Capítulo 60

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Hotel de Eremia, 6 de abril de 1927

—Has cambiado tanto —dice él mientras me acaricia el rostro—. Me gusta.

Me besa y yo lo abrazo. Los dos estamos desnudos sobre la cama de mi habitación. Acabamos de hacer el amor, pero por alguna razón que desconozco, no me siento completo. Siento que le estoy robando minutos a la vida de alguien más, una vida que no me pertenece, y que aun así es mía para disponer de ella.

—Bueno, han pasado quince años desde que nos conocimos, y sólo uno de los dos puede decir que entiende realmente el concepto de inmortalidad —me burlo y él se ríe—. Creo que eso es normal en este tipo de relaciones.

—Me gustaría ver cómo serías de mayor... cómo cambiaría tú rostro. Estoy seguro de que serías un hombre más apuesto de lo que ya eres.

—Pero con más cabello blanco que rojo —bromeo.

—Entonces mejor te convertimos mañana mismo —dice estrechándome más contra su cuerpo, por lo que yo termino montado sobre él con mis manos en su pecho.

Nada, ni un solo latido, y aunque ya no es algo que me moleste, sigo sin acostumbrarme.

Juego con el vello de su pecho entre mis dedos mientras él se acomoda sobre el colchón y se deja hacer con las manos detrás de su cabeza, rendido por completo ante mis caricias y con los ojos cerrados. Cuando me inclino sobre él para acariciar su nariz con la punta de la mía, él sonríe y me devuelve el gesto.

Yo lo beso y él me besa, hasta que comienzo a bajar por su cuello dejando un camino sobre su piel con mis labios que termina sobre su corazón silencioso. Allí me detengo y lo abrazo mientras mantengo la oreja pegada a su piel. Él me abraza y siento su pecho subir y bajar por la risa.

—¿Qué haces? —pregunta con curiosidad mientras acaricia mi espalda y mis nalgas.

—Sólo... escuchando.

—Allí no hay nada que escuchar

Y si bien no lo dice incómodo o enojado, de alguna manera sé que no le gusta.

—Me gusta el silencio —miento en parte.

Recuerdo que en el libro de los Doppelkreuz que mi maestro me dio una vez leí que los vampiros tienen el corazón ralentizado, más no detenido. De hecho, este les late una vez cada sesenta minutos más o menos, pero, aunque yo he intentado atrapar el sonido del corazón de Eremia estos últimos días, no lo he conseguido todavía. Siempre me quedo dormido antes de escucharlo por culpa de sus caricias y de su perfume, o del sonido de su voz grave cuando tararea melodías musicales.

—Stian —dice mi nombre con placer y puedo sentir su entusiasmo crecer entre nosotros de nuevo.

Es evidente que la edad no es un problema para él. Pero cuando estoy a punto de despegar mi oído de su pecho, finalmente lo escucho.

«PUM... PUM...».

Un sonido fuerte y claro, pacífico, contundente y... natural. Pero de pronto, cuando levanto mi mirada y veo sus ojos, noto el dolor en su garganta, que lucha por contener un quejido. Yo me incorporo de un brinco.

—¿Estás bien? —pregunto preocupado.

—Sí, no pasa nada... Sólo duele un poco.

Automáticamente me le quedo viendo, a lo que el empieza a sonreír poco a poco para calmarme.

—¿Te gustó? —pregunta apenado.

—No lo sé...

—No tienes que poner mala cara. Ya estoy acostumbrado a la sensación...

Es la primera vez que lo veo de ese modo, por lo que me lanzo sobre él para consolarlo, aunque sé que su corazón no volverá a latir sino hasta dentro de una hora más.

—Te amo, Stian Pražak.

Dice él con voz socarrona antes de comenzar a hacerme cosquillas en las costillas. Yo me río incontrolablemente mientras los dos hacemos escándalo sin que nos importe quien pueda escucharnos en las habitaciones aledañas.

Yo también intento hacerle cosquillas, pero no parecen afectarle, hasta que al final me tengo que rendir antes de orinarme sobre la cama, haciendo que los dos nos riamos con fuerza y entre jadeos y lágrimas de mi parte.

Cuando abro los ojos, tengo a Eremia sobre mí, y lo siguiente que siento es su boca contra mis labios y su lengua buscando la mía.




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