Capítulo 67

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Casa Trilădeșcu, 10 de julio de 1927

Estamos cenando. 

Eremia está revisando las pocas páginas recuperadas de su diario perdido, y por la mirada de felicidad en su rostro sé que le fascina el trabajo que ha estado realizando Andreu Stoica, su mayordomo y amigo, para reestablecerlo a su estado original.

De pronto, la presión mágica es tanta que la pobre Isabella suelta un grito asustado y se lanza en los brazos de Alexandreu, su padre. Los ojos de todos los presentes se coloran en rojo y la presión mágica se normaliza.

Sofia toma a la niña y sale acompañada de dos sirvientas, mientras Eremia corre a la ventana para ver lo que está pasando. Cuando llego a su lado, no me lo puedo creer...

Ocupando todo el terreno de la entrada de la casa, al otro lado de la reja de entrada, hay una brigada en formación de batalla. Todos llevan los ojos encendidos en medio de la noche en casi un centenar de tonalidades moradas, grises, naranjas y doradas.

Los guardias de la mansión los están apuntando con sus armas, pero los magos del otro lado no se mueven ni se impresionan.

—Hemos venido hasta acá —se escucha la voz de un hombre con un ligero acento francés—, en busca del traidor Stian Pražak y del asesino Eremia Dalka. Si ambos se entregan sin oponer resistencia, y se comprometen a someterse a la voluntad y juicio del Conservatorio de Magos, prometemos perdonar la vida de todos los presentes...

—Pero... ¡¿quién se cree que es para dar semejante orden?! —pregunta indignado Assa, uno de los familiares de Eremia.

—Es el Ilustre Director de la Orquesta —le contestó.

Enseguida posa sus ojos en mi con autentico fervor.

—No vamos a pelear —añade Eremia de inmediato.

Assa pasa sus ojos de mí hacia él, y le clava la mirada de fervor sumándole ahora su indignación.

—¿Acaso pretendes que nos rindamos y nos humillemos ante el Conservatorio, cuando es evidente que vienen con intenciones hostiles a tumbar la puerta de nuestra casa?

—Yo no he dicho eso, Assa —contesta Eremia—. Sólo pienso que debemos recurrir a la diplomacia. Ahora vayan todos a colocarse sus armaduras. Igual deberemos defendernos en caso de ser necesario.

Quince minutos más tarde estoy caminando junto a Eremia, atravesando el jardín de la entrada, mientras el resto de la familia Trilădeșcu nos escolta.

Todos van vestidos con una armadura de cuero muy robusta y elegante, completamente negra con franjas doradas, y un hermoso dragón que intenta devorar una estrella grabado en el pecho. Algunos llevan arcos y flechas, mientras que otros llevan pistolas y rifles. Eremia, por su parte, lleva una espada entre sus manos y el anillo de Baluarca colgando de su cuello.

—Dejen que yo solucione esto —dice como cabeza de familia presente mientras se acerca hasta la reja abierta y toda la comitiva se detiene.

Del otro lado, Rêvereaux nos espera. Está sosteniendo la batuta en su mano derecha.

Los guardias de la familia lo apuntan con rifles y escopetas mientras los pocos magos que hay se apresuran para ubicarse en los puestos que Eremia les había asignado antes de salir, preparados para proteger a los miembros de la familia. Pero, aunque intenten detenerlo, si Rêvereaux usa la batuta contra nosotros, no hay forma de que podamos salir con vida de esto.

—¿Vienen a entregarse como les pedí? —pregunta Rêvereaux con tranquilidad fijando sus ojos morados en los ojos rojos de Eremia—. Tal parece que nosotros tenemos la ventaja numérica, así que sería inteligente de su parte hacer lo que les estoy pidiendo. No hay necesidad de desaparecer a toda una familia sólo por dos personas...

—Si esas fueran realmente sus intenciones no habría venido hasta las puertas de mi casa acompañado de un ejército —dice Eremia.

En su voz no hay inflexiones ni debilidad.

—Señor Trilădeșcu, porque supongo que el nombre Dalka realmente no tiene significado —agrega Rêvereaux con su carisma habitual—. Usted es el asesino de un miembro de la Orquesta de Magos. Uno particularmente talentoso, por cierto, cuyo nombre era Luzzio Cannavari. Todo... esto, toda esta charla, no es más que un mero protocolo. Y por si no lo sabía, Luzzio era como un hijo para mí. No piense que se lo voy a perdonar así sin más...

—Pues ese hijo que tanto le cuesta haber perdido irrumpió violentamente en mi casa, atacó a mis empleados, e intentó matarme a mí y a mi prometido. Lamento informarle que él sólo se encontró con la muerte que tanto estaba buscando.

—Lamento diferir, pero está equivocado —dice Rêvereaux moviendo sus manos con soltura.

Los guardias se agitan a causa del movimiento de la batuta, a lo que él sólo se ríe burlón disfrutando de la situación

—Verá, el cantador Luzzio Cannavari estaba siguiendo las ordenes que yo mismo le di —dijo lentamente antes de fijar sus ojos en mí y apuntarme con la batuta—. Traer de regreso al Conservatorio de Magos al traidor Stian Pražak, a quien, lamentablemente, usted estaba resguardando en su casa. ¿Ahora sí puede ver lo que pasó aquí?

—No queremos pelear con ustedes, Ilustre Director —intervengo para calmar la situación.

Pero aun en mis intentos de protocolo y cordialidad, cuando siento sus ojos en mí, percibo el odio a través de la armonía. Vaya que este es un triste uso para la comunicación armónica.

—Me parece lo más sensato...

—Pero tampoco nos vamos a entregar —lo interrumpe Eremia—. Si ustedes nos atacan, consideraremos esto un acto de guerra unilateral y nos defenderemos. La familia Trilădeșcu es una de las familias más importantes del Aquelarre, y ya hemos puesto en aviso a nuestros aliados.

Rêvereaux se ríe mientras se gira para reunirse una vez más con su brigada.

—Para cuando su patética ayuda llegue —dice de espaldas mientras se va alejando—, no encontrarán más que cenizas. Una lástima. Supongo que ya no podrán decir que no les di una oportunidad.




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