Capítulo 55

227 41 3
                                    

Sala Orquestal de Viena, 1 de abril de 1927

Yngvild me ha pedido que la acompañe a la Sala Orquestal de Viena, así que he venido junto a ella para presenciar una sesión extraordinaria.

La Orquesta no suele reunirse salvo que sea necesario, pero aprovechando que el maestre Javier Hurtado solicitó una reunión, planteará el problema del asalto a mi vivienda ante los demás miembros. Ya lo manifestó públicamente días atrás con la prensa, y el rechazo de los seguidores radicales de Rêvereaux, los autodenominados rêverecionistas, no se hizo esperar.

Le he pedido que dejemos la cosa de lado mientras las aguas se calman, pero, para ella, guardar silencio en tiempos oscuros es darle paso al ruido en los tiempos de calma. Está convencida de que hay que hacer algo para frenar el auge del populismo y la polarización antes de que sea demasiado tarde, si es que no lo es ya.

Yo, personalmente, creo que sigue siendo muy idealista, pero igual, como ha sido toda la vida, sigo amándola como sólo puedo hacerlo con ella: con lealtad, ternura y admiración a partes iguales....

—Es su turno, cantadora Yngvild —dice el Ilustre Director Jean-Baptiste Rêvereaux desde su asiento—. Puede usar el púlpito central para dirigirse al público, o el atril de su asiento si así le parece...

Los demás miembros de la Orquesta, incluido mi padre, aplauden como es costumbre hacerlo cuando uno de sus integrantes va a dirigirse a los demás. Javier Hurtado, quizás el principal aliado de la causa pacifista, la observa atentamente. Al final Yngvild escogió usar el púlpito central para que su voz quede mejor proyectada al público que, junto a mí, observa desde el anfiteatro.

—Queridos hermanos y hermanas —comienza a decir—, me dirijo a ustedes con un sentido de la preocupación que preferiría no tener que abordar en mis palabras... Pero resulta que es muy tarde para estar calmada. Al menos, lo es para mí. Quizás ustedes no hayan pasado aún por una situación que les haya hecho dudar de la seguridad que, como bien sabemos, los magos que vivimos o nacemos en este espacio tan especial que llamamos Conservatorio podemos disfrutar —la sala responde prestando suma atención—. Es un privilegio, la verdad, el saber que podemos vivir y sentirnos seguros en nuestras casas, en las calles que transitamos todos los días, en nuestros espacios de trabajo y congregación, pero resulta que ese privilegio, esa seguridad de la que podíamos presumir en épocas pasadas, se está desmoronando, y lo está haciendo precisamente porque lo que creíamos valorar y atesorar como principios sagrados de igualdad y justicia está empezando a cambiar. Quizás el mundo haya avanzado, y yo sea simplemente una mujer que toda la vida se ha resistido a los cambios bruscos... Pero creo que cuando las cosas pasan súbitamente de parecer perfectas a parecer desastrosas, algo se está haciendo mal —Hurtado se lleva la mano a la barbilla y hace un gesto de seguimiento con la mirada—. La semana pasada, Stian Pražak, mi hermano de alma y mejor amigo en esta vida, tuvo que afrontar una situación que a cualquiera de nosotros aterraría en la manera más contundente posible... Porque lo que le pasó a Stian es algo que tres siglos atrás, a la fecha de fundación de esta magna sala, juramos que nunca volvería a pasarle a ningún mago de ánima pura y alma libre. Ustedes saben de qué estoy hablando porque ustedes viven en el mismo mundo que yo —se empiezan a escuchar murmuraciones—. Y saben bien que Stian, no sólo un antiguo miembro de la Cámara de Defensa, sino, además, un distinguido hijo de la casa de los Pražak, cofundadores de un sueño común de esperanza y unidad para todos los magos y magas, está siendo víctima de una caza de brujas injustificada. Y cuando una sociedad que ha nacido de la lucha contra la persecución y las cacerías de brujas y el odio indiscriminado decide darle la espalda a uno de los suyos, y comienza a comportarse exactamente igual a como alguna vez fue tratada por aquellos que oprimieron, discriminaron y humillaron, queda en evidencia la bajeza ética y moral, la decadencia espiritual en el entretejido de que sociedad jura supuestamente defender —el aire se está volviendo tenso, a la vez que Rêvereaux enturbia su mirada y sus partidarios están empezando a hablar cada vez más alto—. Es entonces cuando dicha sociedad debe definir cuál será su futuro: si continuará su curso para transformarse en una sociedad de hipócritas y cínicos egoístas —quejas y gritos se escuchan desde los asientos—, o si rectificará su accionar y hallará camino una vez más en sus principios y sus tradiciones centenarias, en un código de honor, mérito y respeto, del que todos los que la formamos podamos sentirnos orgullosos —ahora son los partidarios de Hurtado los que hacen ruido al comenzar a aplaudir—. Creo en un Conservatorio como en el que crecí, donde las noticias hablaban principalmente de los logras que habíamos alcanzado tanto como magos como seres humanos, y donde los problemas eran vistos con un sentido constructivo, y no con uno de fatalismo y desesperación. Y creo que para volver a tener ese Conservatorio, simplemente debemos darnos cuenta de que nos hemos permitido cambiar mucho más de lo necesario —vítores y abucheos se escuchan muy alto a partes iguales; esta es una reunión bastante inusual—. Apoyaré a mis compañeros tradicionalistas con mi voto para aumentar el presupuesto de la Cámara de Defensa, pero no apoyaré la creación de una Avanzada de Protección Prioritaria cuando, evidentemente, la sociedad que dicho cuerpo jura proteger no quiere, ni siquiera, protegerse a sí misma —el escándalo llega a proporciones inauditas y el Ilustre Director termina llamando al orden; esto ha pasado tan solo tres veces antes en toda la historia del Conservatorio; hoy ha sido la cuarta vez—. Por eso, considero que tan urgente como lo es tratar la proliferación de errantes y la invasión de sanguinomantes, también debemos abordar, si no con más urgencia, el daño que nos estamos haciendo a nosotros mismos sólo por parecer que somos de bandos distantes, y el incremento, a su vez, del odio en nuestra sociedad, y del caos que inevitablemente surgirá si no hacemos algo para evitarlo...

Tras el discurso de Yngvild el maestre Hurtado se levanta y aplaude enérgicamente. Así mismo, poco más de la mitad de miembros de la Orquesta también lo hacen; entre ellos hay tradicionalistas, renovadores, los únicos integracionistas que hay, e incluso un Cantavellista. El director de la Cámara de Europa, Carlo Arcana, también se levanta y aplaude. Yngvild asiente satisfecha y me busca con la mirada. Yo le sonrío orgulloso. No podría sentirme más feliz de estar a su lado en este momento.

Pero el escándalo retoma a la vez que ella, Hurtado y sus aliados, aplauden al discurso. Rêvereaux lo deja seguir por un minuto, hasta que, finalmente, vuelve a exigir orden a la sala. El lugar estaba prácticamente dividido en dos, y eso ha dejado en evidencia el estado de división que reina hoy entre los magos, y que puedo decir con total seguridad, nunca había sido tan grande como en los primeros días de la fundación.

Me temo que las cosas sólo podrán empeorar...




¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Labios de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora