tendría ningún problema en defenderme. Pero hoy no me enfrento a demonios ni a ferales corrompidos, sino a humanos, a magos como yo que sospechan de mis intenciones y que me conocen bien, que me han enseñado todo lo que sé. Magos a los que no quiero hacer daño...

Cuando llego al segundo piso veo que la puerta de mi apartamento está abierta de par en par. ¿Acaso sería ése el presentimiento? Cuando me asomo encuentro todo el lugar hecho un desastre.

El colchón de la cama está fuera de su jergón metálico, las botellas y los platos de la cocina desperdigados y rotos en el suelo, la mesa volcada y el fonógrafo roto. Hay papeles regados por todos lados, frascos de tinta derramados, floreros hechos trozos en el suelo, la ropa está esparcida por la estancia, e incluso el espejo del tocador está estrellado y los cajones lanzados aleatoriamente por la habitación.

Camino de inmediato hasta el tocador, buscando a tientas en el compartimiento secreto, y confirmo lo que me temía. Quien quiera que haya entrado a la casa no buscaba robarme...

En el piso descansa el sello de oro con el escudo familiar de los Pražak, pieza invaluable de un set que cualquier ladrón buscaría llevarse de inmediato. Por eso sé que el asaltante que entró a mi casa estaba buscando algo más específico: las cartas de Eremia.




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